FREUD Y LACAN -hablados- 5

Miguel Oscar Menassa -2014

 


EL YO Y EL ELLO

I

 El Yo y el Ello es una obra de Sigmund Freud publicada en el año 1923, es decir, un cuarto de siglo después de la publicación de “La Interpretación de los Sueños”. Una obra creativa, en tanto Freud consigue producir nuevas formalizaciones. Pero no es tanto una obra productiva como una articulación en el sentido clásico de una exposición.

 Freud va a mostrar que para poder concebir el aparato psíquico como Yo, Superyó y Ello, va a tener que utilizar descubrimientos producidos en otros sectores de sus combinaciones, es decir, en libros anteriores.

 Para decir que el Yo, también es inconsciente necesita de circunstancias ajenas a la producción del texto y que provienen de la práctica clínica, ya que la noción de yo inconsciente se produce estudiando las resistencias de los pacientes durante los tratamientos. El Superyó, en realidad, lo produce en “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”, y más bien el proceso de identificación, que terminará uniendo a la constitución misma del Superyó, en realidad lo estudia y lo produce en “Duelo y Melancolía”.

 En “La Interpretación de los Sueños” se inaugura un campo, pero en “El Yo y el Ello” se articulan nociones que se fueron produciendo dentro del campo inaugurado, ésa es la diferencia. Es decir, que si “La Interpretación de los Sueños” se produce trabajando un campo aún no psicoanalítico, lo importante de “El Yo y el Ello” es que el campo psíquico que se trabaja, se trabaja con el instrumento psicoanalítico, la interpretación.

 En la articulación de esas producciones es donde aparece “El Yo y el Ello”. Freud sabe esto mejor que nosotros en tanto los cinco puntos en los cuales divide el trabajo son los siguientes:

 1. Lo consciente y lo inconsciente. La Interpretación de los Sueños.

2. El Yo y el Ello. Todo el proceso del Narcisismo.

3. El Yo y el Superyó. Totemismo, Psicología de las Masas y

análisis del Yo y Duelo y Melancolía.

4. Las dos clases de Instintos. Más allá del Principio de Placer.

5. Las servidumbres del Yo.

 Un collage expositivo que Freud produce como articulación de todas estas investigaciones.

 Sin embargo, Freud nos anuncia que no es exactamente lo mismo. Trabajando “Lo consciente y lo inconsciente”, nos muestra que hay una latencia atravesando todo el texto, entre saber y no saber. No es lo consciente y lo inconsciente en el sentido descriptivo o tópico, sino lo inconsciente en el sentido dinámico.

 La pregunta del capítulo es la pregunta fundamental por el método psicoanalítico: ¿Cómo se hace consciente lo inconsciente?

 Para Freud la conciencia es un órgano perceptual, las representaciones duran poco tiempo en la conciencia y la conciencia como tal órgano perceptual, percibe incompletamente, los fenómenos externos e internos.

 Hay un inconsciente tópico que es el inconsciente que no está en la conciencia, pero hay un inconsciente que puede devenir consciente. En un sentido dinámico ese inconsciente no está reprimido, en tanto, puede aparecer en la conciencia. En cambio hay un inconsciente, que para Freud es el que debe interesarnos, que es el inconsciente reprimido. De lo cual podemos desprender ya nuestra primera ley: Lo reprimido es siempre inconsciente, pero lo inconsciente puede no ser lo reprimido.

 De cualquier manera el néctar del capítulo no es la división entre consciente e inconsciente o la nueva dimensión del sentido tópico o dinámico, sino que lo más importante del capítulo es la resolución entre saber y no saber.

 Freud nos dice: conocer sólo conoce la conciencia. Si conocer sólo conoce la conciencia, los contenidos inconscientes deben devenir conscientes para ser conocidos. Pero no es, dice Freud de manera contundente, que los contenidos inconscientes aparezcan en la conciencia, ni que la conciencia chupe los contenidos inconscientes, sino que la diferencia entre ambos contenidos es el enlace de cada uno a las representaciones verbales. Freud concluye que la única manera de hacer consciente lo inconsciente es por medio de la interpretación psicoanalítica.

Para ir diagramando el nuevo aparato psíquico, rompe la dialéctica de lo consciente y lo inconsciente y la transforma en la dialéctica del Yo coherente y lo reprimido disociado de él.

 Freud quiere hablarnos de algo que ocurre en el Yo y por eso nos habla de las resistencias que visualiza en la práctica clínica, más el concepto que da cuenta de dicha resistencia, es el concepto de represión.

 ¿Qué quiere decir que la resistencia es algo que se verifica en la práctica clínica y que la represión es el concepto teórico que da cuenta de la resistencia?

 Claramente no quiere decir que porque hay resistencia se elabora el concepto de represión, sino que porque en la elaboración teórica el concepto inconsciente –para serlo– necesita estar indisolublemente unido de manera invariante al concepto de represión, es que ahora va a encontrar la resistencia.

