El sexo del amor

Miguel Oscar Menassa, 1999

 
 

CAPÍTULO IV
 

-Me gustaría demostrarte algo que no puedo demostrarte:

Me cortaría los huevos y te los ofrecería y estoy seguro que vos pensarías que otra mujer se beneficia con ese gesto de amor.

Es por eso que no me corto los huevos, es por eso que te amo hasta el ofrecimiento de lo que no podré cumplir…

Miguel trataba de hacerle comprender a Zara, algo que él creía haber entendido en las entrevistas que tuvo con el Master.

-Lo que quiero decirte, prosiguió, es que no hay prueba de amor verdadera, en el sentido de que ninguna prueba de amor es suficiente prueba.

Zara acababa de cumplir 30 años y no podía entender cómo un niño como Miguel, porque Miguel era casi un niño, tenía apenas 18 años y acababa de ingresar en la Facultad de Medicina, ¿cómo era posible que hablara como hablaba?

-Eso me calienta, pensaba Zara. Yo hace 10 años queme psicoanalizo con el Master y no puedo hablar como Miguel habla, después de haber tenido tres entrevistas con él.

Zara tratando de disuadirlo, le dice:

-Para mí, sería prueba suficiente de amor, amar a la mujer que amas.

-Bueno, eso para vos es muy sencillo, vos sos la mujer que amo, dijo Miguel sin entender.

-Estaba pensando, en el caso que te enamoraras de otra mujer, yo la amaría.

Zara, nunca sabremos, si a propósito o sin querer, le había dado a Miguel una idea que éste, evidentemente, no tenía:

Amar a dos mujeres, hacer el amor con las dos juntas.

Cuando siguió la conversación ya Miguel había crecido más de una década, entonces pudo preguntar a su vez_

-¿Y qué mujer te gusta tanto para amarla como me amas a mí?

Ella respondió rápidamente:

-Ninguna, ninguna.

Miguel no le creyó, pero aceptó el paréntesis diciendo que le gustaría ir al Hipódromo.

-Linda tarde, dijo Zara, y se metió en el baño. Hizo ruido como de bañarse y salió del baño desnuda con el pelo suelto y le preguntó a Miguel:

-¿Por qué, a veces, eres tan grande teniendo tan pocos años?

-Según se mire, contestó Miguel, un hombre en el continente americano es un hombre, cuando cumple dos requisitos básicos, más o menos, iguales sin importar mucho la edad.

-¿Y qué cosas tan poderosas pueden casi igualar a todos los hombres?

Zara estaba muy sorprendida con lo que le decía Miguel y se volvió a preguntar en voz alta.

-¿Qué cosa tan poderosa, que ni siquiera Dios pudo igualar a los hombres?

Y Miguel desnudándose, él también, le dijo:

-Yo me eché mi primer polvo completo con dos mujeres a los ocho años y cobré mi primer salario el mismo año, es decir, que soy hombre hace diez años. En Europa, que muchos hombres se echan su primer polvo a los treinta y otros cobran su primer salario a los treinta y cinco, sería considerado como un hombre de cuarenta, cuarenta y cinco años.

Así que a dejarse de joder con que soy muy jove, y es mejor que te pongas a estudiar algo.

Como Zara lo miró con cara de decirle:

-¿qué mierda tengo que ir a estudiar yo?

Miguel aclaró o trató de aclarar lo de estudiar algo:

-Te lo digo en el sentido de alguna nueva posición para el amor y no esas maneras para adolescentes perturbados, un poco, mentalmente, por falta de amor, que utilizas conmigo desde que nos conocemos, como si quisieras hacerme perder la virginidad de apoco. Y no te das cuenta que aquí, la única virgen sos vos.

-Miguel, ¿qué te pasa? Preguntó un poco histérica Zara.

-Me pasan los huevos, o te buscas algún macho que te enseñe a hacer el amor de otra manera o tendré que enseñarte yo.

Zara estaba fuera de sí y le dijo:

-No sé qué mierda tenés para enseñarme, boludito.

-Ahora, me imagino, dijo Miguel, que los hombres que frecuentás, es en este momento, cuando te dan un cachetazo.

Zara se excitó con la posibilidad que ese angelito maligno pensara en pegarle y se abrazó a sus piernas y levantando la cabeza para mirarlo le dijo:

-Pégame, ahora, hijo de puta. A ver qué macho que sos.

