FREUD Y LACAN -hablados- 5

Miguel Oscar Menassa -2014

 

 

ANÁLISIS TERMINABLE E INTERMINABLE

 

He vuelto a continuar mi psicoanálisis, como recomienda Freud.

“Análisis terminable e interminable”, un título que lleva a varias polémicas de traducciones y de entendimientos como, por ejemplo, en lugar de Análisis terminable e interminable, análisis con fin y análisis indefinido.

En una primera aproximación al texto, que insisto quisiera que ustedes leyeran, se puede ver lo que Freud se plantea en el momento de la escritura de este texto como las mayores resistencias o los mayores obstáculos a poder llevar un análisis a un fin natural. La secuencia que hace es una forma de leer que no es la que vamos a leer hoy. Les estoy mostrando, sencillamente, cómo para una lectura psicoanalítica del texto, podemos pensar que el primer obstáculo para Freud, para terminar un psicoanálisis, eran sus discípulos, en tanto según la lectura, no eran otros que sus discípulos los que andaban buscando un acortamiento en el tiempo del tratamiento psicoanalítico.

En la literalidad del texto, él pone tres obstáculos o tres condiciones que nosotros vamos a reducir a una sola. Las tres condiciones son: el trauma o factor desencadenante en otros textos de Freud, absolutamente contingente, puede aparecer en cualquier momento, en cualquier lugar, puede tener diferente intensidad; la fuerza de la pulsión, no creo que Freud en este texto de 1937 utilice la palabra instinto, palabra utilizada en sus textos en algunas oportunidades, no creo que ésta sea la oportunidad, así que, aquí, aunque esté traducido por instinto, nosotros vamos a leer fuerza de la pulsión; y el tercer factor de desequilibrio, dentro de los detalles que obstaculizan la tarea analítica, sería lo que él llama las alteraciones del Yo.

1937, está escrita la segunda tópica, está escrito “El Yo y el Ello”, está, para decirlo en términos modernos, el matema, en el sentido de que está fijado en “El yo y el Ello” la posibilidad de una ficción psíquica, un Yo encargado, y luchando en tres frentes a la vez, de mantener la coherencia del sistema psíquico. Esta ficción ya estaba escrita, es decir, estoy hablando del tercer punto, de las alteraciones del Yo.

Freud aquí se plantea una cuestión muy interesante, en el sentido de que se le presenta una paradoja: “Como es bien sabido, la situación analítica consiste en que nos aliamos con el Yo de la persona sometida al tratamiento con el fin de dominar partes de su Ello que se hallan incontroladas; es decir, de incluirlas en la síntesis de suYo… Si hemos de poder hacer un pacto con el Yo, éste ha de ser normal. Pero un Yo normal de esta clase es, como la normalidad en general, una ficción ideal”.

El contrato psicoanalítico –dice Freud– es de alguna manera un pacto entre el Yo del sujeto y el psicoanalista. Pacto que sólo es posible sostener cuando el Yo es la ficción del escrito de “El Yo y el Ello”. Pacto que sólo sería posible sostener si el Yo no es lo que es, sino ese Yo articulador, capaz de hacer coherente la lucha entre elSuperyó, el Yo, los instintos del Ello y la realidad social.

Si hubiera un Yo como el de la segunda tópica sería posible entonces que el psicoanalista pactara con el Yo del paciente y que el Yo del paciente no retirara, al muy poco tiempo de haber establecido el pacto, su colaboración; ¿por qué? dice Freud, porque no hay Yo normal, es decir, no hay posibilidad de que el Yo no sufra alteración.

Freud llega a decir: “en su relación con el Ello, el Yo queda paralizado por sus restricciones o cegado por sus errores, y el resultado de esto en la esfera de los acontecimientos psíquicos sólo puede ser comparado al hecho de pasear por un territorio que no se conoce y sin tener un buen par de piernas”.

Tanto esta disociación del Yo, planteada aquí en términos de aceptar el contrato psicoanalítico, como la fuerza de los instintos o pulsión, como la causa, el trauma, Freud intenta –en este artículo más que en ningún otro– mostrar cómo todo esto es contingente.

Aconseja reemplazar la fuerza innata o hereditaria de la pulsión por la intensidad de la pulsión en el instante del desencadenamiento del síntoma, es decir, la fuerza de los instintos o la fuerza de la pulsión pensada de una manera contingente: “Por muy verdad que sea que el factor constitucional es de importancia decisiva desde el comienzo, puede concebirse, sin embargo, que un refuerzo del instinto que aparezca tardíamente en la vida pueda producir los mismos efectos. Si fuera así, habríamos de modificar nuestra fórmula y decir la “intensidad de los instintos en el momento”, en lugar de la “fuerza constitucional de los instintos”.

Freud habla de los instintos, de la pulsión, y acaba diciendo que hay algo que se complica. Lo va a solucionar haciéndose acordar, ya en el 37, de los dos principios del suceder psíquico, es decir, el proceso primario y el proceso secundario, y además, nos va a decir, porque ya está escrito en “Más allá del principio del placer”, que estos dos instintos, contrapuestos o en apariencia combinados y contrapuestos, son la pulsión de vida y la pulsión de muerte. Freud dice que esto no gustó ni a los propios psicoanalistas.

En ese desarrollo, donde él trata el trauma, la fuerza de la pulsión y los desequilibrios del Yo, en realidad concluye que todo eso se puede envolver en el obstáculo primordial: la existencia de una pulsión de vida y de una pulsión de muerte; y que el masoquismo inherente a casi todas las personas, más el sentimiento de culpa inconsciente, más la reacción terapéutica negativa son pruebas clínicas de la existencia de Tánatos.

Entonces, primer obstáculo: los discípulos –estamos en la primera visión, la primera lectura decíamos, veíamos todo esto para recordar–en tanto eran los que pretendían que se acortara el tiempo. Segundo obstáculo pulsión de vida-pulsión de muerte. El tercer obstáculo está puesto directamente sobre el deseo del psicoanalista. Podríamos decir, si ustedes quieren, en este caso, en este texto, el deseo de Freud.

Aquí, donde va a hablar del deseo del psicoanalista, –que no dice del deseo del psicoanalista, Freud habla del psicoanálisis del psicoanalista, pero el psicoanálisis del psicoanalista no es otra cosa sino para saber algo del deseo del psicoanalista– hace una especie de juego comparando el Psicoanálisis con la Medicina, como tantas veces hace. Freud dice que en la medicina hasta sería rentable para la capacidad del médico, que el médico padeciera las mismas enfermedades que cura. Por ejemplo, si el médico está enfermo de los pulmones, esto no le incapacita para pensar a cualquier otro paciente, a otro enfermo que esté enfermo de los pulmones: “nadie sostiene que un médico es incapaz de tratar las enfermedades internas si no están sanos sus propios órganos internos; por el contrario, puede argumentarse que existen ciertas ventajas en que un hombre que se halla amenazado por la tuberculosis se especialice en el tratamiento de personas que sufren esta enfermedad”. Cosa que no podemos traspasar al psicoanálisis “los propios defectos del analista interfieren en el correcto establecimiento por él del estado de cosas en su paciente y le impiden reaccionar de un modo eficaz.” Lo que se le pide al psicoanalista es que no padezca. 

