1983 -MADRID
PSICOANÁLISIS Y VIDA COTIDIANA
Al
hacerme responsable de dar la conferencia, como es mi costumbre, he trabajado
unos textos y después la he escrito. Como tuve la desgracia de enterarme que
tenía que dar esta conferencia hace más de tres meses, muchos fueron los
textos que fui leyendo teniendo como ilusión, mientras los leía, que me iban a
ser útiles para preparar esta exposición. Y después la escribí. Como la
conferencia era pequeña, yo la vivía pequeña, tenía apenas cuatro o cinco
páginas de máquina a doble espacio, sobre todo comparado con todo lo
que yo había estado leyendo esta vez, había conseguido robar muy poco, pensé.
Había leído casi mil páginas y había conseguido llevarme solamente cuatro,
sobre notas que fui tomando mientras hacía esta lectura. Comienzo con los
borradores de la conferencia para terminar con lo que llamaría la conferencia
propiamente dicha.
El
sentido general de la importancia del psicoanálisis en la vida cotidiana
-pensando como uno piensa que la vida cotidiana es una articulación-, es
producto de una articulación compleja entre la situación de clase del sujeto, la
posición inconsciente del sujeto y los modelos ideológicos del Estado.
Una
conferencia hubiese sido estas frases que voy a decir ahora, muy condensadas.
Una de las conferencias hubiese sido ver en qué moral sexual cultural vivimos
nosotros y cuáles son las desviaciones que se producen por no
poder soportar, el hombre mismo, esa moral sexual cultural que se impuso. Es
decir, la exposición hubiese versado sobre nuestra cultura actual, donde
nuestra moral sexual cultural permite la procreación dentro de los márgenes
establecidos como legales. Frente a la imposibilidad de cumplir «humanamente»
con las exigencias que imponía esta moral, el hombre masculino genera una
doble moral. Esta doble moral, más allá de indicar un poder, indica
fundamentalmente que el sistema social ha fracasado. Ha fracasado porque la
segunda moral donde el hombre puede lo que la mujer no puede, más que el poder
del hombre sobre la mujer muestra cómo el sistema social generado sobre esa
moral sexual cultural de la reproducción en legalidad, se hace insoportable
no solamente para el hombre, a quien se le genera una
segunda moral para que pueda soportar semejantes leyes y exigencias, sino
también para la mujer.
Esa
conferencia que no voy a dar hoy, mostraba en esta encrucijada una
vida cotidiana que posibilita para la mujer tres alternativas: la
insatisfacción sexual, la infidelidad, o bien -y por último- la enfermedad
mental. Hubiésemos tratado de demostrar que esta moral sexual cultural es la
que nos rige actualmente y que estos modelos ideológicos funcionan en nosotros
inconscientemente. Y hubiésemos descrito los modos, los modales en que el
sujeto queda sujetado a estos modelos que después son su vida cotidiana.
En la conferencia que voy a dar, voy a hablar más en
general sobre la vida cotidiana y voy a tratar de apuntar las fracturas por
donde se haría posible alterar nuestra vida cotidiana, las fisuras, las
posibilidades del hombre actual de poder alterar verdaderamente sus propias
circunstancias.
En las conferencias anteriores, donde se trabajó sobre
la importancia del psicoanálisis en la medicina, en la psiquiatría, en la
psicoprofilaxis, en la educación y en los grupos, la importancia era una
importancia sobre la mirada del observador. Es decir, que la importancia del
psicoanálisis en la educación no recaía sobre el niño sino sobre los
educadores y sobre los padres. Para que se entienda mejor, en la psiquiatría
despsiquiatrizar quería decir psicoanalizar al psiquiatra y a la psiquiatría.
En la psicoprofilaxis nos quedó claro que la
importancia no recaía sobre el niño, sobre el recién nacido, sobre el niño a
nacer, sino que al niño se lo tomaba como producto-efecto de un trabajo
realizado por el padre, la madre, los abuelos, la comadrona, el médico y la
institución donde se iba a realizar ese proceso.