 Hay resistencia para que el Yo no se ponga en contacto con lo reprimido, por lo tanto, cuando realizo la práctica psicoanalítica se va a producir resistencia, más ya lo sé teóricamente, no necesito que venga ningún paciente a resistirse para saber que, cuando se produzca el acontecimiento psicoanalítico, habrá resistencia.

 El Yo se resiste porque su función es evitar el contacto con lo reprimido. Entonces no es que me doy cuenta que los pacientes se resisten y escribo la teoría de la represión, sino que escribo la teoría de la represión y, después, denomino resistencia a una cierta actitud de los pacientes correspondiente al designio de la represión: el Yo debe resistirse a todo contacto con lo reprimido.

 Estas resistencias se ejercen de manera inconsciente. Freud aquí le llama inconsciente a que el Yo no tiene conciencia de la resistencia que él mismo opone a la tarea psicoanalítica. En este nuevo paso que da Freud, el Yo queda dividido en consciente e inconsciente y, además, lo reprimido disociado del Yo.

 Si en 1900 en “La Interpretación de los Sueños”, la relación era intersistémica entre el inconsciente y el sistema preconciente-conciencia, ahora 1923 en “El Yo y el Ello”, las relaciones son intersistémicas e intrasistémicas, tanto es que el Yo se relaciona con el Ello y el Superyó, pero además, con una parte inconsciente de sí mismo. El Superyó se relaciona con el Yo y con el Ello, pero además, con un aspecto inconsciente del propio Superyó.

 En “El Yo y el Ello” –segundo punto del capítulo– Freud vuelve a plantear con verdadero entusiasmo, que la diferencia entre el preconciente y el inconsciente, es la unión a las representaciones verbales. Freud vuelve a plantearse que la única posibilidad de una práctica psíquica son las palabras.

 El Principio de placer en el Yo queda ligado a la realidad objetiva del Ello. El Yo a quien las sensaciones son lo que para el Ello el instinto, también queda tocado como el Ello por el poder de los instintos, en tanto el Yo, nos dice Freud, es una parte diferenciada del Ello. Por ser una parte diferenciada, las sensaciones son para el Yo como el instinto para el Ello, pero por provenir del Ello, también sobre el Yo recaen los deseos del Ello, no solamente las sensaciones de la realidad objetiva.

 Este Yo, en principio como el Ello, está regulado por el Principio de placer, principio de placer que en la saciedad produce placer, quietud, inmovilidad, y en la sobrecarga, en el desequilibrio tensional produce displacer, produce movimiento.

 Es decir, que si hubiese siempre placer no habría movimiento. Para Freud la acción sólo es posible cuando el Principio de placer comienza a ser regulado por el Principio de realidad.

 Para que haya acción tiene que haber discernimiento y el discernimiento, es decir, la visualización de las diferencias, acontece en el lugar de la represión. Por lo tanto, el Principio de realidad transforma lo que toca con su mirada (desde la represión del goce primordial con la madre) en acción, es decir, promueve la vida humana.

 “El Yo se conduce en la vida pasivamente y en vez de vivir, somos vividos por poderes ignotos e invencibles” Tomando esta frase de Groddeck ya Freud, comienza a pensar que el deseo es algo que invalida todas las pretensiones yoicas o conscientes de definirse como ser. El ser no pertenece al Yo, en tanto el Yo es vivido por una fuerza que desconoce y esta fuerza es el Ello.

 En el primer punto del capítulo, habíamos dicho que la latencia del texto era entre saber y no saber, y que la diferencia fundamental que va elaborando entre Yo y Ello, es la diferencia entre la reflexión y la pasión. Freud asume que la pasión está en el Ello y la reflexión está en el Yo, pero el Yo proviene del Ello y tiene aspectos inconscientes, lo que nos permite pensar, en ese juego donde la relación es intra-sistémica (entre yo inconsciente y yo consciente), que habremos de observar pasiones del Yo. Y la pasión fundamental del Yo será acumular la libido, restarle libido a los objetos y acumularla en el Yo y a esta pasión Freud habrá de llamar “Narcisismo Secundario”.

 Freud aprovecha en este punto, antes de entrar en el Superyó, en cuanto al Yo inconsciente, para decir que en otras oportunidades cuando le comunica a algún paciente que ha mejorado, sin darse cuenta por qué, aparecen en el paciente regresiones en el sentido de la enfermedad, en una palabra el paciente que había mejorado, empeora. Freud atribuye esto a un sentimiento de culpa inconsciente al que también da las características de funcionar dentro del Yo inconsciente. Es una instancia moral, nos dice y nos remite a “Psicología de las Masas y Análisis del Yo” para ver la conciencia moral que normalmente es consciente pero que, a veces, actúa de manera inconsciente, es decir, como si estuviera incorporada en el sujeto.

