Poesía y Psicoanálisis (1971-1991) Miguel Oscar Menassa -1995

 

1983 -MADRID
PSICOANÁLISIS Y VIDA COTIDIANA 

Al hacerme responsable de dar la conferencia, como es mi costumbre, he trabajado unos textos y después la he escrito. Como tuve la desgracia de enterarme que tenía que dar esta conferencia hace más de tres meses, muchos fueron los textos que fui leyendo teniendo como ilusión, mientras los leía, que me iban a ser útiles para preparar esta exposición. Y después la escribí. Como la conferencia era pequeña, yo la vivía pequeña, tenía apenas cuatro o cinco páginas de máquina a doble espacio, sobre todo comparado con todo lo que yo había estado leyendo esta vez, había conseguido robar muy poco, pensé. Había leído casi mil páginas y había conseguido llevarme solamente cuatro, sobre notas que fui tomando mientras hacía esta lectura. Comienzo con los borradores de la conferencia para terminar con lo que llamaría la conferencia propiamente dicha.
      El sentido general de la importancia del psicoanálisis en la vida cotidiana -pensando como uno piensa que la vida cotidiana es una articulación-, es producto de una articulación compleja entre la situación de clase del sujeto, la posición inconsciente del sujeto y los modelos ideológicos del Estado.
      Una conferencia hubiese sido estas frases que voy a decir ahora, muy condensadas. Una de las conferencias hubiese sido ver en qué moral sexual cultural vivimos nosotros y cuáles son las desviaciones que se producen por no poder soportar, el hombre mismo, esa moral sexual cultural que se impuso. Es decir, la exposición hubiese versado sobre nuestra cultura actual, donde nuestra moral sexual cultural permite la procreación dentro de los márgenes establecidos como legales. Frente a la imposibilidad de cumplir «humanamente» con las exigencias que imponía esta moral, el hombre masculino genera una doble moral. Esta doble moral, más allá de indicar un poder, indica fundamentalmente que el sistema social ha fracasado. Ha fracasado porque la segunda moral donde el hombre puede lo que la mujer no puede, más que el poder del hombre sobre la mujer muestra cómo el sistema social generado sobre esa moral sexual cultural de la reproducción en legalidad, se hace insoportable no solamente para el hombre, a quien se le genera una segunda moral para que pueda soportar semejantes leyes y exigencias, sino también para la mujer.
      Esa conferencia que no voy a dar hoy, mostraba en esta encrucijada una vida cotidiana que posibilita para la mujer tres alternativas: la insatisfacción sexual, la infidelidad, o bien -y por último- la enfermedad mental. Hubiésemos tratado de demostrar que esta moral sexual cultural es la que nos rige actualmente y que estos modelos ideológicos funcionan en nosotros inconscientemente. Y hubiésemos descrito los modos, los modales en que el sujeto queda sujetado a estos modelos que después son su vida cotidiana.
      En la conferencia que voy a dar, voy a hablar más en general sobre la vida cotidiana y voy a tratar de apuntar las fracturas por donde se haría posible alterar nuestra vida cotidiana, las fisuras, las posibilidades del hombre actual de poder alterar verdaderamente sus propias circunstancias.
      En las conferencias anteriores, donde se trabajó sobre la importancia del psicoanálisis en la medicina, en la psiquiatría, en la psicoprofilaxis, en la educación y en los grupos, la importancia era una importancia sobre la mirada del observador. Es decir, que la importancia del psicoanálisis en la educación no recaía sobre el niño sino sobre los educadores y sobre los padres. Para que se entienda mejor, en la psiquiatría despsiquiatrizar quería decir psicoanalizar al psiquiatra y a la psiquiatría.
      En la psicoprofilaxis nos quedó claro que la importancia no recaía sobre el niño, sobre el recién nacido, sobre el niño a nacer, sino que al niño se lo tomaba como producto-efecto de un trabajo realizado por el padre, la madre, los abuelos, la comadrona, el médico y la institución donde se iba a realizar ese proceso.
