FREUD Y LACAN -hablados- 5

Miguel Oscar Menassa -2014

 


ALGUNAS CONSIDERACIONES EXTRAÍDAS DE LA LECTURA
DE JACQUES LACAN SOBRE "MÁS ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL PLACER"
 

Lacan habla de 1920 como el año de la crisis de la técnica psicoanalítica y de la producción. El hecho de que “Más allá del principio del placer” fue escrito antes que “Psicología de las masas y análisis del yo”, antes que “El yo y el Ello”. Es algo que debería suscitar ciertas preguntas.

Lo que Freud introduce a partir de 1920 son nociones suplementarias necesarias para mantener el principio de descentramiento del sujeto. El sujeto no es su inteligencia, es excéntrico. El sujeto está descentrado con respecto al individuo.

Para Lacan la metapsicología freudiana no comienza en 1920. La sitúa desde el principio y continúa al final de “La Interpretación de los sueños”. Está bastante presente entre 1910 y 1920, y a partir de 1920 se entra en el último periodo metapsicológico. En cuanto a este periodo, “Más allá del principio del placer” es el texto primario, el texto pivote. Freud lo aportó primero, antes de elaborar su tópica.

¿Qué necesidad interior satisface el hecho de decir que en alguna parte tiene que haber un autonomus ego (un yo autónomo)? 

Esta convicción desborda la ingenuidad individual del sujeto que cree que él es él, locura harto común y que no es una locura completa porque forma parte del orden de las creencias. 

Volvemos aquí, de esta manera, a una entificación conforme a la cual no sólo los individuos en cuanto tales existen sino que, además, algunos existen más que otros. 

Cualquiera está en posesión de las formas eternas. Si la experiencia presente supone la reminiscencia, y si la reminiscencia viene de la experiencia de vidas anteriores, es menester que dichas experiencias también hayan sido conducidas con ayuda de una reminiscencia. Se trata de una relación con formas eternas. Su despertar en el sujeto explica el paso de la ignorancia al conocimiento. No se puede conocer nada, salvo porque ya se lo conoce. Pero no es ésta la meta de Menón, sino mostrarnos que el saber ligado por una coherencia formal, no abarca todo el campo de la experiencia humana.

 Para acercarse a “Más allá del principio del placer” propone recorrer todo lo que dice Freud acerca del Yo, desde el inicio de su obra hasta el final.

 En primer lugar, los “Orígenes del psicoanálisis”, que incluye las cartas a Fliess y los manuscritos, que es una primera teoría psicológica ya completa, 1887-1902. Pide también leer “El Proyecto de una teoría llamada psicológica”, que según Lacan es ya una metapsicología, con una teoría del Ego. “Psicología de los procesos oníricos”. Los textos concernientes a la llamada segunda metapsicología o ensayos de psicoanálisis, donde están “Mas allá del principio del placer”, “Psicología de las masas y análisis del yo”, “El Yo y el Ello”, tres artículos fundamentales para la comprensión del Yo.

 Otras cosas que se pueden leer pertinentes: “Neurosis y Psicosis”, “La pérdida de la realidad en las neurosis y en las psicosis”,“Análisis terminable e interminable” y fundamental para ver las correspondencias que Freud hacía con las dos tópicas: “Compendio del psicoanálisis”.

 El orden humano se caracteriza por la circunstancia de que la función simbólica interviene en todos los momentos y en todos los grados de la existencia. Todo está relacionado. La totalidad en el orden simbólico se llama universo. El orden simbólico se da primeramente en su carácter universal. No es que se vaya instituyendo poco a poco. Cuando el símbolo aparece, hay un universo de símbolos.

En cuanto al sentido del descubrimiento freudiano, al nivel de la relación genérica ligada a la vida de la especie, el hombre funciona de otra manera, ya hay en él una fisura, una perturbación profunda de la regulación vital. En esto radica la importancia de la noción de pulsión de muerte. Y no es que la idea sea maravillosa, sino que es forzoso introducirla.

En el desarrollo de la práctica se volvió a una situación confusa, unitaria, naturalista del hombre, del yo y al mismo tiempo, de las pulsiones.

Freud escribió “Más allá del principio del placer” para volver a encontrar el sentido de su experiencia.

El Yo se consideró como función y como símbolo. El Yo, función imaginaria, en la vida psíquica no interviene sino como símbolo.