En cambio hoy, perdidos los posibles límites
científicos a los cuales podíamos aspirar con la medicina, con la
psiquiatría, nos encontramos frente a la magnífica ideología, nos encontramos
frente a los ojos del mundo, ya que como ustedes saben, tener una ideología es
tener una visión del mundo. Cuando nos enfrentamos a la vida cotidiana, nos enfrentamos a la
magnificencia de la ideología, a la omnipotencia de la
realidad. Porque si el campo ideológico no es otra cosa que el desarrollo de la
vida de los sujetos, es precisamente donde hablamos de modelos ideológicos
del Estado cuando se determina de una o de otra manera cómo se debe pensar,
cómo se debe amar; cuando precisamente nosotros sabemos que la realidad, el
campo de la ideología, es la metáfora de todo lo posible.
Quiere decir -aunque todavía no nos demos cuenta-
que todo pacto que acepte para vivir mi realidad tendrá que ser a condición
que se me permita además de ser eso, ser otra cosa. Perdidos los límites,
imprecisos los límites, tan imprecisos los límites que si en las conferencias
anteriores el objeto del psicoanálisis era el concepto inconsciente y sólo
podía servir como instrumento en determinadas condiciones absolutamente
pautadas por la articulación de la teoría, el método y la técnica
psicoanalítica, hoy en nuestra vida cotidiana, en el campo de la ideología, el
inconsciente es la mayoría de las veces lo que desconocemos, es decir, nuestra
ignorancia, lo que no sentimos, es decir, nuestra mutilación. Campo donde las
palabras pierden sus articulaciones previstas para combinarse con los sistemas imaginarios de las
personas, de los
hombres. Si cuando tratábamos de formular un concepto lo importante en su
producción era que no llevaría nombre ni apellido, porque si no llegaba a ser
un concepto, hoy se nos ocurrió hablar de un campo, de un sistema, nuestra
vida, donde todo lo que toquemos, todo lo que podamos imaginar, llevará de alguna manera
nuestro nombre y apellido. Es el lugar donde asienta la personalidad; cómo no
disculpar a quien me dice que su manera de ser lo lleva a amar mujeres altas y
delgadas, sin embargo sé que cualquiera de nosotros se opondría a que yo
explique, dando como fundamento mi personalidad, la teoría de la relatividad.
En un campo donde todo está permitido porque el mismo juego de
pasiones me lleva como hombre a darme cuenta que, en esas diferencias imaginarias con el otro, existo
como hombre, hace difícil el establecimiento de la Más allá de nuestra propia
crítica estoy diciendo que los modelos ideológicos del Estado vienen a poner un
orden al supuesto polimorfismo que adquirirían las relaciones humanas libradas a
sus posibilidades.
Hablando del amor Freud nos dirá: la locura no es patrimonio de
valientes sino
más bien atributo, posibilidad de todo sujeto humano que para serlo, haya tenido
que atravesar de una u otra manera la constelación edípica. Para que resulte
cotidiano podemos leer en Freud: Sólo pueden amar o sufrir, por no poder amar,
aquellos seres que hayan nacido de padre y madre humanos distintos pero semejantes,
sujetos a su vez por haber nacido de la misma manera, es decir, de humanos entre
humanos, una carne amorosa y hostil siempre al compás sonoro de las palabras.
Y lo digo, sin dar más vueltas, ahí en los alrededores del nacimiento,
mezclados
con la proteína de la leche materna, van haciéndose carne en el pequeño niño
los modelos ideológicos, que si no entran por la boca, entrarán por cualquier
parte de su piel, por su sonrisa, por cualquiera de sus movimientos ya que si
bien puede faltar la leche materna, nunca falta una piel, nunca falta una sonrisa,
nunca falta un sinfín de movimientos amorosos y a la vez contradictorios.
He dicho esto para poder decir algo que realmente me inquieta. Es
bastante más
fácil abandonar a los padres que abandonar los modelos ideológicos por ellos
impartidos. Tanto esto es así, que nosotros hemos llegado a pensar que los
padres no están ahí para ser, sino están ahí para transmitir en el niño el
mensaje, la ideología que cuando le toque ser grande, el niño, transmita a su
vez.
