El sexo del amor

Miguel Oscar Menassa, 1999

 
 

CAPÍTULO III

 

-Ella me pide que la mire todo el tiempo... 

El Profesor, cuando estaba hablando con el Master, siempre prolongaba las frases.

Había mucho goce en ese encuentro de los miércoles, y los dos lo sabían. Así que, para encontrarse, cada uno se tomaba su tiempo.

 En el momento del encuentro pagaba el Profesor, pero el Master cada vez que se veía con el Profesor y éste le pagaba 200, 300 dólares, según los días, ponía de su bolsillo la misma cantidad para algunos de los proyectos comunes.

 En un sentido estricto en tanto lo pagaban, cada uno a su modo, pero la misma cantidad, se podría decir que los dos se psicoanalizaban en esos encuentros.

 - ¿Y usted, qué hace?

 El Master quiso que el Profesor continuara la frase y al ver que éste no seguía, insistió:

 -Y usted ¿qué hace cuando ella le pide que la mire todo el tiempo?

 El Profesor esta vez se sintió convocado y dijo a su vez:

 -Pero ¿cómo me pregunta lo que hago? Yo hago lo que haría cualquier hombre enamorado, si ella me pide que la mire todo el tiempo, la miro todo el tiempo.

 Y el Profesor volvió a quedarse en silencio, tal vez, sintiendo que había dicho una verdad. Al Master no le pareció que el Profesor dijera nada y, entonces, le preguntó:

 -¿Y cuál es el problema, entonces? Ella le pide que usted la mire todo el tiempo y usted la mira todo el tiempo.

 El Profesor comenzó a reírse como nunca y tocándole dos o tres veces, comprensivamente, el brazo al Master, le dijo:

 -Pero qué le pasa hoy, todo el tiempo me hace sentir que usted tiene el mismo problema que yo.

 -Bueno, contestó el Master, todos los hombres tenemos el problema de mirar o no mirar a una mujer todo el tiempo...

 El Master hubiera preferido continuar su exposición, pero el Profesor intervino casi interrumpiéndolo:

 -El problema no es de los hombres, es de la mujer. ¿Y sabe por qué?

 El Master contestó que a lo mejor sabría, pero no en ese momento. Y entonces el Profesor, 58 años recién cumplidos, lió un pequeño cigarrillo de yerva y mientras fumaba con cierta profundidad fue diciendo:

 -El problema es de la mujer, porque cuando yo la miro todo el tiempo, ella se porta como una loca.

 -Una loca de amor, interrumpió el Master.

 -No, replicó, rápidamente, el Profesor, loca de locura. No puede tolerar las fantasías sexuales que le produce mi mirada.

 Empieza a sentir que yo, en realidad, miro a otra mujer y de golpe, sin saber cómo, aparezco en los brazos de otra mujer.

 El Master algo entendía, pero sentía que tenía que hacer de cuenta que no entendía nada. El Profesor no necesitaba que lo entendieran, por eso el Master aprovechando uno de los habituales silencios del Profesor, preguntó:

 -¿Pero esa mujer no la eligió usted, acaso?

 -¿Por qué no toma un poco de yerba?

 El Profesor quería ser delicado, pero en realidad era sarcástico.

 -Hoy le pasa, Master, que no puede sino ver en lo que cuento relaciones normales, pero lo que a mí me pasa es anormal.

 Y antes de que el Master pudiera responder, el Profesor con la mirada perdida:

 -Ella se excita más aún con la situación y, entonces, la otra mujer que sabe, mejor que yo, que a mí me mandó ella, me ama con frenesí...

 El Profesor se quedó callado, como de vez en cuando hacía en las conversaciones, y el Master se divertía viendo al Profesor, en la fiesta, corriendo de una mujer a otra, de una ilusión a otra.

 No sé si este hombre va a aguantar estos amores, pensó el Master, en voz baja, y volviendo a la realidad de otra manera preguntó:

 -Y usted ¿qué hace cuando la novia de su mujer lo ama con frenesí?

 -No sé, dijo el Profesor, si tengo que contestarle qué hago cuando ella me ama con frenesí o, tal vez, usted prefiere, que me detenga en la novia de mi mujer.

 -No, dijo el Master, mi intención era saber qué hacía usted con el frenesí...

 -Yo me dejo amar un poco, dijo el Profesor y, luego, me hago el distraído, porque siempre hay otras mujeres presentes y los negocios deben cuidarse, porque no sólo de pan vive el hombre.

 Y el Master queriendo cerrar lo que no se cerraría:

 -Y la mujer no le digo...

 -Hacía más de diez años que no me quedaba bailando hasta las siete de la mañana.

 El Profesor hablaba tratando, ahora, que el Master prestara atención.

 -¿Y sabe por qué me quedé hasta las siete de la mañana bailando y bebiendo, que llegué a emborracharme?