 Sin embargo, Freud no está contento del todo con este nuevo aparato psíquico. Habíamos dicho que en principio estaba lo inconsciente y la conciencia, luego en el capítulo de “El Yo y el Ello”, tiene un Yo coherente y lo reprimido disociado del Yo. Después este Yo coherente no es tan coherente porque tiene un aspecto de sí mismo inconsciente y, por último, lo reprimido será el Ello y el Yo será la parte más externa del Ello. Yo que por estar tocado por el Ello, tiene que percibir la realidad exterior y estar sometido a los instintos como lo está el Ello. Por lo tanto hay un Yo regulado por el Principio de placer y otro Yo regulado por el Principio de realidad. Toda la batalla psíquica se da, también, reducida, minimizada, en el Yo.

 Estamos concibiendo la posibilidad de entender, de comprender, de ver si podemos acercarnos a este texto de Freud, tan fundamental, que es “El Yo y el Ello”. Habíamos visto la diferencia que Freud plantea entre el Yo y el Ello y remarcando que el Yo se identifica con la conciencia y el Ello con lo Inconsciente, nos habla de lo fundamental sobre el método psicoanalítico, ya que lo único que puede conocer en el sujeto psíquico es la conciencia, por lo tanto, y conociendo nuestra insistencia, si lo inconsciente quiere ser conocido, tiene que hacerse consciente. Y no es que el inconsciente pase a la conciencia o que la conciencia robe los contenidos del inconsciente, sino que hay una única manera de transformar lo inconsciente en consciente y es mediante la interpretación psicoanalítica. La diferencia entre las representaciones conscientes y las representaciones inconscientes, es que las representaciones preconcientes tienen libre acceso a la conciencia por estar unidas a representaciones verbales, es decir, la interpretación psicoanalítica sería a la representación inconsciente como el lenguaje común, el habla, es a las representaciones preconcientes.

 Esto así planteado es muy importante porque nos habla del fundamento del método psicoanalítico: La interpretación, por lo tanto, si forzamos la frase sin mucho esfuerzo comprendemos que el inconsciente es la interpretación.

 Quiero recordar en este momento, que lo real inconsciente no es simbolizable, es decir, que el saber inconsciente propuesto como consciente se transforma en conocimiento, por lo que deja de ser saber inconsciente. Lo que no voy a encontrar en la realidad material es lo real inconsciente, en última instancia para decirlo de una manera académica, lo que voy a encontrar en la conciencia, lo que voy a encontrar en la realidad, son los productos efecto del trabajo inconsciente.

 Y respondiendo a la pregunta que muchos se hacen si la memoria visual puede ser considerada propiamente inconsciente o siempre va ligada a representaciones verbales, recuerdo de los capítulos de “La Interpretación de los Sueños” el de regresión, donde se habla de la existencia de un aparato perceptor que no puede ser memoria, porque si fuera memoria, se llenaría, se cubriría y no podría seguir cumpliendo con la función de percibir. Esto hacía suponer un pasaje del aparato de la percepción al aparato de la memoria.

 La impresión de percepción no era la huella, porque la identidad de percepción tenía que haber hecho un tránsito desde la percepción a la memoria y en ese tránsito ya era otra cosa. Entonces, y esto era lo propiamente psicoanalítico, esa identidad de percepción, eso visto, eso, en realidad, para el psiquismo no existió nunca, lo que existe es la huella que es el pasaje de la percepción a la memoria.

Freud en este libro ya no tiene esos problemas, el problema que aquí le interesa plantear es del orden del saber-no saber, es decir el problema de la ignorancia que, después, también, lo escribirá Lacan, en el sentido que hay algo que se ignora si el sujeto está posicionado frente a la verdad. Ese posicionamiento frente a la verdad es lo que genera la ignorancia. Es el psicoanalista que al posicionar al paciente en el sitio de la verdad lo hace ignorante, antes no tenía esa ignorancia.

Freud ya está convencido de la existencia del inconsciente y si lo vuelve a plantear es para preguntarse ¿la realidad es conocimiento? ¿Y el conocimiento qué es? ¿Conocimiento es representación?

Si podemos decir que lo real inconsciente al ser consciente se transforma en conocimiento, podremos decir también, que nunca aparece en la conciencia en forma de real inconsciente. Por otra parte la división tajante entre conciencia e inconsciente está fijada desde el concepto de represión, lo que aquí busca Freud es plantearnos la segunda tópica, es decir Freud nos anuncia una modificación estructural.

Lo que antes era dinámico (porque estaban los afectos que corrían de un lugar a otro), tópico (consciente, preconciente e inconsciente) y económico (en tanto ya había sido formulado el concepto de libido) aquí va a ser estructural, es decir que a partir de este texto el inconsciente será el sistema inconsciente, la estructura inconsciente.

En la nueva tópica habrá relaciones inter-sistémicas y habrá también relaciones intra-sistémicas. El Yo y el Superyó, se relacionarán entre sí y con el Ello pero, además, con partes inconscientes de sí mismos.

