XIV
Estábamos, supuestamente, enamorados y nadie lo sabía,
era en un complejo pensar donde existía nuestro amor.
No eran besos, no eran abrazos ni placenteros decires,
eran ondas sonoras, luces vertiginosas lejos de la luz.
Y nadie lo sabía, porque el ruido de nuestros amoríos,
sonaba bajo la tierra ascendiendo brutal y silencioso,
para romper con alto y blanco estruendo en pleno cielo,
era en el fondo del mar donde estallaba nuestro amor.
A veces, ni siquiera nosotros podíamos captarlo
y nos pasábamos días buscando sus señales
y nos examinábamos palmo a palmo sin encontrarlo.
Mas tanto tiempo siempre juntos, nos suponía enamorados.
Mas tanta quietud, tanto silencio, fuerte, entre nosotros,
hacía suponer, sencillamente, un amor eterno o infinito.
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