Después del deseo del psicoanalista, porque no quiero entrar en estas lecturas sino que quiero sugerírselas para que ustedes lo hagan, Freud cierra el trabajo diciendo: si consiguiéramos ese psicoanalista que hubiera desarrollado todas sus cadenas significantes, de tal manera que se le hayan hecho la cantidad de interpretaciones suficientes como para que restituya un Yo como aquel de “El Yo y el Ello” que pudiera coordinar los impulsos del Ello con los mandatos del Superyó, con los reclamos de la realidad; suponiendo que pudiéramos eso, hay un nuevo obstáculo definitivo, que Freud se anima a llamar la “roca” y que nosotros podríamos agregar, aunque por ahí si ustedes leen bien Freud también lo dice, la “roca de lo viviente”, la roca de lo viviente como humano, es decir, de ahí no se puede pasar, hasta ahí es normal. Y esta bendita roca, según el texto freudiano “Análisis terminable e interminable”, es nada más y nada menos que los dos “complejos” tan conocidos por ustedes, que se reúnen bajo el repudio de la feminidad: ella envidia el pene y él teme quedar frente a otro hombre desprovisto de pene, es decir en posición femenina. Estos complejos, en este texto, son un sólo complejo, que según hombre o mujer se resuelven de una manera diferente, el complejo es el repudio de la feminidad, es decir, la amenaza de castración se vive sobre el cuerpo del otro, la madre.

El texto comienza con una experiencia de Otto Rank en un intento de acortar el tiempo de análisis. Podríamos preguntarnos porqué Freud pone este ejemplo, y la única respuesta que tengo yo es: para concluir, que es absolutamente imposible, de esa manera. El ejemplo que da es muy gracioso, es como “si una brigada de bomberos, llamada para acudir a una casa en llamas a consecuencia de la caída de una lámpara de aceite, se conformase con retirar la lámpara de la habitación en que se inició el fuego”. Es decir, que psicoanalizar el trauma del nacimiento es como entrar en un incendio y en lugar de apagarlo, quitar del lugar la lámpara que produjo el fuego, esto es relativamente, ineficaz.

Para criticar la experiencia de Otto Rank, dice que la psicoterapia breve que propone este autor, es apropiada para el estado de prosperidad americana. Escribe este libro en torno a la crisis del treinta, como si él anticipara lo que iba a ocurrir con el psicoanálisis en los EE.UU., donde va a ser utilizado para reingresar más rápidamente al sujeto a la producción. La terapia del yo, el ego autónomo, todas esas fechorías son para ingresar al sujeto en términos que indica la producción capitalista. El psicoanálisis de un yo autónomo, para lo único que sirve es para trabajar, porque el yo autónomo no puede amar, no puede desear, no puede escribir.

El plantea otra manera de acortar el análisis que es comunicarle al paciente bruscamente una finalización impuesta desde el analista, como él hizo con el paciente que cuenta. Al comienzo de la temporada le dice que ese año es el último año de tratamiento. Primero el paciente no se lo creía, después cuando Freud le remarcó que era así, que iba a ser así, aparecieron asociaciones, aparecieron cadenas significantes que antes no habían aparecido. El paciente mejora de una manera positiva y se va. Con lo cual, dice Freud, conseguí un aceleramiento del tratamiento.

El paciente se va curado y a los 15 años, después de haber atravesado la guerra en perfecto estado de salud mental, él tiene episodios de su última neurosis, que son tratados en una terapia breve, en un psicoanálisis breve, de poca duración, por una discípula de Freud con buen resultado. Entonces Freud aquí se plantea que evidentemente el paciente ha podido desprender en él situaciones de la transferencia con Freud, que era el resto que había producido, según las lecturas que hace, esta segunda enfermedad: “Algunos de estos episodios se hallaban todavía relacionados con restos de la transferencia, y cuando ocurría esto, aunque eran cortos, mostraban un carácter claramente paranoide. Sin embargo, en otros episodios el material patógeno consistía en fragmentos de la historia de la infancia del paciente que no habían salido a la luz cuando yo le analizaba y que ahora se expulsaban –la comparación es inevitable– como los puntos de sutura después de una operación o pequeños fragmentos de un hueso necrosado. Me parece que la historia de la curación de este paciente es por lo menos tan interesante como la de su enfermedad.” Es decir, los fragmentos de la historia infantil ligados a la situación transferencial, que por eso no han podido salir a la luz durante el tratamiento.

La analogía no es superflua, así como una pulsión necesita de un trauma que la complete para expresarse, hay situaciones vitales–la adolescencia, la menopausia en la mujer–, no sabe muy bien en ese momento, si por disminuir la garantía que ofrece el Yo, o por aumentar la cuota instintiva, que puede instalar una neurosis que el mismo instinto, que la misma pulsión inconsciente no instalaba antes de ese momento. Freud aquí plantea un problema de cantidad fundamental. No solo lo relaciona con el elemento patógeno, sino que lo refiere también al elemento transferencial.

Puede, o no, psicoanalizar la transferencia, y esto último puede no hacerle daño al paciente, sino todo lo contrario, mejorarlo en el sentido de que si bien estoy formando parte de representaciones inconscientes del paciente, no soy una de sus representaciones inconscientes. Había una frase que decía un psicoanalista: “cualquier psicoanalista, por más joven que sea, siempre será mejor que la mamá de uno.” Y en parte tenía sus razones.

Porque ese psicoanalista joven que no interpreta la transferencia puede estar de cualquier manera ayudando y colaborando para el desarrollo psicoanalítico de su paciente. Pero como Freud explica, frente a cualquier circunstancia de la vida un poco más fuerte de lo común, como aquel instinto que surgía cuando el Yo padecía de algo, esa transferencia no psicoanalizada puede emerger como enfermedad. En tanto lo que yo leo del ejemplo que él nos da –un caso clínico que ustedes pueden leer y que vamos a trabajar en su momento–, es que la transferencia que él no pudo psicoanalizar, cuando el paciente vuelve a estar enfermo, lo que psicoanaliza con su discípula es la transferencia con él. Eso es lo que se expulsa como los hilos de una sutura, en el sentido de que es un cierre, si la interpreto. Y si no la interpreto el paciente puede vivir creyendo que el personaje maléfico que lo persigue es el psicoanalista. 

Interpretada o no interpretada, la transferencia es un cierre, es una sutura, es una herida abierta que se cierra. Odiaba a mi padre, ahora odio a mi psicoanalista. No me lo pudieron interpretar, hice un cierre: ya no odio más a mi padre, ahora odio al psicoanalista, que me maltrató, que me echó de la consulta, que no me deja entrar, que no me dejó asociar, que me dejó asociar pero no sé lo que me dijo, que no me interpretó. Esta transferencia no interpretada, dice Freud, actúa igual que un instinto que estando quieto se exacerba cuando acontecen en la realidad situaciones que el sujeto no controla.

Freud termina este párrafo con la frase “un león salta solo una vez”, en el sentido de que, una vez anunciado el final, el psicoanálisis tiene que terminar. Aquí se plantea todo el problema de la técnica y el tiempo.

Desde este texto “Análisis terminable e interminable”, queda cuestionada toda la cuestión del tiempo, no sólo del tiempo de duración del tratamiento psicoanalítico, sino del tiempo de la sesión. Es tan importante saber cuándo termina una sesión, como saber cuándo termina un tratamiento. 