El Superyó del cual habla el psicoanálisis en realidad es la repetición de alguna parte fijada de la ley que, en realidad, es inadmisible para la propia ley. Por ejemplo, el imperativo del Superyó es: GOZA, como ustedes pueden ver para el sistema psíquico, para la ley fálica, evidentemente, el imperativo del Superyó, diciéndole al sujeto GOZA, es la propuesta de un imposible, de algo inadmisible para la dialéctica fálica que es la que regula al sujeto.

El problema que plantea el acontecimiento del Superyó, es que tiene que heredar en su constitución el Complejo de Edipo, también desde esta perspectiva el Superyó sería la posibilidad simbólica del sujeto a procesar en su condición de ser sujeto los cuatro sexos fundantes del Edipo: Padre, Madre, Hombre y Mujer.

Con respecto al hombre y a la mujer, Freud nos dice que no hay posibilidad de representación psíquica de lo que es un hombre o de lo que es una mujer y que la mayor altura que alcanza un sujeto psíquico para ver cuáles son las diferencias y capturar psíquicamente las diferencias entre hombre y mujer, lo hace bajo las categorías de activo y pasivo que, en realidad, no quieren decir nada.

Freud dice que hay dos situaciones invariantes que hacen que el Complejo de Edipo sea siempre, forzosamente inexacto, que se geste siempre con error y estas dos situaciones son: La bisexualidad del sujeto y la unión previa de padre y madre, demostrando cada vez que el hombre se reproduce por diferencia sexual.

Hay un lugar donde el Yo prefiere perder una parte de sí mismo (para decirlo de una manera literaria) a perder el objeto. Prefiere perder el Yo, parte de su ser, a perder el objeto amoroso, el objeto libidinal.

En el lugar del Yo que pierde, que cede, cobija el objeto amoroso perdido, con lo cual, aunque el objeto amoroso se haya perdido no se ha perdido, porque el Yo del sujeto ha cedido una parte de sí mismo, para que en ese lugar mediante el proceso de identificación viva el objeto perdido.

Freud nos dice que esto se ve claramente en la melancolía. El autoreproche del melancólico, dice Freud, al ser estudiado con calma y lentitud indica que las características de la persona que se delinean en el autoreproche no coinciden tanto con el sujeto como con las características del objeto perdido. Es decir, que las constantes recriminaciones que el melancólico, en apariencia, dirige a su propio yo; el castigo, la autopunición que se aplica y a la cual se condena, en realidad es el castigo que infringe y al cual somete, al objeto perdido, que no está perdido porque en su Yo lo cobija.

Por este mismo proceso de identificación se ha de constituir el Superyó, a expensas de la represión, a expensas de la pérdida de la relación con los padres. Mecanismo de identificación donde el Yo del niño prefiere que una parte de su Yo se transforme en Superyó, es decir el niño prefiere que una parte de su Yo deje de serlo, para no perder, para no dar por perdida la relación con los padres. A esto que ocurre en esta identificación Freud lo llama de dos maneras. Ideal del Yo y Superyó, diciendo que en el interior del fenómeno hay una advertencia y una prohibición. Siendo la advertencia: “Así como tu padre debes ser” y la prohibición “Exactamente como tu padre no debes ser” hay algo que le está particularmente reservado.

Es bueno plantear aquí que tanto para Freud como para Lacan, existe el procesamiento de una identificación diferente de la que estábamos hablando ya que se trata de una identificación que requiere antes de establecerse que haya amor objetal. Estamos hablando de una identificación que se produce cuando el Yo retira la carga de objeto, el amor, la libido objetal, el Yo la de-sexualiza (paréntesis para decir que sexual quiere decir siempre con el otro), porque cuando retiro la libido del otro la llamo de-sexualizada, libido del yo, libido no erótica. Con esta libido retirada de los objetos es que catectizo el Yo, mecanismo dice Freud que debe leerse en todos los procesos de sublimación. La energía de la sublimación, entiéndase, arte, cultura, puentes, ingenio,  provendría según Freud, de energía libidinal amorosa de objeto, más retirada del objeto, transformada en libido desexualizada, en libido narcisística, en libido del Yo, por eso narcisística, que luego el Yo entregaría a la construcción de la sublimación, es decir que la producción de la civilización, sería imposible, sin el mecanismo de sublimación.

En el capítulo anterior Freud decía que el Yo es propiamente corporal, pero no la superficie del cuerpo sino su proyección y esto tiene una gran similitud con lo que Lacan plantea en la Fase del Espejo. El Yo es propiamente corporal, pero no la superficie del cuerpo sino su proyección, es decir, evidentemente, para Freud, no hay constitución del Yo sin lo otro.

En la fase del espejo, Lacan se plantea un sencillo juego, para demostrar que la fase del espejo es matriz de toda futura identificación y que su tiempo es el recorrido del sujeto desde la insuficiencia a la anticipación.