A este punto seguir escribiendo la conferencia era para mí -como voy a
leer- muy complejo, en tanto había alguien en mí, alguien que se entretuvo pensando que tal vez era suficiente, que bien podríamos ponernos a
conversar
sobre la vida cotidiana o bien, hacer que la vida cotidiana fueran estas palabras
y nos acercaríamos para conversar tranquilamente, sin miedo a las palabras, como
si las palabras fueran nuestra propia vida cotidiana y así viviríamos unidos por esos lazos invisibles y sólo seríamos un hombre y una mujer
cuando nos halláramos en plena conversación. Y si soportamos ahora esta nueva
situación creada, durante siglos, entonces modificaríamos nuestra vida
cotidiana; tan inquietante y, sin embargo, tan igual a sí misma.
En este punto es donde yo no sabría cómo seguir, voy a
recurrir a una escritura que por lo menos a mí me permite la posibilidad de
tener alguna ilusión -si ustedes quieren- o una vía de acceso a la
transformación de la vida que he concebido yo mismo como hombre y que ahora no
puedo soportar como tal.
La fe,
hechos,
ciega
acción,
transformándose,
en pasiva carne,
destinada,
a
la reproducción de sentidos.
La comprensión,
actos,
donde
los hechos,
fueron transformados por las palabras,
ordenados,
en una relación social
y
son ahora,
herramienta,
para
leer,
en
las ideologías,
instrumentos
para la construcción,
de nuevos modelos ideológicos,
es
decir, en general,
nuevas maneras de vivir.
El hombre
que
transforme su fe en comprensión,
(y comprenderán aquéllos,
decididos
a vivir,
en un mundo
poblado
de
otros hombres,
además,
de él mismo y sus quimeras.)
Ese hombre que pueda comprender
robará
a su ceguera
fugaces estallidos de colores.
Dejará
de ver la
parcialidad
que sus circunstancias históricas,
le
imponen,
para ver el resplandor,
de
la universalidad de su ser,
que las mismas
circunstancias
históricas,
le
permiten.
Un hombre, una mujer,
una particular combinación arbitraria,
de
relaciones y materia,
pueden,
de algún modo,
elegir.
Digamos:
el
poeta
ama
la libertad.
Pero solamente elige
cuando
permite que lo externo,
rasgue,
aunque más no sea,
el
andamiaje ideológico,
ordenador de su mirada.
Una especie de vacilación mortal
y
después,
somos
hombres.
Una mirada decimos,
que suponga simultáneamente que en su orden ideológico,
haya ocurrido,
una
fractura,
en el exacto,
tiempo
de mirar,
un corrimiento.
Corrimiento,
sin
el cual,
siempre
se tratará,
de un todo unitario,
cualquiera
haya
sido el polo
que dominó el movimiento.
Porque como ya sabemos,
la
famosa dialéctica,
no se sostiene sola. (Un número dos intachable,
o su consecuencia lógica,
el
número tres,
o
bien,
como todos sabemos,
la
conocida detención mortal,
en el número cuatro.
Cifras,
-que
aunque lo parezcan-
no van más allá de la familia cristiana).
Instante y mirada,
condensación,
de todos los elementos que la constituyeron,
constitución de una síntesis,
un
cambio,
no
de nivel,
-como habitualmente se dice-
sino
más bien,
un verdadero cambio de mundo.
A esta posibilidad de transformación de nuestra vida cotidiana,
el enemigo:
yo
mismo.
Enjuto,
solitario,
más cerca de lo inanimado,
que
de lo animal.
Soy
también,
esa flor marchita que aborrecemos.
Esa
dureza,
desprovista de sentidos.
Quiero
decir,
el estallido -estético si ustedes quieren-
traerá
conflictos.
Un algo,
que se erige
como opuesto a un algo.
Un sentido,
y
su posibilidad de movimiento,
contra la nada,
contra
la carne,
pasivamente
sujeta.
Ya que dolor,
habrá
siempre,
pero
sólo
sólo podrá iniciar su metamorfosis,
sólo se podrá iniciar el camino de la desaparición del dolor cuando,
una pequeña llama de placer,
surque
el espacio
de ese dolor
es decir,
cuando el dolor tenga con qué compararse,
si no la existencia será,
en
ese camino de dolor,
más allá de nosotros.