      En cambio hoy, perdidos los posibles límites científicos a los cuales podíamos aspirar con la medicina, con la psiquiatría, nos encontramos frente a la magnífica ideología, nos encontramos frente a los ojos del mundo, ya que como ustedes saben, tener una ideología es tener una visión del mundo. Cuando nos enfrentamos a la vida cotidiana, nos enfrentamos a la magnificencia de la ideología, a la omnipotencia de la realidad. Porque si el campo ideológico no es otra cosa que el desarrollo de la vida de los sujetos, es precisamente donde hablamos de modelos ideológicos del Estado cuando se determina de una o de otra manera cómo se debe pensar, cómo se debe amar; cuando precisamente nosotros sabemos que la realidad, el campo de la ideología, es la metáfora de todo lo posible.
      Quiere decir -aunque todavía no nos demos cuenta- que todo pacto que acepte para vivir mi realidad tendrá que ser a condición que se me permita además de ser eso, ser otra cosa. Perdidos los límites, imprecisos los límites, tan imprecisos los límites que si en las conferencias anteriores el objeto del psicoanálisis era el concepto inconsciente y sólo podía servir como instrumento en determinadas condiciones absolutamente pautadas por la articulación de la teoría, el método y la técnica psicoanalítica, hoy en nuestra vida cotidiana, en el campo de la ideología, el inconsciente es la mayoría de las veces lo que desconocemos, es decir, nuestra ignorancia, lo que no sentimos, es decir, nuestra mutilación. Campo donde las palabras pierden sus articulaciones previstas para combinarse con los sistemas imaginarios de las personas, de los hombres. Si cuando tratábamos de formular un concepto lo importante en su producción era que no llevaría nombre ni apellido, porque si no llegaba a ser un concepto, hoy se nos ocurrió hablar de un campo, de un sistema, nuestra vida, donde todo lo que toquemos, todo lo que podamos imaginar, llevará de alguna manera nuestro nombre y apellido. Es el lugar donde asienta la personalidad; cómo no disculpar a quien me dice que su manera de ser lo lleva a amar mujeres altas y delgadas, sin embargo sé que cualquiera de nosotros se opondría a que yo explique, dando como fundamento mi personalidad, la teoría de la relatividad.
      En un campo donde todo está permitido porque el mismo juego de pasiones me lleva como hombre a darme cuenta que, en esas diferencias imaginarias con el otro, existo como hombre, hace difícil el establecimiento de la Más allá de nuestra propia crítica estoy diciendo que los modelos ideológicos del Estado vienen a poner un orden al supuesto polimorfismo que adquirirían las relaciones humanas libradas a sus posibilidades.
      Hablando del amor Freud nos dirá: la locura no es patrimonio de valientes sino más bien atributo, posibilidad de todo sujeto humano que para serlo, haya tenido que atravesar de una u otra manera la constelación edípica. Para que resulte cotidiano podemos leer en Freud: Sólo pueden amar o sufrir, por no poder amar, aquellos seres que hayan nacido de padre y madre humanos distintos pero semejantes, sujetos a su vez por haber nacido de la misma manera, es decir, de humanos entre humanos, una carne amorosa y hostil siempre al compás sonoro de las palabras.
      Y lo digo, sin dar más vueltas, ahí en los alrededores del nacimiento, mezclados con la proteína de la leche materna, van haciéndose carne en el pequeño niño los modelos ideológicos, que si no entran por la boca, entrarán por cualquier parte de su piel, por su sonrisa, por cualquiera de sus movimientos ya que si bien puede faltar la leche materna, nunca falta una piel, nunca falta una sonrisa, nunca falta un sinfín de movimientos amorosos y a la vez contradictorios.
      He dicho esto para poder decir algo que realmente me inquieta. Es bastante más fácil abandonar a los padres que abandonar los modelos ideológicos por ellos impartidos. Tanto esto es así, que nosotros hemos llegado a pensar que los padres no están ahí para ser, sino están ahí para transmitir en el niño el mensaje, la ideología que cuando le toque ser grande, el niño, transmita a su vez.