Tomando un espejo cóncavo, esos espejos que dan imágenes reales y teniendo en cuenta que a diferencia de las imágenes virtuales, las reales se dan dentro del mismo campo donde se encuentra el objeto que la produce.

Si ponemos un florero vacío delante del espejo curvo y debajo del florero las flores y luego enfrentamos el conjunto a un espejo plano, veremos reflejada en un espacio virtual una imagen donde las flores están dentro del florero. Más, evidentemente, dice Lacan, si hubiera un tramoyista metido en la experiencia no vería la totalidad de la experiencia. El que hace la magia vería las flores en un lugar y el florero en otro lugar, pero un espectador que estuviera sentado fuera de la experiencia vería las flores dentro del florero y no dudaría que ambas cosas son reales (florero y flores) pero el tramoyista no, el que está metido en la experiencia no ve eso. Pero si al que está metido en la experiencia, dice Lacan, le ponemos delante suyo un espejo plano, vería la totalidad de la experiencia, en el espacio virtual que genera el espejo plano, y que coincidiría con el lugar del supuesto espectador. Y lo que se ve entero no es el Ideal del Yo que es algo simbólico, que es el acontecimiento de la vida simbólica que viene a regular los procesos imaginarios, sino el yo ideal, el yo primitivo, el yo real, corporal, como bien nos enseña Freud.

El cachorro humano nace prematuro, es decir, nace en falta; neurológicamente su sistema nervioso no está maduro y, por otro lado, sin el auxilio de alguien previamente humanizado no se humaniza. Su carencia es tal (para que entiendan después lo que quiere decir una madre, lo que quiere decir la función Madre) que si no aparece la función Madre, el niño muere.

A los médicos en general les recomendamos que haciéndole un favor a la humanidad, estudien con intensidad los procesos que se dan en el recién nacido, en tanto el niño al nacer es un niño incompleto. En realidad no se nace cuando se nace. Se nace luego, se nace después, no se nace al tiempo de nacer, se nace cuando se pueden constituir las funciones, tanto biológicas (animales) como simbólicas (humanas), antes el niño es un animal enfermo.

El chimpancé a la misma edad del niño del cual hablamos (seis meses a dos años) reacciona con una capacidad instrumental, evidentemente, superior a la del niño, esto quiere decir que el niño es, en realidad, un animal enfermo. Por eso mismo hablará. Porque es un animal enfermo que no puede cerrar el circuito de lo necesario hablará, es decir demandará.

Si colocamos delante de un mono de seis meses un plátano, el monito va a coger el plátano y se lo va a comer, es decir recibe un estímulo desde el plátano y cierra el circuito de lo necesario, en cambio el niño recibe el estímulo y es incapaz de cerrar el circuito de lo necesario. Ve su imagen en el espejo y a diferencia del chimpancé, que por ser anterior a la imagen le hace señas, el niño de seis meses se siente posterior a su imagen, se siente impactado por la imagen, queda subyugado por la imagen, como si su propia imagen fuera realmente otro.

Queda hipnotizado por su propia imagen, y ese lugar de la imagen se constituye como lugar de todo otro. Luego durante toda la vida del sujeto, todas las personas que vaya conociendo el sujeto ocuparán el lugar de su propia imagen. Que todo amor tiene un revestimiento imaginario quiere decir que todo amor caerá en el lugar de mi propia imagen y si no, no será amor.

Teníamos al tramoyista despedazado, el tramoyista veía el florero por un lado y las flores por otro. El yo corporal del niño con el sistema nervioso no totalmente constituido, es vivencia, interrogación, despedazamiento. No sabe dónde comienza, dónde termina su cuerpo, su cuerpo puede continuarse con una parte de la cuna o el cuerpo de su madre.

Y por otro lado a los seis meses, evidentemente, ve lo que no puede. Su mirada se anticipa a toda capacidad instrumental. Con esa mirada ve su imagen en el espejo y ¿qué ve? No ve ninguna otra cosa que un niño entero y es entonces cuando Lacan nos dice que en ese ver ese niño entero y a la vez, sentirse despedazado, en esa disparidad entre lo que el niño siente y lo que el niño ve, se genera la matriz de toda futura identificación. Y como sabemos el niño de seis meses aún no habla, más si hablara, diría “Yo quiero ser ese niño entero”. Espero que todas estas frases nos hayan servido para demostrarnos que el Yo, al sujeto psíquico le viene dado desde lo otro.

¿La dialéctica imaginaria, entonces, entre el Yo y su propia imagen especular, qué dialéctica es?

La menciona, a mi entender, Hegel, y es una dialéctica tal en donde a ese otro desde el cual me viene dado mi ser, es decir, a ese otro que es el soporte de mi alienación sólo quiero aniquilarlo. Como diría Lacan, gracias a Dios somos seres parlantes o gracias al símbolo podemos poner una palabra al registro imaginario. Porque el registro imaginario es el lugar donde todo lo que soy está en el otro y no sólo todo lo que soy sino todo lo que quiero ser.