Hay un principio, dice Freud, es el de que el aparato psíquico, en tanto que organizado, se coloca entre el Principio del placer y el Principio de realidad. Freud nunca creyó que en el Principio de realidad no había Principio de placer. Si se obedece a la realidad es porque el Principio de realidad es un Principio de placer de efecto retardado. Si el Principio de placer existe es conforme a esa realidad: esta realidad es la realidad psíquica.

Más que automatismo de repetición traduciremos compulsión a la repetición.

Lo que definió ya Freud en el Proyecto como principio de placer, es un principio de constancia. Otro principio es el principio de Nirvana.

Hartmann identifica los tres términos. Principio de placer, principio de constancia, principio de Nirvana, como si Freud siempre hablara de lo mismo.

Al comienzo de “Más allá del principio del placer”, Freud nos representa los dos sistemas, y nos muestra que lo que es placer en uno, se traduce por aflicción en el otro, e inversamente. Si hubiera simetría, reciprocidad, perfecto acoplamiento de los dos sistemas, si los procesos primarios y secundarios fueran cabalmente la inversa uno del otro, se fundirían en uno, y bastaría operar sobre uno de ellos para operar sobre el otro. Al operar sobre el Yo y la resistencia al mismo tiempo, se tocaría el fondo del problema. Freud escribe precisamente “Más allá del principio del placer” para explicar que no es posible quedarse ahí.

En efecto, las manifestaciones del proceso primario a nivel del Yo, bajo la forma de síntoma, se traducen por displacer, sufrimiento, que sin embargo, siempre vuelve.

La aportación de Freud consistió en que el motor esencial del progreso humano, el motor de lo patético, de lo conflictivo, de lo fecundo, de lo creador en la vida humana, es la lujuria.

 Freud le confiere a la libido un carácter irreductible cuando dice: la libido es sexual. Diez años después ahí está Jung, explicando que la libido eran los intereses psíquicos. No, la libido es la libido sexual.

 Un viraje decisivo en la técnica psicoanalítica fue el centrado en la resistencia, tenía fundamento y mostró ser fecundo, pero dio lugar a una confusión teórica, al operar sobre el Yo, se creyó estar operando sobre una de las dos mitades del aparato. En este momento, Freud recuerda que el inconsciente como tal, no puede ser alcanzado, y que se hace oír de una manera paradójica, dolorosa, irreductible al principio del placer.

¿Por qué se manifiesta el sistema reprimido con lo que calificamos de insistencia? El término compulsión de repetición, presenta una ambigüedad. Hay dos registros que se combinan, se entrelazan, una tendencia restitutiva y una tendencia repetitiva. Tras la manifestación de la tendencia restitutiva queda algo que al nivel de la psicología individual se presenta gratuito, paradójico, enigmático y que es propiamente repetitivo.

Y es el hecho de la reproducción en la transferencia, lo que le impone la decisión de admitir como tal la compulsión a la repetición.

Freud parece decir que los instintos de conservación de la vida van a la muerte, en suma, que la muerte es querida por los instintos de conservación. El retorno a la materia, es un poderoso enigma. Acaba diciendo que la libido tiende a formar grupos cada vez más ligados los unos a los otros, y orgánicos, mientras que la pulsión de muerte, tiende a llevar de nuevo a los elementos a separarse.

Los dos instintos, el de vida y el de muerte, en el inconsciente, se funden en uno solo, pero lo grave es cuando los componentes se separan. Como un niño que abraza y araña al mismo tiempo. En lo que se llama amor humano, hay una parte de agresividad sin la cual no habría sino impotencia, pero que puede llegar hasta dar muerte al partenaire, y una parte de libido que desembocará en impotencia efectiva si no existiera la parte de agresividad. Si ambas partes funcionan juntas, tenemos el amor humano. Cuando uno de los componentes funciona solo, entonces aparece la pulsión de muerte.

Lo que a Freud le interesa saber no es que el individuo en su experiencia psicológica esté al nivel de la marioneta sino saber con qué hilos se la dirige. De esto habla cuando habla de pulsión de vida y pulsión de muerte.

Es a nivel del Yo donde se producen todas las resistencias.

La pulsión de muerte no es una confesión de impotencia, no es la detención ante un irreductible, un inefable último. La pulsión de muerte es un concepto.

Propone la metáfora del cuerpo humano como máquina. El cerebro opera como órgano amortiguador entre el hombre y la realidad, como órgano homeostático. Y entonces tropieza, choca con el sueño. Se percata de que el cerebro es una máquina de soñar. De ahí la revolución completa de su pensamiento y el paso a “La Interpretación de los sueños”. Freud descubre el funcionamiento del símbolo como tal, la manifestación del símbolo en estado dialéctico, en estado semántico, en sus desplazamientos, retruécanos, juegos de palabras, bromas que funcionan por su cuenta en la máquina de soñar.