Lo que se hace carne en mí,
son
las ideas dominantes.
Mi cuerpo,
mi propio
cuerpo
es el campo de batalla del encuentro,
preciado botín del vencedor,
único,
y verdadero enemigo de una nueva idea.
Un
cuerpo,
mirando y haciendo,
según
el color,
del cristal ideológico que lo cobija.
Freud se pregunta, se admira más que preguntar,
tratando de descubrir cómo es posible escapar a esta determinación tan brutal
de los modelos ideológicos. Buscando ese escape dice: si por lo menos
pudiéramos descubrir en nosotros o en alguno de nuestros semejantes una
actividad afín de algún modo a la composición poética. Por otra parte dice
Freud: cómo los poetas se encargan de romper la distancia existente entre las
personas normales y su singularísima personalidad, diciendo -Freud dice que los
poetas dicen- que en cada hombre hay un poeta y que la poesía morirá cuando
muera el último hombre. Abusándose de sus ganas de encontrar en una persona
normal -él o un semejante- un mecanismo parecido al de la creación poética,
y llevado por la alegría de los poetas de pensar que en cada hombre anida un
poeta, Freud encuentra esta semejanza y nos dice, los niños juegan, para jugar
producen lo que la psiquiatría llamaría ilusión, es decir, basándose en
objetos reales el niño juega. Que la diferencia no es que al juego se antepone
la seriedad sino que al juego se le antepone la realidad. Pero, teniendo en
cuenta como muy importante que, para jugar, el niño nunca juega sin realidad,
aunque sí puede jugar sin otro. Las pautas de crecimiento actuales -y cuando
digo actuales hablo de los últimos 5.000 años- las pautas actuales de
convivencia, van llevando al niño a una represión en su jugar. El hombre
maduro, la mujer madura, tienen prohibido jugar. Pero el hombre jamás abandona
algo que le haya dado placer y el juego a los niños les da placer, por la tanto
el hombre maduro no renuncia a jugar sino que sustituye jugar por fantasear. Para que el juego se transforme en fantasía es necesario
abolir la realidad. El sentido de esta fantasía tiene el mismo sentido que el
juego en el niño, en tanto el juego en el niño era la tendencia a abolir la
realidad porque en la mayoría de sus juegos el niño juega a ser grande, es decir,
el niño juega a estar en otro tiempo del que está. El niño no es que muestre su
juego a los adultos, aunque la mamá diga por todo el barrio que el nene le
sonríe, que el nene le juega, pero, es verdad, el niño, la niña no ocultan
sus juegos a los mayores, porque en sus juegos no hay nada que los avergüence,
porque el deseo de ser mayor expresado en el juego es moral para un niño. En
esa no renuncia a jugar del adulto donde no renuncia y sustituye el juego por
sus fantasías, nos encontramos con una diferencia de aquello que llamábamos
juego. El hombre actual, moderno, atómico, silvestre, desprejuiciado, alocado,
alucinado, drogadicto, amante en general, tiene miedo de confesar sus
fantasías, porque en sus fantasías hay deseos que le avergüenzan, primera
diferencia con los juegos. El niño jugaba y si bien no mostraba, no ocultaba;
el hombre adulto, la mujer adulta, ocultan sus fantasías, suponemos que hay
algo en sus fantasías que les da vergüenza. Además podemos suponer que si yo
no puedo relatar mis fantasías he de suponer que soy el único capaz de
producir semejante producción fantástica. Quiero decir que no solamente oculto
mis fantasías al resto de los hombres, sino que niego la existencia de otros
hombres porque no puedo atribuirle a los otros hombres la posibilidad de
producir fantasías.