Entonces, a mí se me ocurrió pensar en lo qué es terminar o no terminar una sesión. Los 50 minutos estipulados hasta hace 10 años, es una cosa bastante universal. Lo que ocurre, a mi entender, es que no hay una sesión en cincuenta minutos de tiempo. Normalmente hay hasta dos, hasta tres sesiones. Si uno piensa el psicoanálisis en secuencia, no sería tan interesante o importante que hubiese tres sesiones en el mismo día, pero si uno piensa el psicoanálisis como corte, como suspensión, no sería conveniente que hubiera dos o tres sesiones diarias, en tanto si uno se lo plantea en el nivel racional de conocimiento, solamente haría eso con un colítico ulceroso. Es decir, en un colítico ulceroso se sabe que hay una indicación psicoanalítica que le permite sobrevivir y que es que el psicoanalista lo vea cuatro o cinco veces diarias, entre cinco u ocho minutos, que es más o menos el tiempo que el sujeto soporta la comida en el estómago, en su aparato digestivo, y después la caga. Es decir, no caga nada, caga sus instintos. Insistiendo en esta indicación, la relación con el psicoanalista tiene que ser la misma relación que el sujeto tiene con la comida, y por tanto tiene que ser varias veces al día. 

Estábamos en la importancia de determinar cuándo termina una sesión y cuando es interminable una sesión. Pienso esto porque lo que Freud piensa acerca del psicoanálisis en general, se puede pensar acerca de cada sesión.

 Porque no es al empezar, sino después de 10 años de psicoanálisis que un sujeto consigue plantearle a su psicoanalista el verdadero encuadre psicoanalítico y le dice: “yo voy a venir tales días, voy a pagar cuando venga, y cuando quiera dejar de venir, dejo de venir”.

 Ya que si se tratara no de curar, como él dice después en el punto III: “En los últimos años me he dedicado, sobre todo, a análisis didácticos; un número relativamente pequeño de casos graves siguieron conmigo para un tratamiento continuado, interrumpido, sin embargo, por intervalos más o menos largos. En ellos la meta terapéutica ya no era la misma. No se trataba de acortar el tratamiento, el propósito era agotar radicalmente las posibilidades de enfermedad y poner de manifiesto una alteración profunda de su personalidad”, es decir pacientes enfermos que más que curarse quieren llegar a saber todos los motivos que han producido su enfermedad y además análisis didácticos cuya intención no es curarse sino, precisamente, ver hasta dónde pueden llegar en el descubrimiento de los procesos inconscientes, la averiguación de sus propios actos.

 Entonces quitando de la relación la cura, en realidad cada interpretación debería ser no sólo el fin de la sesión, sino también el fin del psicoanálisis. La próxima sesión en realidad no es la próxima sesión, como todos sabemos, porque la pulsación del inconsciente, lo que estaba abierto en un instante, está ocluido en este otro instante y lo que se abre no es lo mismo que lo que estaba abierto, sino que es otra cosa. Por lo tanto, en la próxima sesión el paciente, el psicoanalizado vendrá a intentar la reapertura de los circuitos, la reapertura del inconsciente.

 Seguimos en esta vertiente donde no nos interesa la cura y donde lo único importante es proponernos psicoanalizar todos los obstáculos, todos los mecanismos de defensa del Yo, todos los mecanismos inconscientes, ese es nuestro interés.

 El producto de ese psicoanalista no puede ser sino un psicoanalista, alguien que está en condiciones de psicoanalizar a alguien. Alguien que está en condiciones de psicoanalizar a alguien, y si usted me lo pone en la tierra –esto de la tierra es muy interesante– Freud dice: todo esto que digo, el instinto, el Yo, etc., es verdad en la teoría, lo razono teóricamente y es correcto, no es tan verdadero en la práctica. Bueno no es tan verdadero en la práctica porque no hay psicoanalista. Ahí está el psicoanalista, ahí está el deseo del psicoanalista. El savoir faire, el saber hacer –Freud lo dice también en francés– el saber hacer del psicoanalista. Tiene algo de raro esa palabra, que es entre el saber hacer un trabajo y el saber-saber. Hay un lugar donde si usted es agraciado, con buena ventura, que depende del azar y entonces no es malherido ni en su Yo, ni tiene grandes instintos, entonces Freud dice que eso facilita la tarea analítica, pero depende del saber hacer del psicoanalista.

 El saber hacer de un psicoanalista es su deseo, es decir, su deseo, encauzado todo el deseo, el de todas las porquerías, encauzado en demostrar que siendo psicoanalista hubo psicoanalista.

 El problema planteado así, como le pasa a Lacan, no sé si a los lacanianos les pasa, es que no hay psicoanálisis que no sea del psicoanalista; ya que la constatación de que hay psicoanalista no constata que lo hay, sino simplemente por après-coup que lo hubo. Es decir, ¿cómo es posible saber que un psicoanálisis llegó a su fin natural?, es decir ¿cómo es posible saber que el que ordenó la experiencia fue un psicoanalista?: si el producto del psicoanálisis es un psicoanalista, que no constatará su ser psicoanalista hasta que produzca otro psicoanalista, que su ser psicoanalista sólo está constatado que hubo para su producción la necesidad de haber un psicoanalista.

 Hay un escrito de unos franceses que llaman impasse en Freud,“Análisis terminable e interminable”. Impasse en Freud, passe en Lacan. Es muy interesante porque impasse se puede traducir directamente al castellano por “impas” modismo que se usa y que quiere decir del lado del paréntesis, mientras que si hacemos la traducciones “callejón sin salida”. La traducción metafórica sería, según estos discípulos de Lacan, callejón sin salida en Freud, pase en Lacan. 

Es decir, que no hay solución, vamos a tomarlo tal cual lo plantean ellos. Freud plantea un callejón sin salida, ¿por qué? porque es “ya te va a llegar la hora”. Para Freud es: ¿no tienes fuerza instintual?, no importa algún día te vendrá un gran trauma; ¿no te viene un gran trauma?, no importa algún día tendrás una alteración del Yo, porque los mecanismos defensivos siempre alteran el Yo; así que tarde o temprano te tocará. ¿Ven que es un callejón sin salida? Porque si tarde o temprano te tocará, te tocará después de los 15 años de análisis, de los 20 años de análisis, después de los 40 años de análisis, un callejón sin salida es lo que plantea Freud. Visto así, ustedes saben que cada vez se puede ver de distintas maneras, siempre dentro de ciertos patrones que marcan los pocos conceptos de los cuales disponemos. En cambio Lacan, según estos autores y es verdad, lo soluciona con el pase. Pero el pase es para los psicoanalistas.

 Que pensándolo bien nosotros podemos pensarlo como ellos si nos animáramos a sus textos, en el sentido de que el psicoanálisis sólo es si hay psicoanalista. Psicoanálisis didáctico llega a decir Lacan en un momento.