      A este punto seguir escribiendo la conferencia era para mí -como voy a leer- muy complejo, en tanto había alguien en mí, alguien que se entretuvo pensando que tal vez era suficiente, que bien podríamos ponernos a conversar sobre la vida cotidiana o bien, hacer que la vida cotidiana fueran estas palabras y nos acercaríamos para conversar tranquilamente, sin miedo a las palabras, como si las palabras fueran nuestra propia vida cotidiana y así viviríamos unidos por esos lazos invisibles y sólo seríamos un hombre y una mujer cuando nos halláramos en plena conversación. Y si soportamos ahora esta nueva situación creada, durante siglos, entonces modificaríamos nuestra vida cotidiana; tan inquietante y, sin embargo, tan igual a sí misma.
      En este punto es donde yo no sabría cómo seguir, voy a recurrir a una escritura que por lo menos a mí me permite la posibilidad de tener alguna ilusión -si ustedes quieren- o una vía de acceso a la transformación de la vida que he concebido yo mismo como hombre y que ahora no puedo soportar como tal.

La fe,
         hechos,
                    ciega acción,
                                       transformándose,
en pasiva carne,
                        destinada,
                                       a la reproducción de sentidos.
La comprensión,
                         actos,
                                  donde los hechos,
fueron transformados por las palabras,
                                                         ordenados,
en una relación social
                                y son ahora,
herramienta,
                  para leer,
                                en las ideologías,
                                                         instrumentos
para la construcción,
de nuevos modelos ideológicos,
                                                es decir, en general,
nuevas maneras de vivir.
El hombre
                que transforme su fe en comprensión,
(y comprenderán aquéllos,
                                        decididos a vivir,
en un mundo
                   poblado
                                de otros hombres,
                                                           además,
de él mismo y sus quimeras.)

Ese hombre que pueda comprender
                                                      robará a su ceguera
fugaces estallidos de colores.
Dejará
           de ver la parcialidad
que sus circunstancias históricas,
                                                 le imponen,
para ver el resplandor,
                                  de la universalidad de su ser,
que las mismas
                       circunstancias históricas,
                                                            le permiten.
Un hombre, una mujer,
una particular combinación arbitraria,
                                                       de relaciones y materia,
pueden,
            de algún modo,
                                   elegir.
                                            Digamos:
                                                          el poeta
                                                                      ama la libertad.
Pero solamente elige
                               cuando permite que lo externo,
                                                                              rasgue,
aunque más no sea,
                             el andamiaje ideológico,
ordenador de su mirada.
Una especie de vacilación mortal
                                                  y después,
                                                                  somos hombres.
Una mirada decimos,
que suponga simultáneamente que en su orden ideológico,
haya ocurrido,
                      una fractura,
en el exacto,
                   tiempo de mirar,
un corrimiento.
                      Corrimiento,
                                         sin el cual,
                                                        siempre se tratará,
de un todo unitario,
                             cualquiera
                                             haya sido el polo
que dominó el movimiento.
Porque como ya sabemos,
                                        la famosa dialéctica,
no se sostiene sola. (Un número dos intachable,
o su consecuencia lógica,
                                      el número tres,
                                                            o bien,
como todos sabemos,
                                 la conocida detención mortal,
en el número cuatro.
                              Cifras,
                                        -que aunque lo parezcan-
no van más allá de la familia cristiana).
Instante y mirada,
                           condensación,
de todos los elementos que la constituyeron,
constitución de una síntesis,
                                         un cambio,
                                                         no de nivel,
-como habitualmente se dice-
                                            sino más bien,
un verdadero cambio de mundo.
A esta posibilidad de transformación de nuestra vida cotidiana, 
                                                                                       el enemigo: 
yo mismo.
               Enjuto, solitario,
más cerca de lo inanimado,
                                         que de lo animal.
                                                                  Soy también,
esa flor marchita que aborrecemos.
                                                    Esa dureza,
desprovista de sentidos.
                                    Quiero decir,
el estallido -estético si ustedes quieren-
                                                           traerá conflictos.
Un algo,
             que se erige como opuesto a un algo.
Un sentido,
                 y su posibilidad de movimiento,
contra la nada,
                      contra la carne,
                                             pasivamente sujeta.