-Soy el macho que te volverá loca sin tocarte.

Y diciendo esto, Miguel, forcejeó un poco con Zara pero no para escapar a sus brazos, sino para darse vuelta y poner su culito terso y juvenil en la boca de Zara.

Zara besó, chupó un poco, pero tuvo miedo, mucho miedo.

Gozar como una loca, lo único que le faltaba, tener un orgasmo chupándole el culo a un hombre.

-Por favor, dijo Zara y soltando las piernas de Miguel le pidió que la ayudara a ponerse en pie.

Él la ayudó amablemente, se vistieron y salieron para el café donde se encontraban con los amigos.

Zara lo miró y le dijo:

-Eres muy bello.

-Ya lo sé, le dijo Miguel y además te autorizo (no pudo dejar de reír cuando decía esto) cuando pierda un poco de belleza me tires a la basura.

-Sí ya, dijo Zara que se sentía vieja y estúpida frente a Miguel, si pudieras estar al lado mío, yo no te abandonaría aunque te vuelvas una vieja estúpida.

-Sí, mi amor, dijo Zara colgándose del brazo de Miguel.

La contextura física de éste daba para cualquier cosa, aunque nada hubiera pasado.

Así que a medida que levantaba su brazo, Zara se levantaba del suelo. Cuando la boca de Zara había alcanzado su estatura, le dio un pequeño beso en la frente y la bajó.

Zara siguió caminando del brazo de Miguel, en silencio. Nunca ningún hombre me había hecho sentir que era mi padre, y este mocoso de mierda, me lo hace sentir. ¿Me estaré volviendo loca? Y enseguida, apretándose al brazo del hombre:
-La mujer que me gusta es Carlina.

-No la conozco, ¿es más bella que vos?

-No lo sé, Zara riéndose, yo soy muy bella, pero ella es muy apasionada, eso me gusta de ella.

Miguel, en el mismo tono divertido de Zara:

Y vos, ¿cuándo la probaste?

-Eh, che, te estoy diciendo que quiero que la probemos juntos.

Se abrazaron, rieron, corrieron por la calle, comieron frutas por la calle, se amaron y no tanto porque Miguel se había vuelto más grande, sino porque Zara decidió a pesar de sus 30 años tener su verdadera edad mental.

Cuando llegaron al bar todavía reían. Saludaron a todos con dos y hasta tres besos, Miguel saludó a todos, dándoles dos besos en la boca.

Clotilde se estremeció, sintió que en esos labios estaba el alma de Zara. Al besarla le hacía tener 30 años y no pudo callarse y dijo:

-Es increíble lo que puede a veces, un sencillo beso de saludo.

-El mío, por ejemplo, le dijo Miguel.

Se hizo un silencio bastante prolongado y cuando terminaron de saludar y pedir bebidas, Josefina que se había sentido molesta, porque aunque hubiera sido su beso, un hombre nunca tendría que haber preguntado ¿el mío? Se levantó del lado de Miguel, donde había quedado sentada y se sentó al lado de Clotilde (esto último aunque no lo parezca era lo menos importante, porque una vez que Josefina realiza el acto de separarse de Miguel, no sabemos con qué fines, se somete a la única silla vacía, de un lado Clotilde y del otro lado Evaristo, su único amor).

-No sé, si las mujeres dejaremos que nos impongan como amantes ciertos prototipos que suelen aparecer en la televisión porque nosotras, las mujeres, yo, sabemos que es nuestro deseo que hace brillar las pieles…

Josefina se calló y puso una mano en la rodilla de Evaristo y la otra en el muslo de Clotilde, que se estremeció aún más que con el beso de Miguel, trayéndole la boca de Zara y pensó para sí:

-Qué alivio, lo de quedarme en Buenos Aires lo tendré que decidir con Evaristo y Josefina y no como estaba sintiendo, con Miguel, algo así como un nieto, y Zara, algo así como una hija.

Clotilde emocionada quiso rescatar el beso de Miguel, no tanto para que éste quedara bien, porque no se trataba de eso, sino para ocultar la verdad.

Hoy le había pasado algo muy importante, pero no con Miguel y Zara, sino con Josefina y Evaristo y eso era mejor vivirlo que contarlo y pudo decir, mirándolo a Miguel.

-Fue, en verdad, tu beso…

-En verdad, fue tu beso.
  
 

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