 La cuestión del psicoanálisis terminable e interminable, entonces, para dar un paso sobre las últimas conversaciones sobre este tema, si viene un paciente que va a ser director técnico del Atlético de Madrid a psicoanalizarse, entonces el análisis es terminable, porque como secuencia no va a querer ser psicoanalista. ¿Por qué va a tener necesidad de remover, de reactualizar los significantes? Lo que pasa es que, desde hoy, eso no daría cuenta de que hubo un psicoanalista. Entonces, alejamos a los enfermos de nosotros porque los curamos, pero eso no es psicoanálisis, porque para que haya sido psicoanálisis el sujeto tiene que quedar en condiciones de poder psicoanalizar. Análisis con fin e interminable.

 Y nadie habla en contra de las posibilidades sociales del psicoanálisis, a ver si entendemos bien esto, pero eso ya no es psicoanálisis. Como si yo le quisiera convencer a usted de que la operación abstracta de la suma es lo que usted y el almacenero hacen cuando usted va comprar ¿vio que ahí es más fácil entenderlo? No es lo mismo. Freud dice: en la teoría callejón sin salida y Lacan contesta: en el mercado, acto psicoanalítico, es decir, constitución del sujeto en psicoanalista, fin de análisis.

 Ustedes están pensando en ustedes sentados en el sillón de su propio psicoanalista, por eso me miran con esa cara, pero no tienen que pensar así; ustedes tienen que pensar más libremente; por ejemplo, yo psicoanalizo a una señora que es una ama de casa -también está eso, como decía Pichon Rivière-, se psicoanaliza 3 o 4 veces por semana, porque se gana un dinerillo guiñándole el ojo al marido, y se psicoanaliza 10 años. A lo mejor también el fin del psicoanálisis de esa ama de casa sea que ella se ha transformado en una psicoanalista, aunque nunca ejerza como tal, sino simplemente que cada vez que hable con el otro, ella pueda sostener con su deseo el discurso del otro, porque ¿qué otra cosa es la demanda del ser humano? Es cierto que el ser humano cada vez que habla demanda, pero, ¿cuál es el destino de la demanda del ser humano?, ¿con qué se conforma? con ser escuchado. Por lo tanto si esa ama de casa, después de 10 años de análisis, sabe escuchar la demanda del otro, es psicoanalista. Es una militante del psicoanálisis sin necesidad de trabajar de psicoanalista. Militante en el sentido de que va a ser capaz de registrar, en su escucha, el deseo del Otro.

 El psicoanálisis para un psicoanalista tiene que ser interminable. Freud dice terminable e interminable, como la sesión. No en todas las sesiones hay interpretación. Cuando hay interpretación, cuando además de señalar el psicoanalista puede interpretar, está claro que ahí podría concluir el psicoanálisis.

 Si yo me vuelvo a someter en la próxima sesión al mismo experimento, seguramente habrá conmoción de estructuras, aparecerán otras frases, con el tiempo, otra interpretación.

 Entonces, Freud dice que para aquel que practica el psicoanálisis no solo tiene que analizarse durante todo el tiempo, sino que tiene que terminar su psicoanálisis y no terminar su psicoanálisis. Concluir su psicoanálisis, pero eso no es una conclusión dice Freud, periodos que él les llama terminar para volver a empezar. Entonces el psicoanálisis es terminable e interminable.

 Podíamos decir lo mismo de las sesiones. Por lo tanto las sesiones no tienen que durar cincuenta minutos, a mi entender, ni cinco, ni diez, ni quince. Las sesiones tendrían que finalizar de dos modos: uno de ellos es cuando el psicoanalista puede interpretar, y otro es cuando el paciente prepara en la asociación libre el campo para una interpretación, pero de continuar la sesión de ese día él hablaría de otra cosa. Entonces para que no se diluya el trabajo que acaba de hacer el paciente para llegar a ese lugar que llegó de la asociación, hay que interrumpir la sesión.

 Esto se ha manejado mal, además es difícil de hacer, en tanto como ustedes saben el psicoanálisis es un trabajo, y al paciente lo tranquiliza tener un contrato que fije el tiempo. Freud no quiere plantear ninguna cosa técnica. Lo dice claramente en la primera pregunta “¿Cuándo se puede dar por terminado un psicoanálisis?”. Hay dos formas de plantearse la cuestión, nos dice,“cuando psicoanalista y paciente dejan de verse”. Eso es una manera de finalizar, cumpliéndose dos requisitos, “que el paciente haya solucionado alguno de sus síntomas neuróticos, sus inhibiciones, su angustia y que el psicoanalista  esté convencido de haber influido lo suficiente sobre el paciente para que no se vuelvan a repetir estas situaciones de síntomas e inhibiciones”.

 ¿Termina el análisis cuando el paciente ha cumplido con su objetivo de curarse, y cuando el psicoanalista ha cumplido con sus objetivos de haber construido la mayor cantidad de historias de deseos? Este no es el centro del problema, dice Freud. El centro del problema es preguntarse, una vez finalizado el tratamiento psicoanalítico, si la continuación del psicoanálisis no produciría más transformaciones en el sujeto.

 Freud dice, una crítica que me han hecho, interesante porque uno tiene la tendencia de plegarse a ella es: ¿no es acaso que al fin y al cabo que a los pacientes psicoanalizados y a los no psicoanalizados les pasa lo mismo? Teóricamente no es así. El paciente psicoanalizado aprende, dice él a domesticar los instintos. No suprimir el instinto del deseo, sino a domesticarlo. 

Entonces explica lo que es domesticación: el instinto es integrado a la armonía del Yo, resulta accesible a todas las influencias de los otros impulsos sobre el Yo, y ya no intenta seguir sus caminos independientes hacia la satisfacción.

 Aquello que se logra con la negación, es decir, hacer ingresar al conocimiento del hombre pensamientos que no paguen el peaje de la represión y que estén alejados del principio del placer, es lo que Freud dice que sería dominar un instinto. 

Un pensamiento que se pone en contacto con el mundo sin pagar el peaje de la represión, sin disfrazarse, sin desplazarse y sin condensarse. Es decir, un pensamiento que no se reprima y que, además, se exprese fuera de la dialéctica del principio del placer. Es decir, ya no más me gusta o no me gusta, sino es conveniente o no es conveniente. 

Hay varias maneras de introducirse al tema del psicoanálisis como terminable e interminable. Una de ellas es mediante la filosofía que nos lega el mecanismo de la negación, diciendo que el ser solo entra en contacto con el mundo a condición de que el sujeto nada sepa de ello, a condición de que sea negado.

 ¿Qué dice Freud?: le interpreto al sujeto que ha negado, para permitir el contacto del ser y el mundo, el sujeto acepta que ha negado, pero no acepta lo reprimido.

 Por lo tanto, si entramos a la cuestión del psicoanálisis terminable e interminable por la negación, el psicoanálisis es interminable.

 Y lo es porque aún después de la interpretación, el mecanismo de la negación ha hecho consciente lo inconsciente a costa de ser negado. Pero hay algo de la represión que queda incólume, no se acepta lo reprimido. 

Es decir, “no vaya a pensar, doctor, que la persona del sueño es mi madre”, le dice: usted me está diciendo que la persona del sueño es su madre y usted preferiría que esto no fuera así.” Después de aceptar intelectualmente que eso es una negación, no queda en la conciencia del paciente como conocimiento que esa mujer del sueño es la madre. Eso es lo que dice el mecanismo de la negación. Es decir, ahí donde aceptamos el mecanismo de la negación, el psicoanálisis es interminable.