Ya que dolor,
                     habrá siempre,
                                           pero sólo
sólo podrá iniciar su metamorfosis,
sólo se podrá iniciar el camino de la desaparición del dolor cuando,
una pequeña llama de placer,
                                            surque el espacio
de ese dolor
es decir,
cuando el dolor tenga con qué compararse,
si no la existencia será,
                                  en ese camino de dolor,
más allá de nosotros.
Lo que se hace carne en mí,
                                          son las ideas dominantes.
Mi cuerpo,
                 mi propio cuerpo
es el campo de batalla del encuentro,
preciado botín del vencedor,
                                           único,
y verdadero enemigo de una nueva idea.
                                                            Un cuerpo,
mirando y haciendo,
                              según el color,
del cristal ideológico que lo cobija.

Freud se pregunta, se admira más que preguntar, tratando de descubrir cómo es posible escapar a esta determinación tan brutal de los modelos ideológicos. Buscando ese escape dice: si por lo menos pudiéramos descubrir en nosotros o en alguno de nuestros semejantes una actividad afín de algún modo a la composición poética. Por otra parte dice Freud: cómo los poetas se encargan de romper la distancia existente entre las personas normales y su singularísima personalidad, diciendo -Freud dice que los poetas dicen- que en cada hombre hay un poeta y que la poesía morirá cuando muera el último hombre. Abusándose de sus ganas de encontrar en una persona normal -él o un semejante- un mecanismo parecido al de la creación poética, y llevado por la alegría de los poetas de pensar que en cada hombre anida un poeta, Freud encuentra esta semejanza y nos dice, los niños juegan, para jugar producen lo que la psiquiatría llamaría ilusión, es decir, basándose en objetos reales el niño juega. Que la diferencia no es que al juego se antepone la seriedad sino que al juego se le antepone la realidad. Pero, teniendo en cuenta como muy importante que, para jugar, el niño nunca juega sin realidad, aunque sí puede jugar sin otro. Las pautas de crecimiento actuales -y cuando digo actuales hablo de los últimos 5.000 años- las pautas actuales de convivencia, van llevando al niño a una represión en su jugar. El hombre maduro, la mujer madura, tienen prohibido jugar. Pero el hombre jamás abandona algo que le haya dado placer y el juego a los niños les da placer, por la tanto el hombre maduro no renuncia a jugar sino que sustituye jugar por fantasear. Para que el juego se transforme en fantasía es necesario abolir la realidad. El sentido de esta fantasía tiene el mismo sentido que el juego en el niño, en tanto el juego en el niño era la tendencia a abolir la realidad porque en la mayoría de sus juegos el niño juega a ser grande, es decir, el niño juega a estar en otro tiempo del que está. El niño no es que muestre su juego a los adultos, aunque la mamá diga por todo el barrio que el nene le sonríe, que el nene le juega, pero, es verdad, el niño, la niña no ocultan sus juegos a los mayores, porque en sus juegos no hay nada que los avergüence, porque el deseo de ser mayor expresado en el juego es moral para un niño. En esa no renuncia a jugar del adulto donde no renuncia y sustituye el juego por sus fantasías, nos encontramos con una diferencia de aquello que llamábamos juego. El hombre actual, moderno, atómico, silvestre, desprejuiciado, alocado, alucinado, drogadicto, amante en general, tiene miedo de confesar sus fantasías, porque en sus fantasías hay deseos que le avergüenzan, primera diferencia con los juegos. El niño jugaba y si bien no mostraba, no ocultaba; el hombre adulto, la mujer adulta, ocultan sus fantasías, suponemos que hay algo en sus fantasías que les da vergüenza. Además podemos suponer que si yo no puedo relatar mis fantasías he de suponer que soy el único capaz de producir semejante producción fantástica. Quiero decir que no solamente oculto mis fantasías al resto de los hombres, sino que niego la existencia de otros hombres porque no puedo atribuirle a los otros hombres la posibilidad de producir fantasías.
