FREUD Y LACAN -hablados- 3 - Duelo y Melancolía

Miguel Oscar Menassa -2013

 

Comenzaremos diciendo que lo omitido en general, por los psicoanalistas al estudiar el duelo y la melancolía es la psicosis maníaco depresiva y, a lo mejor, ésta es una manera de entrar en tema, porque ustedes saben que los melancólicos son personas irritables pero, a la vez, son personas plácidas. Tanto, el señor como yo podemos ser melancólicos, amables, pero también irascibles.

Es muy interesante lo que dice Hipócrates en el sentido de la unión con la epilepsia y, por tanto, en años posteriores se va a asimilar a la melancolía, por este sesgo, la hipocondría.

Enseñanzas clínicas que deben ser trituradas por las concepciones científicas modernas pero que han de sernos inolvidables para introducirnos en el campo de la clínica. Esa misma enfermedad cuando toma el sesgo del cuerpo es epilepsia o hipocondría y, cuando toma el sesgo de la inteligencia, es melancolía.

No tendría que traer ninguna palabra más para entablar una larguísima y curiosa discusión.

La manía es un estado de alegría exacerbado, pero más aún de cólera y violencia. Enfermedad –que si ustedes se tomaran el trabajo de leer las descripciones de Hipócrates o la definición en Kraepelin– verían un polimorfismo en la descripción de la melancolía que, por un instante, parece que cualquier conducta humana puede llevar en sí la tachadura de la melancolía.

Uno de estos autores –no tan moderno, 1780-1830– llega a describir catorce tipos diferentes de melancolía, entre las cuales actualmente podemos incluir la esquizofrenia, la paranoia y la histeria.

Que la melancolía esté siempre tan asociada a la muerte y a la pérdida –no estoy hablando ni siquiera de Freud, estoy hablando desde la rasante clínica psiquiátrica, es decir, en el encuentro de ese tipo de personalidades– fue el estudio de algunos investigadores que dedujeron una esencia melancólica en toda producción humana. Tanto que podemos considerar, en estos autores, que cuando uno enferma, enferma de melancolía y después se defiende como puede, histéricamente, obsesivamente, paranoicamente o esquizofrénicamente.

La melancolía ha planteado sus problemas siempre, cualquier poeta se daría cuenta que alguien que plantea siempre su presencia tiene alguna relación con la muerte. Esta conexión con la muerte hace de la melancolía una enfermedad mal investigada, si no, como mínimo, mal tratada. Cuando digo que plantea los problemas digo que en las salas ultramodernas con quince o veinte psicoanalistas, con psicoanálisis para todos los psicóticos, sin embargo el melancólico sigue planteando discusiones en estas salas acerca de si en algún momento se debe o no utilizar el electroshock.

Escuelas de psiquiatría dinámica que no aplican electroshock en sus salas dan como indicación precisa una serie de electroshocks en ciertos procesos de la melancolía como única posibilidad de que no se produzca el suicidio, de cómo sacar al paciente de ese tobogán en el cual entra.

La melancolía puede adquirir cualquiera de sus formas. Hay una melancolía que se llama endógena, es una melancolía del cuerpo, puede anidar como núcleo en las personalidades hipocondríacas y a una edad social donde se decreta la madurez del hombre o la mujer. Entre los cincuenta y los sesenta años en estas personas se desencadena una melancolía –dicen, incurable– en pacientes en que previamente habían tenido una personalidad hipocondríaca.

El desgano característico del melancólico es correspondiente a la aceleración maníaca, la falta de ilusiones comparada a la exuberancia de ilusiones de la manía.

Podríamos decir que hay un asesino en el suicida, que este asesino particular a lo mejor se mata, pero lo que no podemos asegurar es que se mata sabiendo que se mata totalmente. Es un criminal a medias: atenta contra una parte de sí y se mata todo, se mata por error.