 El Master no quería perderse, de ninguna manera, otra posibilidad para equivocarse y dijo tranquilamente:

 -Para prolongar el encuentro con la mujer que deseaba su mujer.

 -Seguramente, replicó el Profesor, usted hubiera hecho eso, pero usted es una persona normal y yo le estoy diciendo que soy un anormal.

 El Master que estaba un poco cansado de los misterios del Profesor, le dijo:

-¿Qué, se quedó hasta las siete de la mañana borracho para cuando su mujer se fuera con ella, garcharse al camarero?

Ahora el Profesor reía con voluptuosidad y parecía haber rejuvenecido algunos años y mientras reía decía:

-Pero no Master, no. Me quedé, borracho, hasta las 7 de la mañana, sólo para verlas bailar...

Eran dos joyas moviéndose al ritmo de mi piel. Ellas bailaban, yo no existía, pero mi piel estaba presente.

Y ellas, palomas embelesadas de sí mismas, hacían tetas con tetas, culo con culo y, después, cómo se movían y cuando se rozaban apenas, pelo con brazo, teta con espalda, culo con entrepiernas, labios con labios, todo se desvanecía en la sala, la música golpeaba sin piedad nuestros cuerpos desnudos.

Yo me agarraba a mi pija con las dos manos y ellas enternecidas, me besaban las nalgas, primero una, después la otra, a veces mientras me chupaban me metían uno o dos dedos, no lo sé...

Y dirigiéndose al Master, le dijo:

-¿Me sigue?

El Master ya más colocado en algún lugar le dijo:

-No hace falta que le siga, lo espero aquí, y de paso quiero preguntarle si usted gozaba algo en esos encuentros.

 ¿Algo? Dijo el Profesor con los ojos fuera de las órbitas, me volví loco, nunca gocé así en mi vida. Mire, a usted se lo digo, ni Julio Verne me hizo gozar así. 

Cuando se paseaban una enfrente de la otra, las dos de costado, moviendo los culitos siempre en todos los casos al ritmo de garchar, en medio de la pista y se miraban y entendían que lo habían conseguido casi todo, y dejaban escapar un orgasmo silencioso y, a la vez, interminable y yo escondido en un rincón de la pista sentía que esa maravilla, esa belleza, la había producido con la pija y, a mi entender, ellas lo sabían, porque después del baile me la chupaban, desde la madrugada hasta la hora de la siesta.

 El Master volvió a interrumpir para semipreguntar:

 -Podemos decir que usted gozaba mucho en esos encuentros.

 -Sí que gozaba y, lo peor, el Profesor estaba verdaderamente decaído, es que ahora, también gozo.

 -Y qué, lo increpó el Master, gozar aunque se tengan 58 años siempre es bueno, a menos que Usted no soporte que todo ese goce no lo consigue sino con dos mujeres.

 -Hoy usted no me entiende, dijo el Profesor, porque no se puede imaginar una tristeza como la mía. Mire, yo se lo digo y si alguien me puede ayudar será bienvenido.

 Yo soporto todo el goce que me dan, pero quiero gozar más, quiero que nos vayamos a vivir los tres solos a una casa de campo, y que pongamos esa música estridente y bailemos como potros desbocados y después chuparnos hasta los huesos y morir.

Eso me pasa Master, quiero gozar más.

 -Bueno, dijo el Master, dicho así, suicidarse parece una cosa bella.

 A mí, en cierto sentido, me pasa lo mismo, cuando era joven le robaba horas a la noche, al día y a la tarde, en cambio ahora, siento que en los próximos 30, 40 años está la fecha de mi muerte, por eso es que, a veces, hago el amor hasta reventar. 

Ayer sin ir más lejos, invité a dos mujeres a pasar la noche conmigo. Entre las dos creo que suman ochenta años, más o menos.

 -Una de cincuenta y una de treinta, terció el Profesor.

 -Puede ser, dijo el Master, pero a mí no se me ocurriría irme a vivir con esas dos locas...

 Ahora fue el Profesor el que interrumpió para preguntar:

 -¿Cuántos años lleva haciendo el amor con esas mujeres?

 El Master contestó apresuradamente, tratando de poder continuar con su relato:

 -No sé. 

-Usted no se iría a vivir con esas dos locas porque ya vive con ellas, quiso concluir el Profesor.

 -En un cierto sentido sí, dijo el Master, moviendo la cabeza de un lado a otro, yo vivo con ellas, lo que no sé todavía, es si ellas viven conmigo.

 Al ver que el Master se quedaba callado, el Profesor agregó:

 -Puede continuar.

 Y el Master dijo:

 -No, está bien así. Para mí, ya es suficiente haberme dado cuenta que ya vivo con esas dos locas. 

El Profesor pagó, esta vez 300 dólares y se despidieron hasta el miércoles.

 
 

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