Estábamos en el Edipo y el proceso de identificación y veíamos cómo el Superyó se constituía por identificación a expensas de la represión del Edipo que luego el Superyó de alguna manera contenía.

Freud aquí, hace un señalamiento de que hay una identificación anterior a toda carga de objeto. Antes de atravesar por ese lugar donde desde el otro que no soy me viene dado mi Yo, antes de atravesar por este lugar, dice Freud, hay una identificación primordial.

Si no soy capturado por lo otro no hay Yo, por lo tanto antes de la constitución del Yo (por emplear los términos freudianos), el Ello, directamente, establece una identificación con el padre o con la madre, indistintamente, porque esta identificación es previa al objeto, es previa a la sexuación. Identificación primordial previa a cualquier relación de objeto, ahí donde las cosas no tienen sexo, por eso da lo mismo el padre o la madre.

Esa identificación primordial es la base, dice Freud, donde se va a formar el Ideal del yo, es decir, sobre esta identificación primordial, esa parte del ser que ya no es él y si nos dejamos llevar por mis propias palabras, una parte del Ello que ya no es Ello, sobre algo que se perdió para siempre en esa identificación primordial, se genera el Ideal del yo.

Como sujeto psíquico carezco de dos cosas fundamentales. Una doble carencia padezco como sujeto psíquico.

Si el sujeto es lo que un significante representa para otro significante, entonces por ingresar al mundo del lenguaje habrá algo que siempre anticipe al sujeto. Habrá algo de lo cual siempre carece y es en este tiempo del sujeto donde podemos inscribir el Falo, que no es nada carnal, es Falo. Un significante de lo que le falta al sujeto por ser, ser del lenguaje, ser de la palabra. Por lo tanto el Falo no ha de ser ni masculino, ni femenino y si ustedes llegan (cosa que no se puede) a conclusiones teóricas de la existencia de lo femenino o de lo masculino, el Falo sería razón de esa relación establecida. El Falo no se puede ni ser, ni tener. Todas las aproximaciones a ser o tener el Falo son las enfermedades psíquicas.

Entonces en primer término carezco de que yo no digo, de que soy dicho por el pensamiento inconsciente y en el redoblamiento de carecer, carezco por ser de la especie, por ser, ser viviente que se va a reproducir por sexualidad, por haber perdido de esa manera la gracia de la inmortalidad.

Para la especie el sujeto nace muerto, porque nace con un destino marcado: Habrá de reproducirse por sexuación y todo aquel que se reproduce por sexuación para mantener su especie, muere. Por lo tanto, nace por definición muerto.

Leyendo con intención a Freud, nos dice, el animal no se da cuenta que tiene cuerpo, entonces es un animal que está dentro del cuerpo, igual que el animal, el hombre está dentro del cuerpo, pero el hombre se da cuenta que tiene cuerpo.

Es fácil demostrar que los animales tienen imaginario, toda danza sexual entre animales muestra que hay proceso imaginario, que el movimiento es por Gestalt. Es decir toda la cosa del exhibicionismo, travestismo y toda lucha por el prestigio son cosas del imaginario animal. Los gallos, las gallinas y otros animales más encumbrados en sus danzas amorosas hacen todo eso, exactamente igual que los hombres. Lo que pasa es que para los hombres, todo esto es imperfecto: El hombre ve la imagen de lo que en él desencadenaría el ritmo sexual pero, en realidad no está mirando eso. Su mirada, disociada de su vista mira otra cosa. En el hombre todo está trastornado y bien podríamos preguntarnos, ¿por qué en el hombre todo está trastornado?

Llegados a este punto decimos junto con Freud que la adquisición, verdaderamente humana, es la pulsión de muerte. Nos pasa lo mismo que a los animales que se reproducen por sexualidad, macho y hembra y por lo tanto son mortales, nos pasa lo mismo que a los animales, más nosotros los humanos sabemos que nos pasa lo mismo que a los animales, de esto nada saben los animales. Y este saber nos lleva directamente a la investigación de la pulsión de muerte; en tanto lo que se repite compulsivamente no es el pasado, la repetición viene marcada desde el futuro, es la muerte que se repite, no la primitiva relación con la madre, lo que se repite es esa carencia esencial constitutiva del sujeto psíquico sexuado.

Es por sexuación que nos reproducimos, por eso dice Freud, no hay representación psíquica de lo masculino y lo femenino. No hay representación psíquica de lo masculino y lo femenino, porque lo masculino y lo femenino son cosas de la especie, no es algo del sujeto psíquico. Masculino y femenino es fundamento de la reproducción de la especie humana. En el psiquismo por lo tanto no hay ninguna representación de masculino y femenino.

Más preguntado Lacan qué sexo se encontraba al final de un análisis, Lacan a su modo, siempre particular, contestó: al fin del análisis si es mujer que pueda serlo y si es hombre que pueda serlo, más eso poco tiene que ver con lo que ustedes se imaginan como masculino y femenino.