 Niego, me dicen que niego, comprendo pero niego. Comprendo que niego pero no acepto lo reprimido.

 La ciencia puede rectificar la ideología, estudiarla, transformarla, pero no puede terminar con ella, porque es la propia vida del sujeto. En el único momento que el sujeto no tiene ideología, o que la ideología no tiene que ver, es cuando se somete a ser sujeto de la ciencia, aquel sujeto que defino desde las coordenadas teóricas del psicoanálisis.

Si usted está partido, escindido, y ese hueco es la muerte y de un lado está el saber y del otro lado está la verdad, o de un lado está el ser y de otro está el Yo o el sujeto, entonces usted es un sujeto del psicoanálisis tiene complejo de castración, envidia al pene, busca lo que no se encuentra porque lo que se tiene que encontrar no existió nunca. Es un saber que certifica un conocimiento del cual el sujeto no sabe. No es el saber hegeliano que no implica ningún conocimiento.

 Este saber implica conocimiento, pero el sujeto poseedor del saber nada sabe de ello; es un nuevo campo ideológico. El psicoanálisis abre un nuevo campo ideológico donde existe un ser que posee un saber imposible, en tanto cada vez que quiere saber algo acerca de ese saber lo transforma en realidad objetiva. Ese saber, que es el inconsciente, es imposible de realidad porque cuando se transforma en realidad, se transforma en lo que es conocimiento.

 El sujeto del psicoanálisis ni siquiera sabe que no sabe. Tiene esa ceguera. Por eso el psicoanálisis es una ciencia, porque viene a levantar esa ceguera que tiene el terráqueo sobre su propio sentimiento.

 Habíamos dicho que la teoría copernicana era una ciencia porque venía a develar una ceguera que el terráqueo tenía con respecto al movimiento del universo. Es una ciencia aquel complejo teórico que viene a develar una cuestión acerca del terráqueo.

 Entonces en la primera lectura, que retomo, no alcanza el deseo del psicoanalista, sino está el deseo del discípulo, del psicoanalizado; en tanto el primer obstáculo que pone son los problemas que le causan los psicoanalizados. Otto Rank porque quiere acortar y Ferenczi cuando le dice a Freud: “pero cuando usted me dio de alta yo no tenía todavía la transferencia negativa que tengo ahora ¿Por qué usted no provocó en mi la transferencia negativa?

 “Un hombre –en el texto de Freud– que se había autoanalizado con gran éxito llegó a la conclusión de que sus relaciones con los hombres y las mujeres– con los hombres que eran sus competidores y con las mujeres a las que amaba– no se hallaban libres de alteraciones neuróticas, y como consecuencia se sometió al psicoanálisis por otra persona a quien consideraba como superior a él.

 Esta iluminación crítica de sí mismo tuvo un pleno éxito. Se casó con la mujer a la que amaba y se convirtió en amigo y maestro de sus supuestos rivales. Muchos años pasaron de esta manera, durante los cuales sus relaciones con su psicoanalista permanecieron sin nubes. Pero entonces, por razones no apreciables exteriormente, se presentaron  conflictos. El hombre que había sido psicoanalizado se hizo antagonista del analista y le reprochó que no había logrado hacerle un análisis completo. El analista, según él, debería haber sabido y haber tenido en cuenta el hecho de que una relación transferencial nunca puede ser puramente positiva; debería haber prestado atención a las posibilidades de una transferencia negativa”.

 Es decir, suponemos que Ferenczi vuelve a tener ciertos trastornos, quince años después, con los hombres y las mujeres que le hacen pensar que hay algo no interpretado, y esto no interpretado es todo el odio que él, ahora, siente por su maestro, por su psicoanalista. Entonces Freud aquí contesta de una manera muy interesante, dice “no había rastros”.

 Freud dice que habría tres maneras de provocar la situación. Una, le explico al paciente como hacemos con los niños con la sexualidad, le explico y le explico y después los niños siguen pensando que los niños nacen por el culo y nadie les convence de otra cosa. Es decir, la explicación no sirve, se gana en conocimiento pero no se gana en transformación de la pulsión o del deseo inconsciente.

 Otra manera es en la realidad, imposible para el psicoanálisis. “Divórciese de su mujer que ahora ama pero que un día no amará”, entonces ahí la persona entra en transferencia negativa con el psicoanalista, porque dice: “usted es un hijo de puta, me quiere hacer separar de lo único bueno que tengo en mi vida”. Y si no es la mujer, es el trabajo y el psicoanalista le dice que deje el trabajo porque algún día… dice, en la realidad no puede.

 Pero queda otra manera, queda la transferencia, entonces dice, “no sé si podemos afirmar que el primero de estos procedimientos atenuados –producción artificial de nuevos conflictos en la transferencia–se halla excluido del psicoanálisis. En esta dirección no se han hecho experimentos especiales”. Es decir, más allá de la transferencia, como él dice, le puedo hacer sentir celos o amor pero ya eso se siente, aunque no haga nada, por ese camino. Pero también es cierto que a veces un acto en la transferencia produce más, en el sentido psicoanalítico, que una interpretación o el silencio, eso es relativo. Pero de cualquier manera él le dice a Ferenczi que no, le dice que no hay manera de hacerle vivir el conflicto si el conflicto no está. El obstáculo es: sin deseo del psicoanalista no hay psicoanálisis, pero si el discípulo no desea –según este texto– no hay psicoanálisis.

 Además si no hay elaboración teórica de que las pulsiones, el trauma y las alteraciones del Yo, que tienen que ver con la pulsión de muerte y la pulsión de vida, tampoco hay psicoanálisis. Si además no está psicoanalizado permanentemente el deseo del psicoanalista, al nivel de perforar o por lo menos llegar a la roca viviente, tampoco es psicoanálisis.

 Y habrá psicoanalista aunque permanezca la roca, pero no habrá fin de análisis. Habrá psicoanalista y marcaremos el fin del análisis porque hay psicoanalista. Pero eso no quiere decir que hayamos reducido la roca viviente. 

Para terminar les voy a leer un diálogo que se llama “Los Ciegos”, de Cesare Pavese, que es un diálogo de Tiresias y Edipo hablando de la roca.

 LOS CIEGOS 

No hay episodio de Tebas en que falte el ciego adivino Tiresias. Poco después de este coloquio comenzaron las desventuras de Edipo, es decir, se le abrieron los ojos y él mismo se los reventó horrorizado. 

(Hablan Edipo y Tiresias)

 EDIPO. Viejo Tiresias, ¿debo creer lo que aquí en Tebas se dice: que los dioses te han enceguecido por envidia?

TIRESIAS. Si es cierto que todo nos lo envían ellos, debes creerlo.

EDIPO. ¿Tú qué dices?

TIRESIAS. Que se habla demasiado de los dioses. Estar ciego no es una desgracia distinta a la de estar vivo. Siempre he visto cómo las desgracias llegan a tiempo allí donde deben llegar.

EDIPO: Pero, entonces, ¿para qué sirven los dioses?

TIRESIAS: El mundo es más viejo que ellos. Ya llenaba el espacio y sangraba, gozaba, era el único dios cuando el tiempo aún no había nacido. Las cosas mismas reinaban entonces. Ocurrían cosas, ahora, a través de los dioses, todo se ha convertido en palabras, ilusiones, amenazas. Pero los dioses pueden fastidiar, acercar las cosas o alejarlas. No pueden tocarlas ni cambiarlas. Llegaron demasiado tarde.