      Un amigo de Freud un día le dijo: ustedes los psicoanalistas son muy ambiciosos, cuando el paciente dice que sí, confirma la interpretación, cuando dice que no, la niega que es una manera de aceptarla. Si bien esto no es exactamente cierto sino que es un chiste, habrá que investigar cuál es el deseo sexual inconsciente que produce, en esa relación entre Freud y su amigo, el chiste. Pero sin embargo es verdad que ahí donde aparecía un no en la realidad, ahí donde aparecía un ocultamiento, ahí donde aparecía algo raro, era donde el psicoanálisis iba a investigar. Antes de investigar el juego de los niños -pasaron muchos años antes de que el psicoanálisis lo investigara- que como habíamos visto transcurría sin culpa y sin vergüenza, lo primero que le tocó investigar fue la fantasía de los adultos porque la fantasía de los adultos venía con un no, venía con vergüenza, con inhibiciones, con culpas.
      No hay muchas fantasías sino tres o tres grandes tipos de fantasías: las fantasías eróticas, las fantasías egoístas y las fantasías ambiciosas. En el estudio -además de ver estos tres grandes grupos de fantasías- Freud llega a disculparse y dice, sin creer que quiero determinar una ley, he visto, hemos comprobado, que en la mujer se da directamente la fantasía erótica y en el hombre se da indirectamente la fantasía erótica.
      Es decir, a simple vista -dice Freud- cuando ella habla de sus fantasías, la mayoría de las veces son del género erótico. Cuando él relata sus fantasías, a primera vista son egoístas y ambiciosas y todas tienden a aumentar la personalidad y son en beneficio propio. Tomando más en serio el problema -dice Freud- vemos, en el recorrido heroico del hombre conquistando con su egoísmo, con su ambición el mundo, siempre, en todos los casos, una dama, a quien voy a ofrecerle el botín, el triunfo, el honor, la gracia, el poema. Quiere decir que parece ser que, por lo menos, a nivel de las fantasías, la mujer no necesitaría rodeos para poder fantasear -después vamos a ver que tiene problemas para expresar- y que el hombre necesita un rodeo. En última instancia no sabemos muy bien si los deseos egoístas y ambiciosos no han de ser formaciones secundarias para que Eros no impere como muerte, para que Eros siga siendo Eros, tuvieron que surgir, secundariamente, los deseos ambiciosos, los deseos de competencia, de producción
social, de guerra, de dominación.
      Si esto es así, Freud, sigue preguntándose -y nosotros- cuál es la fisura, él nos sigue llevando al terreno del arte, al terreno de la poesía. El arte -dice- consigue conciliar estos dos mundos: el mundo de la realidad y el mundo del deseo. El arte consigue -dice- no trata, no intenta, consigue conciliar ambos principios por un camino muy peculiar. El artista es originariamente un hombre que se aparta de la realidad porque no se resigna a aceptar la renuncia a la satisfacción de los instintos, por ella exigida en primer término, constituyendo con sus fantasías merced a dotes especiales admitidas por los demás hombres como correctas, imágenes de la realidad. Llega a ser así realmente, en cierto modo, el héroe, el rey, el creador, el amante que deseaba ser, sin tener que dar el enorme rodeo que significaría la modificación real del mundo exterior a ello conducente. Pero si lo consigue es tan sólo porque los demás hombres entrañan igual insatisfacción ante la renuncia impuesta por la realidad y porque esta satisfacción resultante de la sustitución del principio del placer por el principio de la realidad, es por sí misma una parte de la realidad. Los medios con los que el poeta consigue los efectos emotivos que sus creaciones despiertan, no los hemos tocado aún, indicaremos por lo menos cuál es el camino que conduce desde nuestros estudios sobre las fantasías a los problemas de los efectos poéticos.