Y contestando a una pregunta que ya varias veces me han formulado les digo que si no hubiese sexualidad gozaríamos todo el día, un goce primitivo como en los brazos de la madre, y luego moriría- mos sin llegar a ser sujetos, en tanto  sexualidad es el acontecimiento del Nombre del Padre, equivale a decir Metáfora Paterna (sustitución del deseo de la madre por el nombre del padre), que permite al niño dejar de estar sujetado al deseo de la madre para pasar a ser, ahora carente, sujeto del lenguaje.

Lo que interrumpe el placer, la quietud, la tranquilidad, es la sexualidad, porque la sexualidad siempre es un encuentro que no se realiza, siempre es un encuentro a medias, como la verdad, es un encuentro que falla.

Y a la pregunta de por qué buscamos lo que habrá de fallar, ahora podemos contestar con sencillez: repetimos la búsqueda, porque falla, porque falló desde siempre, porque si hubiera sido entero sin fallas, inmortales y fuera del lenguaje, nadie repetiría nada, nadie buscaría ya más nada, no seríamos sujetos psíquicos.

Entonces somos carentes por partida doble, venimos fallados, sujetos al lenguaje y condenados a muerte, entonces la sexualidad puede verse como el intento de reparar la cuestión, vamos a decirlo así para decirlo sencillamente, es el intento de llevar al sujeto a una completud nunca habida, de llegar a una armonía imposible de realización, entonces fracasa y eso, es la sexualidad: el intento fracasado del ser en serlo.

La identificación primordial, dice Freud y Lacan también insiste en eso, se fundamenta o se basa sobre una identificación anterior a toda marca. Es una identificación al padre, dice Freud, pero hace una llamada al pie de página para decir o a la madre, porque en este momento no hay aún constitución de los sexos. No es como cuando en el Edipo, se produce la constitución del Superyó, donde el sujeto atraviesa por el momento de su sexuación. En el Edipo hay padre y madre; en esta identificación, no hay padre y madre, hay ser viviente.

Es decir que tendríamos que suponer, entonces, una relación directa, según los textos freudianos, del Ello en un proceso de identificación sin la existencia del Yo, cuando hasta aquí sabíamos que las identificaciones son, precisamente, las que forman el Yo.

La identificación segunda, aquella por la cual el Superyó queda instalado en el sujeto como heredero del Complejo de Edipo, es el tiempo donde se forjan, podríamos decir las neurosis. Algo así como preguntarse por el sexo que prefiero o tengo: Soy hombre o soy mujer, pregunta de la histeria. No soy ni hombre ni mujer o soy las dos cosas, pregunta de la neurosis obsesiva, es decir claramente, preguntas que sólo tienen argumento en el proceso de sexuación del sujeto.

En cambio deteniéndonos en la psicosis, tendríamos que hablar del rechazo, de la forclusión de un significante primordial, de un significante más primordial que el falo. Podríamos decir entonces que en la psicosis no hay constitución del Falo, porque no hay Otro, porque el Falo es el significante de la falta en el Otro, de la existencia del lenguaje, de la existencia de la metáfora paterna. El psicótico se preguntaría ¿soy un ser humano que se reproduce por sexuación o soy inmortal?, mientras que el neurótico eso lo tiene en apariencia resuelto y su problema es saber si es un hombre o es una mujer.

 No nos vendría mal en este momento dar una pequeña opinión antes de seguir sobre la interpretación. Si suponemos como lo veníamos demostrando que la interpretación es la representación verbal del deseo inconsciente, la interpretación no es una metáfora, porque si la interpretación es, como tal, el deseo inconsciente (errático metonímico) la interpretación es metonímica, no ya como se pensaba una sencilla sustitución de una verdad por otra, sino un complejo deslizamiento de una verdad a una verosimilitud. 

El texto genera infinitas posibilidades que no tienen otra manera de resolverse que la producción del inconsciente en la práctica clínica. Es decir que no hay recetas para el inconsciente de nadie, que cada psicoanálisis es diferente al resto de los otros psicoanálisis y cuando decimos que la única resistencia es la resistencia del psicoanalista, decimos que ahí, donde el psicoanalista no puede producir con su decir una interpretación, aparece en el paciente una resistencia. 

Freud, ahora, pasa en el texto a una pregunta que resultará fundamental para la práctica clínica del psicoanálisis: Qué tienen que ver el Yo, el Ello y el Superyó, con nuestro viejo Principio de placer (ya concebido en “El Proyecto de una Psicología para Neurólogos” en 1985) y con el nuevo descubrimiento en “Más Allá del Principio de Placer”, 1920; donde queda registrado con suma claridad la exis-tencia de los instintos de vida (Eros) y los instintos de muerte (Tánatos). Es decir que a partir de ahora hay un impulso de muerte, una pulsión de muerte, o bien, como Freud formula rabiosamente “La vida sólo ama descansar esperando la muerte”.  