EDIPO: ¿Y eres tú, sacerdote, quien dice esto?

TIRESIAS: Si no supiera al menos esto, no sería sacerdote. Piensa en un niño que se baña en el Asopo. Es una mañana de verano. El muchacho sale del agua y vuelve a ella feliz, se zambulle y vuelve a zambullirse. Se siente mal y se ahoga. ¿Qué papel juegan

aquí los dioses? ¿Deberá atribuir a ellos su fin, o en cambio al placer que disfrutó? Ni una cosa ni otra. Algo ha acontecido –que no es bueno ni malo, que no tiene nombre– luego los dioses le darán un nombre.

EDIPO: ¿Y dar un nombre, explicar las cosas, te parece poco, Tiresias?

TIRESIAS: Eres joven, Edipo, y como los dioses, que son jóvenes, esclareces tú mismo las cosas y las nombras. No sabes todavía que bajo la tierra está la roca, y que el cielo más azul es el más vacío. Para quien no ve, como yo, todas las cosas son un choque, nada más.

EDIPO: Pero, sin embargo, tú has vivido frecuentando a los dioses. Durante largo tiempo te has ocupado de las estaciones, de los placeres, de las miserias humanas. Más de una fábula se cuenta de ti, como si fueras un dios. Y alguna muy extraña, tan insólita que seguramente deberá tener un sentido, tal vez el de las nubes en el cielo.

TIRESIAS: He vivido mucho. He vivido tanto que cada historia que escucho me parece la mía. ¿Qué decías del sentido de las nubes en el cielo?

EDIPO: Una presencia en medio del vacío...

TIRESIAS: Pero ¿cuál es esa fábula a la que atribuyes un sentido?

EDIPO: ¿Siempre has sido lo que eres, viejo Tiresias?

TIRESIAS: Ah, te comprendo. La historia de las serpientes. Cuando fui mujer durante siete años. Y bien ¿qué hallas tú en esa historia?

EDIPO: A ti te ha acontecido y tú lo sabes. Pero tales cosas no acontecen sin un dios.

TIRESIAS: ¿Lo crees? Todo puede suceder en la Tierra. No hay nada insólito. En aquel tiempo me disgustaban las cosas del sexo pensaba que envilecía el espíritu, la santidad, mi carácter. Cuando vi a las dos serpientes gozarse y morderse sobre el muslo, no pude reprimir mi despecho: las toqué con el bastón. Poco después era mujer, y durante años mi orgullo estuvo obligado a soportar. Las cosas del mundo son rocas, Edipo.

EDIPO: ¿Pero es verdaderamente tan vil el sexo de la mujer?

TIRESIAS: Nada de eso. No existen cosas viles, salvo para los dioses. Hay, sí, fastidios, disgustos e ilusiones que al tocar la roca se diluyen. Aquí la roca fue la fuerza del sexo, su ubicuidad, su omnipresencia bajo todas las formas y mutaciones. De hombre a mujer y viceversa (siete años después volví a ver a las dos serpientes), lo que

no quise consentir con el espíritu me lo impusieron por la violencia o la lujuria, y yo, hombre desdeñoso o mujer envilecida, me desenfrené como una mujer y fui abyecto como un hombre y aprendí todas las cosas del sexo: llegué a tal punto que, hombre, buscaba a los hombres, y mujer, a las mujeres.

EDIPO: Entonces es verdad que un dios te ha enseñado algo.

TIRESIAS: Ningún dios está por encima del sexo. Es la roca, te digo. Muchos dioses son fieras, pero la serpiente es el más antiguo de todos los dioses. Cuando se oculta bajo tierra, allí tienes la imagen del sexo. Él contiene la vida y la muerte. ¿Qué dios puede encarnar y abarcar tanto?

EDIPO: Tú mismo. Lo has dicho.

TIRESIAS: Tiresias está viejo y no es un dios. Cuando era joven, ignoraba. El sexo es ambiguo y siempre equívoco. Es una mitad que parece un todo. El hombre llega a encarnárselo, a vivir en él como un buen nadador dentro del agua; pero entretanto ha envejecido, ha tocado la roca. Al final le queda una idea, una ilusión: que el otro sexo consiga saciarse. Pues bien, no lo creas. Yo sé que es una vana fatiga para todos.

EDIPO: Es difícil rebatir cuanto dices. Por algo tu historia comienza con las serpientes y comienza también con el disgusto, con el fastidio por el sexo. ¿Qué le dirías a un hombre íntegro si te jurara que ignora ese disgusto?

TIRESIAS: Que no es un hombre íntegro que todavía es un niño.

EDIPO: Yo también, Tiresias, he tenido encuentros en el camino de Tebas y en uno de ellos se habló del hombre, desde la infancia hasta la muerte. También nosotros tocamos la roca. Desde aquel día fui marido y fui padre, y rey de Tebas. Nada hay ambiguo o vano, para mí, en mis días.

TIRESIAS: Edipo, no eres el único que cree esto. Pero la roca no se toca con palabras. Que los dioses te protejan. También yo te hablo y estoy viejo. Sólo el ciego conoce las tinieblas. Me parece vivir fuera del tiempo, haber vivido siempre, y no creo en los días.

También dentro de mí hay algo que goza y que sangra.

EDIPO: Decías que ese algo era un dios. ¿Por qué, buen Tiresias, no intentas suplicarle?

TIRESIAS: Todos le rogamos a algún dios, pero lo que sucede no tiene nombre. El niño que se ahoga, una mañana de verano, ¿qué sabe de los dioses? ¿De qué le sirve suplicar? Hay una gran serpiente en cada día de la vida, y se oculta, y nos mira. ¿Alguna vez te preguntaste, Edipo, por qué los desdichados se vuelven ciegos cuando envejecen?

EDIPO. Ruego a los dioses que a mí no me suceda.

Traducción de Marcela Milano

 

NOTAS 

Público: Aunque el título es Análisis interminable, casi la mayor parte del capítulo, sobre todo al final, se trata de las resistencias ¿verdad?

 – Freud demuestra que el psicoanálisis es interminable. Esa es la demostración. Tesis: análisis terminable e interminable. Y después subraya la tesis diciendo: el psicoanálisis es terminable e interminable. Fue después de muchas reflexiones que él llega a la confirmación de la tesis. Usted dice que no, que se desvía del tema, que abandona el tema. El título dice Análisis terminable e interminable en general y cualquiera de nosotros cree que se trata de nuestro psicoanálisis interminable. Es un tema capcioso.

 Público: Freud refuta a Ferenczi, por ejemplo, que en algún momento trató de acelerar el análisis. Marca un ritmo, se establece que el proceso es largo.

 – Ferenczi le protestaba a Freud por qué su psicoanálisis no había durado más tiempo, hasta que apareciese la transferencia negativa. En cambio usted dijo que Ferenczi quería acortar el tratamiento.

 Público: En la última parte del capítulo Freud refuta algunas tesis, algunos estudios de Ferenczi, entonces…

 – Sí, pero eso no es muy importante, así que usted quiere que su psicoanálisis sea breve, que tenga final. ¿A nadie le gustaría terminar su psicoanálisis? Sí, esa fantasía alguien la tiene que tener. ¿O sólo yo la tengo? Un fin, que el psicoanálisis tenga un fin, liberarse.