      Dijimos antes que el soñador oculta cuidadosamente a los demás sus fantasías porque tiene motivos para avergonzarse de ellas. Añadiremos ahora que aunque él se decidiera a comunicarnos sus fantasías, no nos produciría con tal revelación placer ninguno, tales fantasías cuando llegan a nuestro conocimiento, nos parecen repelentes o al menos nos dejan completamente fríos. En cambio, cuando el poeta nos hace presenciar sus juegos, o nos cuenta aquello que nos inclinamos a explicar como sus personales sueños diurnos, sentimos un elevado placer que afluye seguramente de muy diversas fuentes. Cómo lo consigue el poeta es su más íntimo secreto; en la técnica de la superación de aquélla repugnancia relacionada indudablemente con las barreras que se alzan entre cada yo y los demás. Ahí, en esa superación de la repugnancia que separa cada yo de los demás, está -dice Freud- el arte poético.
       Dos órdenes, de medios de esta técnica se nos revelan fácilmente. El poeta mitiga el carácter egoísta del sueño diurno por medio de modificaciones y ocultaciones, y nos soborna con el placer puramente formal, o sea con el placer estético que nos ofrece en la exposición de sus fantasías. A tal parecer que nos es ofrecido para facilitar con él la génesis de un placer mayor procedente de zonas psíquicas más hondas, lo designamos con el nombre de prima atracción o placer preliminar. Todo el placer estético que el poeta procura, entraña este carácter de placer preliminar, y el verdadero goce de la obra poética produce las descargas de tensiones dadas en nuestro espíritu, quizás contribuye no poco a este resultado positivo el hecho de que el poeta nos pone en situación de gozar en adelante sin avergonzarnos, ni hacernos reproche alguno de nuestras propias fantasías.
       Ahora directamente la conferencia.
       Llamamos vida cotidiana al espacio tiempo de nuestra vida producido por dos sobredeterminaciones: la determinación social y la determinación inconsciente, y una imposición variable: los modelos ideológicos del Estado. Las tres variables en juego hacen imposible al sujeto tener una vida cotidiana que escape a la articulación entre su posición de clase, su enfermedad mental y los modelos ideológicos del Estado. La libertad del hombre queda reducida a las fisuras que se produzcan en dicha articulación. Quiero decir, la libertad casi no existe y cuando existe es considerada como delincuencia, como locura o como inmoralidad.
       Para comenzar a cualificar lo que digo, recurro, como tantos otros recurrieron, entre ellos Freud, a la señora poesía.
 
Soy un hombre moderno.
Atado de pies y manos, decido el vuelo.
Al principio me arrastraré y con el tiempo,
podré levantar un poco la cabeza.
                                                  Veré el cielo.
El infinito cosmos será,
mis pequeñas cadenas y mis babas.
Al principio conseguiré comida y me la robarán,
después, también, aprenderé a cuidar la comida.
Otra cadena más.
Y así con el tiempo podré cuidar mi dinero,
otro eslabón se cierra y otro más,
y tendré hijos, y serán mis hijos,
y tendré que conseguir comida para ellos,
y aprender a cuidarla.
Y mientras cuido la comida y no dejo
que me arrebaten mi dinero,
tendré que tener, educación para mis hijos, 
para que el infinito cosmos sea,
sus pequeñas cadenas y sus babas.
y también habré de conseguirme un amor, 
como se consiguen los puestos de trabajo, 
y cuidar ese amor con mi propia vida,
y no es precisamente un eslabón lo que se cierra sobre mí, 
hombre moderno,
sino,
los propios tentáculos de la muerte.

Al hombre moderno se lo piden todo. Hasta tiene que entregar la educación de sus hijos y después aún el propio cuerpo de sus hijos. A él, como castigo, se lo deja vivo para presenciar el desastre. A la cultura, como todos sabemos, se ingresa de cualquier manera. Si no has podido con las letras o con las artes y si no has podido sobresalir, ni en tus estudios, ni en tu profesión, y si, por último, las mujeres o los hombres te consideran uno o una del montón entrarás en la Cultura como ciudadano medio, mediocre y por lo tanto desconocido y sin embargo has de tener tu monumento. Y si sólo puedes ser eso y no lo soportas, terminarás entrando en la cultura por el diván de algún psicoanalista.
      Y si ni siquiera puedes alcanzar ese ser eso, puedes todavía tener tus esperanzas: a los subnormales los reeducamos y a los locos los encerramos en el hospicio.
