1975
SEGUNDO MANIFIESTO DEL GRUPO CERO
15 de octubre de 1975, Buenos Aires
Escribo, escribo todo el día para saciar mi sed.
Debo de pertenecer a esa clase de bebedores insaciables. Los de mi estirpe deben
ser considerados seguramente como hombres que viven fuera de la ley. No somos lo
que se dice apasionados, somos los que calculamos el destino, tenemos planes
acerca del mal que nos corroe, queremos que él sea nuestra manera de vivir.
No queremos abolir la justicia, queremos agregarle a la
justicia la capacidad de detectar las diferencias.
El hombre siempre es una encrucijada que se resuelve con
un asesinato; la justicia debe saberlo.
La precisión de un acto (aunque en sí mismo sea un
acto salvaje) debe tener siempre el perdón de la justicia, si es un acto
perfecto no volverá a repetirse.
Las imprecisiones habrá que castigarlas severamente;
ellas anuncian la repetición inútil y ciega de una realidad infantil sin
sentido social.
¿O mi ser no es acaso esa diabólica combinación de
nuestros destinos? y el que no cree porque no sabe o porque nunca le tocará
creer, que haga pruebas, que se desgaste hasta el final, que se vaya, que
cierre de un golpe la puerta de nuestra casa, que vuelva malherido, que muera de
espanto en un callejón sin salida, que comunique sin ningún cuidado las claves
secretas de nuestro poder, que comente entre putas y rancios olores de semen
fermentado, nuestros combates como si fueran frescas historias de amor. Nosotros sabemos que volverá. Nadie olvida lo que no se puede olvidar. Somos
especialistas en altas cumbres, nuestro oficio es mostrar lo innombrable.
En el principio éramos costureras del alma, remendones
del piso de la vida, reanimábamos, dábamos calor y esperanzas. A cuanta
inmundicia encontrábamos en el camino ofrecíamos nuestra comida y nuestra
casa, teníamos para cada uno las palabras de sus melodías y las palabras de
su noche. Nuestro oficio, en definitiva, era lavarle los oídos a los sordos. La
cantidad exagerada de fieles probaba que nosotros éramos unos imbéciles. La
cantidad exagerada de enemigos probaba que las pasiones no sirven para nada.
Pero ya era tarde, la carne habría de estallar cuando
ya nadie esperaba su estallido. La sorpresa hizo imposible toda defensa. Y conocimos el chiquero* y nos dimos cuenta que entre nosotros vivían los
miserables. Los que se comen siempre el pan que no les corresponde.
Los que nunca están dispuestos a hornear el pan que comemos. Los
que se aburren por las cosas chicas y por las cosas grandes, digo: los que se
aburren en general son los traidores.
Nosotros sabíamos desde el principio que la carne
hablaría. Y la carne habló. En voz baja; sólo unos pocos escuchamos, y dijo
de la muerte y habló de que la piel se resquebraja con el tiempo, que nuestro
sistema muscular estimulado constantemente (y no sujeto el estímulo a ninguna
LEY) termina por agotarse. Su sentido se pierde en su fatiga.
Ella dijo que todo podía ser gozo, pero que la
violencia acercaba a la muerte. Cuando dijo de la muerte de nuestros padres,
dijo la verdad.
Amo mi carne porque en ella se encuentran
los secretos de los secretos. Porque aprendí a amar mi carne en medio del
chiquero, digo que desde hoy el misterio de la cifra exacta de mi ser, sólo será para quien
comprenda su verdadera dimensión.
A los deportistas les aconsejo apartarse de
mi camino, soy para ellos una
luz mala.
Impiedad para quienes festejan todas las
ocurrencias.
Impiedad para los que repiten el gesto
amado en lugar de amarlo.
Impiedad para el que siempre diga que
no; es un extranjero.
Impiedad, pura impiedad, para quien
confunda nuestra carne con los ensangrentados bofes, que resucitarán, se cree,
con la fornicación.
Impiedad, perfecta impiedad, para
quien huyendo de nosotros tropieza
con nosotros.
Y su voz se perdía entre el chapoteo
de nuestros excrementos.
Y la carne dijo antes de morir:
El goce será el encuentro con
lo que no soy ni me pertenece; el goce será:
el goce de las diferencias.
Si nada altera mi razón, si
todo es igual, si ningún latido es diferente, si mi pulso es perfecto, si mis genitales mueren a causa de
la quietud, no caben dudas, estamos en presencia de un idiota. Lo aconsejable,
armar las maletas y partir. Siempre es mejor partir en la búsqueda de nuevos
dioses, que morir entre las ruinas de los templos de un dios que se desploma.
Huir no siempre es la orden, sabemos que en medio de las catástrofes se
encuentran las almas más puras, nuestras almas fueron encontradas en medio de
las catástrofes. *Pocilga.
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