Lo que plantea la pulsión de muerte, es que la pulsión como tal tiene una fuerza, una fuente, un objeto y un fin y puede confundirse, como ya se ha confundido, con impulso, (suele traducirse: el impulso sexual de la pulsión), cuando, en realidad, para Freud, la pulsión es una fuerza pero constante. Por eso no se puede asimilar a ninguna función biológica, porque toda función biológica es rítmica.

 Es decir, que las presiones del hambre y de la sed no son, exactamente pulsiones, en el sentido freudiano, porque suelen ocluirse con objetos precisos: Un trozo de pan para el hambre, un vaso de agua para la sed.

 Freud intenta destacar que la pulsión al encontrarse con el objeto, a diferencia de la necesidad, se da cuenta que no era eso lo que buscaba.

 Freud se encarga de discriminar de una manera bastante precisa la diferencia entre necesidad y lo que él llama estímulo pulsional. Con respecto a la finalidad biológica de la sexualidad (la reproducción de la especie) no creo que nadie tenga ninguna duda, lo que ocurre es que toda pulsión es pulsión parcial, para Freud, porque nunca ninguna pulsión, alcanza el fin biológico de la sexualidad que es la reproducción.

 La pulsión sería, para Freud, el montaje mediante el cual la sexualidad interviene en la vida psíquica. Es decir que la pulsión como tal para intervenir en la vida psíquica tiene que someterse a la estructuración inconsciente, es decir, a las leyes del significante.

 El sujeto, dice Lacan, es en el campo del Otro, el campo del Otro es donde están los significantes y lo que le opone, Lacan, al campo del Otro, el Yo real de Freud, Lacan lo llama el ser viviente sexuado.

 El sujeto se presenta aquí, dice Lacan, con una doble carencia.

 La carencia, la falta producida por el desarreglo que se produce en el sujeto al advenir al campo del Otro. Si un sujeto ha de ser un significante para otro significante, si un sujeto va a ser representado por significantes, debemos entender y esto, es muy fácil de entender, que en el campo del Otro estaban primero los significantes que el sujeto. 

En el campo del Otro, fuera del sujeto, estaban los significantes antes que el sujeto. Por lo que la carencia, la falta del sujeto en el advenimiento al mundo del símbolo, es que va a estar tachado, por ser el significante primero que el sujeto. Se va a producir lo que llamamos la afanisis, que es la desaparición del sujeto.

 El sujeto tiene una única manera de ser y es ser representado por un significante para otro significante, que en el momento que lo es le hace desaparecer como ser, para transformarse en un significante para otro significante.  

Esa es una falta, falta del sujeto al entrar al mundo del lenguaje por ser anticipado por los significantes, falta cuyo significante, cuyo concepto positivo de esa carencia, es el Falo.

 El Falo es el significante de la falta del sujeto por su ingreso al campo del Otro, al mundo del Otro, donde todos estamos castrados desde siempre. Ese es el campo del Otro, dice Lacan, pero, también, está el campo del ser viviente y ¿qué es lo que aporta el ser viviente al campo del Otro? Lo que aporta el ser viviente al campo del Otro es la pulsión.

 Lacan intentando graficar la pulsión, lo que representa es la circularidad de la pulsión. Es decir la pulsión sale del sujeto, su fuente, bordea el objeto a, no lo toca, y vuelve al sujeto (Ver y ser mirado, sadomasoquismo). 

El ser viviente, entonces, aporta la pulsión, pulsión que cumple su función como pulsión, por salir del sujeto y realizar su fin, no cuando se encuentra con el objeto que sólo bordea, sino cuando vuelve al sujeto.

 ¿Por qué? Porque lo que busca es algo definitivamente perdido de sí mismo como ser viviente, al asumirse como sexuado, en el sentido de que ahora se va a reproducir por sexualidad (macho y hembra) quiere decir que ya no es más inmortal. Por lo tanto eso que pierde el ser viviente, eso que pierde por ser, ser viviente sexuado, es la inmortalidad y ese pedazo de ser viviente que se perdió definitivamente es lo que la pulsión busca encontrar en el mismo ser viviente.

 La posibilidad que estas pulsiones intervengan en la vida psíquica como sexualidad es función de la libido.

 El significante primordial forcluído en la psicosis tiene que ver, a mí entender, con ese ser viviente de la pulsión.

 Freud comienza el último capítulo diciendo “el Yo se halla constituido en gran parte por identificaciones sustitutivas de cargas abandonadas del Ello”, es decir, por cargas de objeto, el Yo se forma por lo que recibe del otro, el Yo se forma a expensas del otro.

 El Superyó es el monumento conmemorativo de esa primera debilidad del Yo y de su dependencia. Por lo tanto el Superyó para el sujeto siempre es imperativo. Por eso que en su momento deslindamos dentro del Superyó, aquello que es ideal y aquello que es prohibición. Así como tu padre debes ser, mas así como tu padre no debes, completamente, ser.

 

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