       Y si horrorizado por semejante injusticia, quieres tomar justicia con tu propia mano, te cortarán la mano, y si ahora, protestas por la mano que te falta, irás a la cárcel y si en la cárcel te parece injusto haber perdido tu nada de libertad, te matarán: alguien te matará.
       Me resulta difícil plantear en el desarrollo de una sola conferencia los modos de una articulación posible, porque de poder, me doy cuenta, estaría abriendo el camino de una posible teoría de las ideologías. Ya que no sólo el sujeto social es ciego a lo que lo sobredetermina, y el sujeto psíquico está determinado inconscientemente, sino que la articulación con las formas del poder ideológico se produce, si no inconscientemente, por lo menos fuera de la conciencia del sujeto. Con lo que las formas de hacer consciente, concientizar o, todavía, más madrileño, mentalizar, nos hablan en todos los casos de una intelectualización bastante alejada de la verdad, cuando se trata de saber cómo cristaliza en nuestra vida cotidiana la ideología dominante.
       Repasando, junto con ustedes, que la teoría del valor puede llegar a dar cuenta de los modos en que el hombre es sujetado, como producto-efecto de las relaciones de producción a una posición social. Y el hombre, el famoso hombre, deja de ser sencillamente un hombre en general, para transformarse en un burgués, en un trabajador, en un pequeño burgués, es decir un intelectual, en un pequeño trabajador es decir un lumpen, un marginado. Sin embargo, desarrollos posteriores teórico-técnicos, y ciertos fracasos en estos desarrollos, mostraron a la teoría del valor impotente para dar cuenta de los modos de dos producciones que llamaremos universales. Producciones que llamamos universales por haberse comprobado su existencia en diferentes tipos de sociedades humanas y sus modos han permanecido inalterables a pesar de los infinitos cambios que se produjeron en la familia, el Estado y los modos de producción.
       Y cuáles -habremos de preguntarnos- son esas maravillas. y para responder utilizaremos algo muy convincente, por ejemplo un pie de página de casi todas las ediciones de El Capital, donde Marx revela no saber absolutamente nada ni del amor ni de la poesía. Había un hombre -estaba claro- que se le escapaba a la teoría del valor. La teoría del valor -quedaba claro- carecía por ser ella misma otra cosa de una teoría del sujeto psíquico, es decir, carecía del instrumento para poder determinar el hecho de que la poesía y el amor no tienen fronteras.
       Los practicantes de la teoría del valor, practicaron mal entre otras cosas, por no disponer de instrumentos apropiados de lectura de fenómenos «humanos» que escapaban a la teoría del valor y su práctica. Como ejemplo, y para que esto resulte cotidiano, diré que lo cotidiano era lo que se le escapaba a la teoría del valor.
       ¿Cómo es posible que después de tantas guerras, tantas muertes, tantas transformaciones, tantas iniquidades, tanta valentía, aún odiemos y amemos como nuestros antepasados? ¿Cómo es posible que aún seamos envidiosos, torpes, personales, individualistas, avaros, déspotas? ¿Cómo es posible que la codicia anide en nuestro ser, cómo es posible que todavía aniden en nuestro ser, la voluntad de poder, el ansia de matar, morir? Quiero decir ¿cómo es posible desear, amar a esa mujer, después de tanto?
       Seguramente algún poeta ruso se habrá suicidado al compás de estas preguntas inauditas. Maiacovsky me lo dijo al oído, considerando que yo también soy un poeta: me mato porque Stalin no sabe nada del amor, me mato porque el pueblo, tampoco puede con mis versos.
       Siguiendo nuestro repaso -y ya para finalizar- diremos que la teoría del inconsciente viene a poner algunas cosas en su sitio, aunque no todas, ya que del amor lo dirá casi todo y de la poesía sólo podrá nombrarla como su objeto a, quiero decir, eso permanentemente cercano, pero lejano, que no puedo poseer ni ser, pero deseo. Y ahora ya lo podemos decir: ¡Cuántos murieron en tu nombre, teoría del inconsciente, sin poder encontrar la poesía, la vida cotidiana!

 

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