Un amigo de Freud un día le dijo: ustedes los
psicoanalistas son muy ambiciosos, cuando el paciente dice que sí, confirma la
interpretación, cuando dice que no, la niega que es una manera de aceptarla. Si
bien esto no es exactamente cierto sino que es un chiste, habrá que investigar
cuál es el deseo sexual inconsciente que produce, en esa relación entre Freud
y su amigo, el chiste. Pero sin embargo es verdad que ahí donde aparecía un no
en la realidad, ahí donde aparecía un ocultamiento, ahí donde aparecía algo
raro, era donde el psicoanálisis iba a investigar. Antes de investigar el juego
de los niños -pasaron muchos años antes de que el psicoanálisis lo investigara- que como habíamos visto transcurría sin culpa y sin vergüenza, lo
primero que le tocó investigar fue la fantasía de los adultos porque la fantasía
de los adultos venía con un no, venía con vergüenza, con inhibiciones, con
culpas.
No hay muchas fantasías sino tres o tres grandes
tipos de fantasías: las fantasías eróticas, las fantasías egoístas y las
fantasías ambiciosas. En el estudio -además de ver estos tres grandes grupos
de fantasías- Freud llega a disculparse y dice, sin creer que quiero determinar
una ley, he visto, hemos comprobado, que en la mujer se da directamente la
fantasía erótica y en el hombre se da indirectamente la fantasía erótica.
Es decir, a simple vista -dice Freud- cuando ella
habla de sus fantasías, la mayoría de las veces son del género erótico.
Cuando él relata sus fantasías, a primera vista son egoístas y ambiciosas y todas tienden a aumentar
la personalidad y son en beneficio propio. Tomando más en serio el problema
-dice Freud- vemos, en el recorrido heroico del hombre conquistando con su
egoísmo, con su ambición el mundo, siempre, en todos los casos, una dama, a
quien voy a ofrecerle el botín, el triunfo, el honor, la gracia, el poema.
Quiere decir que parece ser que, por lo menos, a nivel de las fantasías, la
mujer no necesitaría rodeos para poder fantasear -después vamos a ver que
tiene problemas para expresar- y que el hombre necesita un rodeo. En última
instancia no sabemos muy bien si los deseos egoístas y ambiciosos no han de
ser formaciones secundarias para que Eros no impere como muerte, para que Eros
siga siendo Eros, tuvieron que surgir, secundariamente, los deseos ambiciosos,
los deseos de competencia, de producción
social, de guerra, de dominación.
Si esto es así, Freud, sigue preguntándose -y nosotros- cuál es la fisura,
él nos sigue llevando al terreno del arte, al terreno de la poesía. El arte
-dice- consigue conciliar estos dos mundos: el mundo de la realidad y el mundo
del deseo. El arte consigue -dice- no trata, no intenta, consigue conciliar
ambos principios por un camino muy peculiar. El artista es originariamente un
hombre que se aparta de la realidad porque no se resigna a aceptar la renuncia a
la satisfacción de los instintos, por ella exigida en primer término,
constituyendo con sus fantasías merced a dotes especiales admitidas por los
demás hombres como correctas, imágenes de la realidad. Llega a ser así
realmente, en cierto modo, el héroe, el rey, el creador, el amante que deseaba
ser, sin tener que dar el enorme rodeo que significaría la modificación real
del mundo exterior a ello conducente. Pero si lo consigue es tan sólo porque
los demás hombres entrañan igual insatisfacción ante la renuncia impuesta por
la realidad y porque esta satisfacción resultante de la sustitución del
principio del placer por el principio de la realidad, es por sí misma una parte
de la realidad. Los medios con los que el poeta consigue los efectos emotivos
que sus creaciones despiertan, no los hemos tocado aún, indicaremos por lo
menos cuál es el camino que conduce desde nuestros estudios sobre las fantasías a los problemas de los efectos poéticos.
Dijimos antes que el soñador oculta cuidadosamente a los demás sus
fantasías porque tiene motivos para avergonzarse de ellas. Añadiremos ahora que
aunque él se decidiera a comunicarnos sus fantasías, no nos produciría con
tal revelación placer ninguno, tales fantasías cuando llegan a nuestro
conocimiento, nos parecen repelentes o al menos nos dejan completamente fríos.
