1986 -MADRID
EDITORIAL DE LA REVISTA «APOCALIPSIS CERO»
N.º 14, 15, 16
Una
verdad demasiado fuerte para este siglo, una sanidad
demasiado elaborada para tanta enfermedad.
Cuando se sequen las flores,
cuando se pudran definitivamente los frutos
ya no hay amor en su cuidado,
daré
otro paso más...
Estamos
rodeados, para la derecha demasiado modernos, para la izquierda incomprensibles.
Esta vez somos los malos de la película. Para los españoles, todavía no lo
somos del todo. Para los argentinos, ya no lo somos lo suficiente.
Rodeados,
la única forma que nos queda para poder alguna cosita, es el estallido infernal
contra todos, aún contra nosotros mismos y en eso, precisamente, estamos hace
más de veinte años y llamamos a eso en que andamos: Poesía y Psicoanálisis.
Un
día nombraré a todos los que me amaron y el sólo nombrarlos mis amores pasados, los hará
padecer. ¿Entienden Ustedes, cuánta soledad?
Ser un
grupo para nosotros es una obligación. Fuerte, violento, destinado a
permanecer.
Hoy acabo de
entender que todo lo que no me es otorgado ha sido rechazado, previamente, por
mí mismo. Así que deberé tener más cuidado con ciertos perfiles infantiles
en mi manera de ser, que tienden a una negatividad referida, seguramente, a la
permanente seducción de mi madre cuando era niño.
«NO, NO», era en
realidad: no me toque, madre, que perdemos la guerra. Cuando los espejismos
acechan en los lugares donde el amor quiere volver a juntar alguna porquería olvidada, te
recuerdo; con los dientes salidos, envuelta en el crepúsculo diurno de tus sueños enloquecidos de no querer recordar, para que nada penetrara el misterio
de tu ser:
habiendo sido olvidada por tu
madre nunca quisiste escuchar ninguna voz.
Enfermo, tratando de volver a ser de la montaña el atribulado señor de las quimeras,
¡oh!, Madre, nunca
hubiera querido ser así: tan lejano, tan superficial cuando recuerdo tus
amores.
El canto alado de tu voz, cuando cantabas las melodías tristes de tus
tangos aquellos valsecitos inolvidables donde siempre alguna muchacha joven y
bella, como tú, escapaba del malvado padre viejo y celoso y caía en los brazos de algún capitán de un barco solitario.
Lo que no puedo entender es ¿por qué el tiempo pasa
como pasa? Es increíble, Madre, cómo las horas se comen unas a otras delante
de mis propios ojos.
El encuentro con la bella fealdad de las cosas
cotidianas me fue dando una valentía que ni siquiera tuve cuando tenía que
enfrentarme con la muerte, cuando la muerte era como un sueño o como una
comida, cosas de todos los días.
CUANDO LOS ROBUSTOS COLORES DE MI INSURGENCIA
TOQUEN POR FIN TU CORAZÓN, YA SERÁ TARDE.
TU CORAZÓN SERÁ DE PIEDRA.
Y la verdad, querida, no anida ni se descubre por
ningún sitio, a menos que en el centro del sitio, haya un sujeto. Un sujeto totalmente atado a la
próxima palabra.
Condenado a morir en mí, soy el bárbaro hombre
azul de la desesperanza. Volando como racionalmente pueden volar las abejas.
Loco de amor, furibundo de sueños enajenados de dinero y lujurias, contento
de amar a quienes amo, contento de hacer el amor como si la vida fuera a durar
mil años. Todo me gusta lento como el tango, como las inolvidables canciones
de cuna, el resto me parece alucinante para mí.
Impresionado por la cantidad de tiempo que se
pierde por querer morir todos los días de diferente manera. Se ganaría tiempo
y dinero, es decir, años de vida, si me decido a morir siempre de la misma
manera. Lindo es morir de una manera personal. Una manera de morir elaborada
durante doscientos años. Como durante doscientos años he muerto todos los
días de la misma manera, sé ahora lo que me está pasando.