Cualquiera puede fantasear eso. Freud dice que es imposible. Eso no quiere decir que no se pueda fantasear, que no se pueda ambicionar. Lo que yo digo no es para todas las personas, ustedes entienden, es para personas que vienen a una Escuela de psicoanálisis y en las que habíamos leído fantasías, aunque inconscientes, de ser psicoanalistas. Freud lo dice claramente, en aquella época en que no existía un satélite que fuera al espacio y volviera en condiciones de poder ir al espacio de nuevo, aconsejaba que un psicoanalista cada cinco años tenía que volver a retomar su psicoanálisis, es decir, de esta manera el psicoanálisis era terminable e interminable. Lo que parece que ustedes quieren leer como una “o” para Freud es como en los sueños, es una “y”. Sí, ustedes piensan que así va a durar menos su psicoanálisis, no. Esto es muy importante ¿No dije acaso que en cada sesión terminaba todo?

 El sujeto tenía que volver, tenía que atravesar la jungla de cemento, tenía que volver a atravesar su familia, tenía que atravesar las resistencias del Yo, las alteraciones del Yo, la situación traumática, el Edipo, el incesto… y a la otra sesión le parecía que era como volver a empezar. Continuar la próxima es…, vaya a saber cuándo es.

 A mí estos silencios me resultan encantadores. Creo que hay una tendencia perversa en mí a producirlos, porque es el mismo clima que en las fábulas, el clima precedente al encantamiento. Si fracaso en la clase de hoy, ustedes pueden pensar lo que quieran, pero Freud pensaría que se ha llegado a un límite que ninguno está dispuesto a atravesar, por ejemplo. No pensé que eso que a mí me hacía gracia, a usted le dejaría mudo, pues usted se comparaba con Ferenczi y a mí me comparaba con Freud, usted ganaba y yo también. Tenemos que pensar que hay cosas que ocurren que ni me imagino que puedan llegar a ocurrir de esa manera: después de la alegría que siento por la broma que creo que usted está haciendo, le comunico la broma y usted, en lugar de reírse, silencia.

 Público: Es que usted dijo una cosa muy seria. Dijo que estaban las protestas de Ferenczi en su intento de hacer los tratamientos más breves, pero que había una verdad en Ferenczi, que era la de su propio tratamiento, donde él quería que hubiese sido más largo.– Acusa directamente a Freud de no haberle interpretado la transferencia negativa, de lo cual Freud se disculpa diciendo: no había rastros, entonces, cuál es la acusación. ¿Y por qué no me tuvo uno o dos años más con usted?, si en ese momento no había rastros.

 Público: Es decir, que quizá quería delimitar el tratamiento, por protestar…

 – Y acababa de comenzar otro tratamiento del paciente. Concluimos, en la conclusión le digo ceremoniosamente: tú eres “eso”, y el sujeto ceremoniosamente me dice: “eso”, comienza su psicoanálisis.

 Antes de pronunciar la interpretación no sabía que era “eso”. Le hago una pregunta a usted que es una persona muy seria, ¿Usted saldría todos los días, porque un día sí, pero todos los días a la calle sin zapatos?

 Público: No, no.

 – ¿Y tiene alguna explicación?

 Público: Sí, el dolor de pies, el gasto de calcetines, el frío…

 – Y la mirada de sus vecinos, ¿eso no le molestaría?

 Público: Sí, un cierto prurito de… todos los vecinos cuando me vean salir: “ahí va otra vez…con este frío... de tanto andar con locos”, dirán. 

– Está claro que lo que está bien para los indios, que todavía hay, los he visto en América, aquí se hace delito. Usted sale una vez sin zapatos a la calle y lo explica, pero ya dos veces, tres veces… el jefe, la maestra, la directora, los pacientes… “¡Qué exótico, el primer día, qué libre el doctor”, dirán.

 Para una persona que quiere hacer psicoanálisis, el desconocimiento de cómo funcionan los procesos inconscientes es tan grave como para una persona, que vive en una ciudad europea, salir todos los días sin zapatos a la calle. En tanto no hay modalización, hay locura, porque eso, normalmente, se arregla en nuestra cultura con una modalización. Como el poeta inglés Robert Graves que quería naturaleza, pero no se desnudó en medio de Londres, en cambio se fue a Mallorca y tenía naturaleza y poseía el centro de información mundial, más importante casi que Madrid. 

Público: Estaba psicoanalizado. 

– Puede ser. Y más ante el hecho de escribir como escribía. 

Público: Estaba, o sea, que terminó. Se terminó el análisis con la muerte o se murió… A pesar de psicoanalizarse se murió. 

– Este tema da tanta angustia un poco por lo que acaba de comentar, porque se psicoanalizó y se murió lo mismo. En la mujer es: “me psicoanalicé y no me creció”, dice Freud. Esa tristeza del final en ella es cuando da la última mirada sobre sí y ve que todo está igual, nada ha cambiado. 

Público: La individualidad del psicoanalista, dice en el texto, que puede influenciar en los progresos del psicoanálisis; el Yo del paciente y la individualidad del psicoanalista… 

– Ahí es muy contundente Freud. El psicoanalista debería tener que sobresalir en algo, dice. Algo tiene que ser sobresaliente en él por si llegara a ocurrir que el paciente se identifique, o por si fuera necesario ser el maestro. En el lenguaje actual sería: el psicoanalista tiene que ocupar la posición femenina, en tanto debe dejarse decir por el Otro que no es él y al que ni siquiera representa, sino que es como un pasaje. Freud en el texto dice que eso no es lo más difícil, la posición femenina –se trata de psicoanalistas varones– en tanto somos bisexuales, etc. Hay posiciones que dependen de la individualidad del psicoanalista, la posición de modelo de identificación y la posición de maestro, que no son una forma, son también un discurso, el discurso del modelo ideológico para posibilitar la identificación y el discurso del maestro, no que uno tenga ahora que enseñar al paciente a sumar, sino que Freud está hablando de la posición del discurso, que no es sólo una posición pasiva sino que es transferencia que surge espontáneamente en el paciente. 

Aunque el psicoanalista sea perfecto va a tener que soportar todo lo que se genera sin ser él responsable de su generación, y eso no lo puede solo. No puede ser el discurso de los modelos de identificación o ideológicos, el discurso del maestro, el discurso de la mujer y, para garabatear nuestro decir, el discurso de Dios, a solas, o solo, es decir, está absolutamente atrapado en una red de significantes que no le pertenece, que sin ser inconsciente él no puede pronunciar.

 A veces las personas confunden lo grupal con lo inconsciente, si es grupal ningún integrante puede decirlo todo, aunque no sea inconsciente. Y esta gama de significantes que atrapa al psicoanalista para que pueda cumplir su función se llama psicoanálisis didáctico, grupo de estudio,  psicoanálisis, supervisión y, por último, cuando es grande, la escritura psicoanalítica donde va a denunciar al resto de psicoanalistas. Sin darse cuenta, atrapado por mecanismos que desconoce, propios de la escritura y que nada tienen que ver con los mecanismos inconscientes, confesará cuales fueron sus errores.