El melancólico es un asesino y, a la vez, un moralista y no es una parte de sí lo que asesina o intenta asesinar aunque se mate o aunque su cuerpo padezca la enfermedad, sino siempre es a un otro.

Por eso es que el suicidio se puede comparar más que a la estructuración de un proceso psicótico a una especie de desorden o los viejos estados confusionales, precisamente, de Kraepelin, que tan bien los describió. Es decir, que no es patognomónico de la melancolía querer matarse, sino su desgano, su falta de esperanzas, de ilusiones. Los casos de suicidio en los melancólicos en tratamiento se producen como una iatrogenia, enfermedad producida por los médicos, por error de cálculo en el estricto sentido de que el psicoanalista no pudo una interpretación transferencial, es decir, cuando el psicoanalista no pudo dirigir la cura y quiso dirigir la vida del paciente.

En el histérico esto puede dar como resultado la compra, por ejemplo, de una vivienda, el cambio de coche. En el melancólico este mismo error lo puede llevar al suicidio. Normalmente los suicidios son asesinatos; todo suicidio debe ser investigado psicoanalíticamente.

Hasta ahora yo estuve, en este Seminario, dando clases de epistemología, ahora me doy cuenta que son éstas las primeras clase clínicas y digo que, frente al drama de la clínica hay que formarse como psicoanalista, eso es una formación universitaria.

En la próxima clase vamos a ver el planteo de Freud que ustedes habrán leído para la clase de hoy y vamos a trabajar sobre ese modelo. Además del texto “Duelo y melancolía” pueden leer el “Manuscrito G” de las obras de Freud.

La depresión es una palabra con muchos atributos, en tanto ciertas Escuelas Psicoanalíticas le atribuyen a la depresión ser el sentimiento que sólo es posible de ser producido por la visualización o presencia del tercero.

La manía sería, simplemente, la negación de esa vivencia. Si nosotros apretamos más, podemos decir que todavía no sabemos por qué, pero que la melancolía se desencadena frente a las diferencias sexuales. La manía, lo que va a tender a negar, son estas diferencias.

En la clínica, no se ve como si hubiese una enfermedad única –como para Pichón Rivière o para Faerbairn, donde para uno la enfermedad única es la esquizofrenia y para el otro es la melancolía– sino como si hubiese como mínimo dos enfermedades, la melancolía y la esquizofrenia.

También es verdad que ustedes tendrán que estudiar y producir el escrito que fundamente estas aseveraciones clínicas. Lo que se ha visto en muchos pacientes esquizofrénicos es salir del momento psicótico, histéricos y a los melancólicos se los ha visto salir de la psicosis maníaco depresiva por el camino de la neurosis obsesiva. Por lo tanto también hemos visto una histeria desestructurada en una psicosis esquizofrénica y una neurosis obsesiva desestructurada en una psicosis maníaco depresiva. Estos son fenómenos atentamente descriptos por muchos clínicos y que, además se ven.

Dentro de las teorías de enfermedades únicas, la histeria sería –en ambos casos, Fairbairn y Pichón Rivière– el grado neurótico de mayor grado de simbolización, es decir, lo más cercano, para decirlo de alguna manera, a la normalidad, es decir, habría una sexualidad simbólica. Estos autores que en la clínica son de una utilidad incuestionable, nos muestran la mayoría de las enfermedades con las que nosotros nos encontramos, porque nosotros no nos vamos a encontrar con muchas melancolías pero sí con muchas depresiones, no nos vamos a encontrar con muchas esquizofrenias pero sí con muchas esquizoidias, con muchas fobias e histerias y con la combinación actual deteriorada de la paranoia, ya que la paranoia hace muchos años que no se ve en ningún hospicio. Puede ser que en algún hospicio español se vea porque hay cuarenta años de ausencia de psicoanálisis. En Inglaterra no se ve una psicosis paranoica, sino que se ve una combinación de una enfermedad que se ha dado en llamar esquizo-paranoide.

Primeras aproximaciones III   (1/2)

 

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