En cambio, cuando el poeta nos hace presenciar sus juegos, o nos cuenta aquello
que nos inclinamos a explicar como sus personales sueños diurnos, sentimos un
elevado placer que afluye seguramente de muy diversas fuentes. Cómo lo
consigue el poeta es su más íntimo secreto; en la técnica de la superación
de aquélla repugnancia relacionada indudablemente con las barreras que se alzan
entre cada yo y los demás. Ahí, en esa superación de la repugnancia que separa cada yo de los demás, está -dice Freud-
el arte poético.
Dos órdenes, de medios de esta técnica se nos revelan
fácilmente. El poeta mitiga el carácter egoísta del sueño diurno por medio
de modificaciones y ocultaciones, y nos soborna con el placer puramente formal,
o sea con el placer estético que nos ofrece en la exposición de sus
fantasías. A tal parecer que nos es ofrecido para facilitar con él la génesis
de un placer mayor procedente de zonas psíquicas más hondas, lo designamos
con el nombre de prima atracción o placer preliminar. Todo el placer estético
que el poeta procura, entraña este carácter de placer preliminar, y el
verdadero goce de la obra poética produce las descargas de tensiones dadas en
nuestro espíritu, quizás contribuye no poco a este resultado positivo el hecho
de que el poeta nos pone en situación de gozar en adelante sin avergonzarnos,
ni hacernos reproche alguno de nuestras propias fantasías.
Ahora directamente la conferencia.
Llamamos vida cotidiana al espacio tiempo de
nuestra vida producido por dos sobredeterminaciones: la determinación social y
la determinación inconsciente, y una imposición variable: los modelos
ideológicos del Estado. Las tres variables en juego hacen imposible al sujeto
tener una vida cotidiana que escape a la articulación entre su posición de
clase, su enfermedad mental y los modelos ideológicos del Estado. La libertad
del hombre queda reducida a las fisuras que se produzcan en dicha
articulación. Quiero decir, la libertad casi no existe y cuando existe es
considerada como delincuencia, como locura o como inmoralidad.
Para comenzar a cualificar lo que digo,
recurro, como tantos otros recurrieron, entre ellos Freud, a la señora
poesía.
Soy un hombre moderno.
Atado de pies y manos, decido el vuelo.
Al principio me arrastraré y con el tiempo,
podré levantar un poco la cabeza.
Veré
el cielo.
El infinito cosmos será,
mis pequeñas cadenas y mis babas.
Al principio conseguiré comida y me la robarán,
después, también, aprenderé a cuidar la comida.
Otra cadena más.
Y así con el tiempo podré cuidar mi dinero,
otro eslabón se cierra y otro más,
y tendré hijos, y serán mis hijos,
y tendré que conseguir comida para ellos,
y aprender a cuidarla.
Y mientras cuido la comida y no dejo
que me arrebaten mi dinero,
tendré que tener, educación para mis hijos,
para que el infinito cosmos sea,
sus pequeñas cadenas y sus babas.
y también habré de conseguirme un amor,
como se consiguen los puestos de
trabajo,
y cuidar ese amor con mi propia vida,
y no es precisamente un eslabón lo que se cierra sobre mí,
hombre moderno,
sino,
los propios tentáculos de la muerte.
Al hombre moderno se lo piden todo. Hasta tiene que entregar
la educación de sus hijos y después aún el propio cuerpo de sus hijos. A
él, como castigo, se lo deja vivo para presenciar el desastre. A la cultura,
como todos sabemos, se ingresa de cualquier manera. Si no has podido con las
letras o con las artes y si no has podido sobresalir, ni en tus estudios, ni en
tu profesión, y si, por último, las mujeres o los hombres te consideran uno
o una del montón entrarás en la Cultura como ciudadano medio, mediocre y por
lo tanto desconocido y sin embargo has de tener tu monumento. Y si sólo puedes ser eso y no lo
soportas, terminarás entrando en la cultura por el diván
de algún psicoanalista.
Y si ni siquiera puedes alcanzar ese ser eso, puedes
todavía tener tus esperanzas: a los subnormales los reeducamos y a los locos los
encerramos en el hospicio.