 Para triunfadores la carrera psicoanalítica es dura, vamos a decir la verdad, porque no se triunfa nunca. Te puedes divertir mucho, puedes gozar, ser culto, viajar, pero no se puede triunfar, porque el que triunfa sobre la muerte, que es el ser con el cual se las tiene que ver el psicoanalista, es un maníaco y un maníaco tiene que estar tumbado en el diván, no sentado en el sillón.

 Yo voy a abrir un centro, además voy a inscribir socialmente una función, se va a llamar Centro de Psicoterapia Breve, psicoterapia de objetivos limitados, y voy a mostrar una función del psicoanálisis desconocida, en el sentido de que todo el mundo quiere eso pero nadie lo pide, nadie dice “vengo a arreglar el asunto éste del dinero y lo dejo tranquilo doctor” Le arreglas el asunto del dinero, después tiene un montón de follones cada cual más grande que el otro. Entonces, como nadie se conforma, se impone desde el principio: “mire, su psicoanálisis va a durar cuatro meses y vamos a curarle de esto, el resto usted se las arregla”. El psicoanalista tiene esa efectividad. 

Público: Perdón, eso no tiene en cuenta todo un pensamiento estructural… 

– ¿Qué pensó para decir eso?, para que yo alguna vez converse con usted. 

Público: Por ejemplo, son conocidos los libros de algunos que intentaron la psicoterapia breve, pero científicamente no son muy de fiar. Cómo se puede atacar, por ejemplo, el sujeto ese estreñido o el que se resfría demasiado o el que le duele la cabeza sin…cómo se puede entender eso sin entender una estructura que lo determine. 

– Wallon es un nombre olvidado de la psicología, que también tienen que leer alguna vez, por qué no, si yo lo leí. Si ustedes no lo leen igual que el profesor se pierden leer el libro, porque el profesor ya lo leyó antes de ser moderno. Yo todo lo leí, era muy buen alumno, la Escuela de Palo Alto, la Escuela de Chicago, Melanie Klein… No es que quiera hacerles pasar las mismas penurias a ustedes, pero si leía con tanta atención esos libros, que ahora parece que he abandonado, por algo debía ser que los leía con tanta atención. 

Volviendo al tema, por no agradecerle a Wallon una frase, tuve que agradecerle a cuatro o cinco importantes, para olvidarme de Wallon, que era al que tenía que agradecer: “la angustia se calma con cualquier representación, corresponda o no corresponda a la verdad”. 

Es decir, más que sabiduría se necesita coraje frente a un angustiado. Usted le dice: “su angustia es por tal cosa” y su angustia desapareció. Son mecanismos psíquicos, uno puede estudiarlos, no puede frenarlos. Sé que alguno de ustedes tiene ganas de controlar el mecanismo, eso no se puede. 

Si hoy no hubiese tenido que demostrar que mi psicoanálisis debía continuar, no veía claro por qué el de ustedes no, y eso era lo que tenía que venir a demostrar. Hoy tendría que haber dado la clase compuesta que ustedes esperaban, pero en realidad les he venido a decir, no sé si lo he conseguido, que mi propio psicoanálisis debe continuar. ¿O ustedes preguntaban por otra cosa? Me imagino que no preguntaban por el psicoanálisis de ustedes cuando estaban tan preocupados de si duraba o no duraba el psicoanálisis, en tanto la buena pregunta que muchos de ustedes se tienen que hacer –esa pregunta siempre se la tiene que hacer uno– es si empezaron a psicoanalizarse o todavía están como decía su compañero al principio de la clase, en el análisis de las resistencias, es decir, donde el Yo desesperadamente se niega a la curación porque la curación también se transforma en un peligro, porque estar curado es lo verdaderamente nuevo para el paciente. Estar enfermo es lo que el paciente conoce y está habituado a hacer y ama. En tanto, como ustedes saben, algunos síntomas psíquicos llevan nombre y apellido: “ya tengo otra vez mi angustia”, esa angustia sacada de los libros que ya lleva su nombre y apellidos. 

Público: Pero llega un momento en que el psicoanalista da de alta al paciente. ¿Hay una terminación real? 

– Si el paciente se pone muy pesado. El sujeto realmente creció, en el sentido de que piensa y razona, porque si el sujeto no puede razonar apropiadamente a su psicoanalista, ni hablar del alta, es errónea. Pero estamos hablando de alguien que piensa al psicoanalista y habla al psicoanalista, esa persona en lugar de abrirse al mundo infinito del pensamiento y de la relatividad, por ahí se le ocurre que tiene que terminar su psicoanálisis y ahí viene el alta. El paciente dice me voy de alta y, si el paciente está en condiciones de irse el psicoanalista anota: al año, año y medio se va de alta aburrido de convencer al psicoanalista. Antes de irse, el psicoanalista dice: lo que pasa es que es muy difícil transformar un ser para la muerte en un ser, entonces este ser a veces se transforma en un ser con la muerte, con la enfermedad, que es como viven todos los sujetos humanos hasta ahora, aun los egregios, sin ser locos. 

El goce tendría que ser un patrón, porque el goce requiere un aparato psíquico en pleno funcionamiento, es casi como el inconsciente el goce, no representable y funciona bajo la forma de ser rechazado o negado. Nunca se ha visto a nadie que diga “quiero vivir la vida alegremente” que viva la vida alegremente. Nadie vio vivir la vida intensamente a quien va por la vida diciendo “quiero vivir la vida intensamente”. Son paradojas que plantea la manera particular de funcionamiento del aparato psíquico descubierto en “La Interpretación de los sueños”,  en los textos freudianos. Es otro ser, y el hombre es así, un estúpido de sí, en el sentido que, como dice Lacan, el hombre puede morir, hablar y tener hijos sin darse cuenta de que habló, tuvo hijos y murió. Eso es un estado de humanidad relativo. Un estado de humanidad pleno, según estas teorías, es aquel hombre que pueda pensarse en esas situaciones límites del ser. 

Al sujeto del inconsciente se le concibe –por eso es sujeto del inconsciente, por eso tuvo que haber represión– con la capacidad de saberse mortal. La muerte lo señala de esa manera, como un vacío de ser, como un no ser, es decir, la muerte, el saber. Somos esa especie animal que sabe que va a morir, entonces, la muerte nos señala en nuestro ser, ya sea bajo la forma de ese agujero, de ese ser para ella, de ese ser para la muerte. Es decir, goce de las instantáneas, dentro de la especie animal. El hombre es alguien que por este mecanismo de su psiquismo, goza del instante. Los animales no tienen instante.

No tengo ninguna tendencia con respecto a que el psicoanálisis sea terminable o interminable, en el sentido de, como Freud explicas i terminar un psicoanálisis es cuando el paciente y el psicoanalista dejan de verse para las sesiones de análisis, así, concibo terminado un psicoanálisis. Pero el proceso que se instala en el sujeto psíquico no termina, pues si el Yo de nuestros abuelos forma parte de nuestro Superyó, en próximas generaciones serán aspectos reprimidos del Ello, o directamente formaran parte del Yo moral, consciente. En este sentido, quién sabe si un psicoanálisis puede concluir en una generación, quien sabe si esto que le estoy interpretando a usted, por ejemplo, durante setenta años, en realidad se va a transformar en su descendencia.

 

 

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