El Yo es un objeto, el Yo es precisamente aquello con respecto a lo cual lo inmediato de la sensación, es puesto en tensión. La conciencia como fenómeno físico es la que engendra esa tensión.

En su Seminario, la imagen de la efigie del ciego y del paralítico, sirve de ejemplo. La mitad subjetiva anterior a la experiencia del espejo es el paralítico, que no puede moverse solo si no es con torpeza e incoordinación. Lo domina la imagen del Yo que es ciega y lo conduce. No es el amo quien cabalga el caballo, es decir, al esclavo, sino lo contrario. El paralítico sólo puede identificarse con su unidad en la fascinación, en la inmovilidad fundamental con la cual viene a corresponder a la mirada bajo la que está capturado, la mirada ciega.

Otra imagen es la de la serpiente y el pájaro, fascinado por la mirada. La fascinación es absolutamente esencial en la constitución del Yo. La reflexión también es fascinación, bloqueo.

No es así que uno recibe su propio mensaje del otro, en forma invertida. No es así, el Yo en ninguna circunstancia puede ser otra cosa que una función imaginaria, aún cuando a cierto nivel determine la estructuración del sujeto. Es tan ambiguo como pueda serlo el objeto mismo del cual no es solamente una etapa, sino el correlato idéntico. El sujeto se plantea como Yo (Je) a partir del momento en que aparece el sistema simbólico. 

El Yo es tan solo una función. A partir del momento en que el mundo simbólico está fundado, él mismo puede servir de símbolo.

El cuerpo fragmentado encuentra su unidad en la imagen del otro, que es su propia imagen anticipada: situación dual donde se esboza una relación polar pero no simétrica. Este sujeto en definitiva es nadie.

El sujeto es nadie. Está descompuesto, fragmentado. Se bloquea, es aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada del otro, o también su propia imagen especular. Ahí encuentra su unidad.

El organismo, concebido ya por Freud como una máquina, tiende a retornar a su estado de equilibrio: esto es lo que formula el principio del placer.

Con la muerte son llevadas todas las tensiones del ser vivo a cero. Hay algo que es distinto al Principio del placer y que tiende a devolver todo lo animado a lo inanimado. No le lleva a pensar esto la muerte de los seres vivos. Sí la vivencia humana, el intercambio humano, la intersubjetividad. 

Existe un principio que lleva la libido a la muerte, pero no de un modo cualquiera, ni por los caminos más cortos sino por los caminos de la vida. Tras esta necesidad del ser vivo de pasar por los caminos de la vida se sitúa y es localizado el Principio que lo lleva a la muerte. No puede ir a la muerte por cualquier camino.

Cuando se hace un trabajo, se gasta una parte en calor por ejemplo, eso se llama entropía.

En el Principio del placer, el placer, por definición, tiende a su fin. El Principio del placer es que el placer cese.

El Principio de realidad consiste en que el juego dure, que el placer se renueve, en que el combate no acabe por falta de combatientes. No se progresa por adaptación.

Se pone en evidencia la función del deseo de insistir, el privilegio de las tareas inconclusas. Una tarea será tanto mejor memorizada cuanto que en condiciones determinadas, haya salido mal. En el hombre, la mala forma es lo prevalente. El sujeto vuelve a una tarea en la medida en que quedó inconclusa. El sujeto recuerda mejor un fracaso en la medida en que fue doloroso. 

El propio ser humano está en parte fuera de la vida, participa del instinto de muerte. Sólo desde ahí puede abordar el registro de la vida.

Freud distingue dos estructuraciones del mundo objetal, de la experiencia humana: la que denomina antigua, la reminiscencia que supone un acuerdo, una armonía entre el hombre y el mundo de sus objetos, que hace que los reconozca, porque en cierto modo los conoce desde siempre y, por el contrario, la conquista, la estructuración del mundo en un esfuerzo de trabajo, por la vía de la repetición. En la medida en que lo que se le presenta sólo coincide parcialmente con lo que ya le procuró satisfacción, el sujeto se pone a la búsqueda, y la repite indefinidamente, hasta volver a encontrar ese objeto.

El objeto se encuentra y se estructura en la vía de una repetición: reencontrar el objeto, repetir el objeto. El sujeto no cesa de engendrar objetos sustitutivos. La función de la repetición es estructurante del mundo de los objetos.

Gracias.

 

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