Devolveré concepto por concepto, golpe por golpe,
letra por letra, ambigüedad por ambigüedad y, porque seré bello y enorme,
venganza por venganza.
Daré por terminado mi calvario:
un hombre hecho para ser usado por mil
hembras hambrientas.
Un pensador para ser pensado por mil
lenguas desesperadas de transformación. Y me temo, me temo a mí mismo por
todo eso. Tengo miedo de mi soberbia, de mis escándalos interiores, de mi
mirada campesina.
Cuando abramos deliciosamente la mañana,
encontraremos envuelta en ella los suspiros nocturnos de cien mil muertos
recordando tu nombre.
Madre, desde que estás triste, no vienes
por las noches a besar mi frente enamorada.
El cielo está cerca, hijo mío, la voluntad
de Dios se hace agua en mis labios de fresa y colombina asustada por el disfraz
de pierrot sangrante.
No te preocupes, madre, si no triunfo, te
prometo caer derrotado de manera grandiosa.
Será un coloso, tu hijo, cayendo de los
espejismos de la gloria.
Me vestiré de sedas y topacios,
para que al verme caer, pienses en los
ángeles.
Encuentro definitivo con la muerte,
-dirán los lacanianos-
y yo que nada sabe escribirá un poema,
verás qué ritmo, madre,
el ritmo de tu muerte.
Porque tú fuiste la que quiso que yo fuera poeta.
Amabas los trigales, recuerdas,
recuerdas por las noches tus canciones de amor.
Yo era tu príncipe valiente y también era tu príncipe
cobarde.
Yo era tu príncipe,
te escribía poemas y te regalaba flores,
después ninguna mujer me lo permitió, exactamente,
y claro, así, nunca pude del todo.
FURIBUNDO
MEZQUINO
ALUCINADO
hundo mis manos en el vientre sagrado de la tierra,
para encontrarme con algún pedazo de tu cuerpo,
algo que me devuelva la razón de ser.
PIEDRAS BAÑADAS EN ORO CÁLCICO
Vociferadores y sangrientos dioses de la nada apestada de silencios,
conciben como días de la realidad futura, las esperanzas que se tejen
inevitablemente sobre mi canto. Esperan verme volver a destapar los lazos de los colosos ardientes, los lazos de las ciencias y de las artes, la música.
Voy para la pintura y nadie lo sabe
voy para la poesía y nadie lo sabe
voy para la ciencia y nadie lo sabe.
Nadie sabe dónde voy,
nadie podrá detenerme.
He vivido oculto entre las sombras donde mis amantes tejían
nuestros sueños.
Todo fácil y placentero.
La mitad del tiempo la utilizábamos para encontrarnos, la otra mitad la
repartíamos entre hacer el amor y fumar algunos sueños. En los silencios, yo,
apresuradamente, escribía un poema y ella, apresuradamente preparaba alguna clase o la comida, para que nuestros compañeros no nos dijeran que el amor era en nosotros improductivo.
Todo era amor entre nosotros. Amor y sombras. Sombras y sueños
universales, fantasías maravillosas y universales. Esas fantasías de amor.
Cuando alguien me pregunte cómo lo hice
contestaré que no lo hice.
Contestaré, la clave de mi cuerpo es un secreto. Más allá de mi cuerpo.
Soy una hembra para ser amada
por mil amantes enardecidos de furia y ganas de trabajar.
Una hembra,
capaz de entregarse a un mequetrefe para hacerlo cantar.
A veces me pierdo en profundidades femeninas, para inventar la poesía.
Después, el resto del tiempo,
para esos mil amantes llenos de fuego y basura,
para contarme mientras hacemos el amor, rápidamente,
porque es necesario volver al trabajo, a la muerte.
Soy esa hembra de amor y de trabajo, y ahora, pueden venir los maricones o alguna señorita a decir que los poetas no tenemos
tetas. Los poetas tenemos unas tetas de leche azucarada y azul tinta increíble, mi bebé alado, mi bebé enloquecido de leche y estragos interiores. Palabras, palabras en voz alta delante de mamá.
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