Y si horrorizado por semejante injusticia, quieres tomar
justicia con tu propia mano, te cortarán la mano, y si ahora, protestas por la
mano que te falta, irás a la cárcel y si en la cárcel te parece injusto haber
perdido tu nada de libertad, te matarán: alguien te matará.
Me resulta difícil plantear en el desarrollo de una
sola conferencia los modos de una articulación posible, porque de poder, me doy
cuenta, estaría abriendo el camino de una posible teoría de las ideologías.
Ya que no sólo el sujeto social es ciego a lo que lo sobredetermina, y el
sujeto psíquico está determinado inconscientemente, sino que la articulación
con las formas del poder ideológico se produce, si no inconscientemente, por lo
menos fuera de la conciencia del sujeto. Con lo que las formas de hacer
consciente, concientizar o, todavía, más madrileño, mentalizar, nos hablan
en todos los casos de una intelectualización bastante alejada de la verdad,
cuando se trata de saber cómo cristaliza en nuestra vida cotidiana la
ideología dominante.
Repasando, junto con ustedes, que la teoría del valor
puede llegar a dar cuenta de los modos en que el hombre es sujetado, como
producto-efecto de las relaciones de producción a una posición social. Y el
hombre, el famoso hombre, deja de ser sencillamente un hombre en general, para
transformarse en un burgués, en un trabajador, en un pequeño burgués, es
decir un intelectual, en un pequeño trabajador es decir un lumpen, un marginado. Sin embargo,
desarrollos posteriores teórico-técnicos, y ciertos fracasos en estos
desarrollos, mostraron a la teoría del valor impotente para dar cuenta de los
modos de dos producciones que llamaremos universales. Producciones que llamamos
universales por haberse comprobado su existencia en diferentes tipos de
sociedades humanas y sus modos han permanecido inalterables a pesar de los
infinitos cambios que se produjeron en la familia, el Estado y los modos de
producción.
Y cuáles -habremos de preguntarnos- son esas
maravillas. y para responder utilizaremos algo muy convincente, por ejemplo un
pie de página de casi todas las ediciones de El Capital, donde Marx revela no
saber absolutamente nada ni del amor ni de la poesía. Había un hombre
-estaba claro- que se le escapaba a la teoría del valor. La teoría del valor
-quedaba claro- carecía por ser ella misma otra cosa de una teoría del sujeto
psíquico, es decir, carecía del instrumento para poder determinar el hecho de
que la poesía y el amor no tienen fronteras.
Los practicantes de la teoría del valor, practicaron
mal entre otras cosas, por no disponer de instrumentos apropiados de lectura de
fenómenos «humanos» que escapaban a la teoría del valor y su práctica.
Como ejemplo, y para que esto resulte cotidiano, diré que lo cotidiano era lo
que se le escapaba a la teoría del valor.
¿Cómo es posible que después de tantas guerras,
tantas muertes, tantas transformaciones, tantas iniquidades, tanta valentía,
aún odiemos y amemos como nuestros antepasados? ¿Cómo es posible que aún
seamos envidiosos, torpes, personales, individualistas, avaros, déspotas?
¿Cómo es posible que la codicia anide en nuestro ser, cómo es posible que
todavía aniden en nuestro ser, la voluntad de poder, el ansia de matar,
morir? Quiero decir ¿cómo es posible desear, amar a esa mujer, después de
tanto?
Seguramente algún poeta ruso se habrá suicidado
al compás de estas preguntas inauditas. Maiacovsky me lo dijo al oído,
considerando que yo también soy un poeta: me mato porque Stalin no sabe nada
del amor, me mato porque el pueblo, tampoco puede con mis versos.
Siguiendo nuestro repaso -y ya para finalizar-
diremos que la teoría del inconsciente viene a poner algunas cosas en su sitio,
aunque no todas, ya que del amor lo dirá casi todo y de la poesía sólo podrá
nombrarla como su objeto a, quiero decir, eso permanentemente cercano, pero
lejano, que no puedo poseer ni ser, pero deseo. Y ahora ya lo podemos decir: ¡Cuántos murieron en tu nombre, teoría del inconsciente, sin poder encontrar
la poesía, la vida cotidiana!
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