El sexo del amor

Miguel Oscar Menassa, 1999

 
 

CAPÍTULO I
 

-A veces pienso que me podrían acusar de perverso, de degenerado.

Evaristo, después de haber cumplido 50 años, comenzó a preocuparse de que alguna mujer de todas (más de 100) que habían hecho o seguían haciendo el amor con él, lo denunciara.

-Tal vez, tenía razón el Master, cuando el otro día me dijo, que yo tengo miedo que las mujeres me denuncien porque ya no me las garcho como antes, tal vez…

Y ahí, Evaristo se entregaba a ese juego del “tal vez…” como si fuera lo único posible:

Tal vez, dentro de unos días cuando cumpla 58 años, mi mujer de hace 30 años y mi mujer de 30 años, quieran brindar conmigo, como si los tres tuviéramos 30 años y la vida comenzara mañana.

Tal vez, pueda escribir ese poema imposible que me tranquilice, que me permita quedarme aquí, entre esas tetas jóvenes dispuestas a conocer todas las libaciones y esas tetas universales dispuestas a entregar, todo su saber, para  que la piel siga persiguiendo la piel.

Tal vez, si atara mis manos a esas nalgas descomunales, debido a la duplicación, ya podría dejar de escribir por un tiempo.

Ese, tal vez, era uno de los grandes problemas que le planteaba Evaristo al Master:

-¿Escribir es vivir?

Y el Master, que por algo lo era, le contestaba:

-Bueno, por lo menos, sabemos, que vivir no es escribir.

-Tal vez, con cierta disciplina, pueda ser un gran escritor.

Evaristo se entretenía mucho jugando a su tal vez y estuvo a punto de no atender el teléfono. Era Josefina, su pequeña Josefina.

-Mi amor, mi amor, le dice Evaristo, claramente enamorado y ella, del otro lado, con voz de estar haciendo el amor:

-Degenerado, perverso, ay cómo te la chupo, mi amor, qué degenerado que sos.

Y ella se excitaba como una loca y Evaristo pensaba que dentro de 20 años ella le diría:

-Perverso, degenerado, me hiciste conocer el amor, y el juez lo condenaría.

Cuando ella se despidió con un:

-Te amo, macho poderoso, eres mi Dios. Evaristo colgó el auricular y se tocó la pija, más que para tocársela, para ver si la tenía.

Cuando hacían el amor, Josefina era tan joven y ardiente que Evaristo sentía que la pija la tenía ella.

Cuando hablaban por teléfono le pasaba lo mismo, por eso cuando colgó el auricular se tocó la pija, pero esta vez fue todo diferente.

Evaristo dejó su mano izquierda apretando suavemente sus propios genitales y mientras apretaba y soltaba suavemente pensaba en voz alta:

-Estoy gastando mucho dinero y, además, me doy cuenta que las drogas de consumo (yerba mate, alcoholes diversos), no tocan para nada el modo de relacionarme con la realidad.

Es decir, debo reconocerlo, nada consigue apartarme de la realidad.

Tal vez en este momento puedo parecer un hombre tranquilo, de 58 años que acepta, tranquilamente, la soledad de estar escribiendo toda la noche, con todos mis amores durmiendo y yo sin ganas de dormir, escribiendo.

Sintiendo todo el tiempo que si lo escribo hoy, lo viviré mañana, comenzarán sin saber por qué, la danza del amor.

Por haberlo escrito ayer, en soledad de ellas, mas con el mundo, al levantarse a la mañana, esos dos cuerpos inmortales, mujer con mujer, serán atravesados por mis versos.

Se sentirán nerviosas sin poder unir en todo el día, hasta que ocurran, las miles de fantasías de todo tipo, hasta de dinero, con el nerviosismo.

Conmigo, todas las veces que nos encontremos por los miles de motivos que nos encontramos de manera habitual, me harán sentir que me quieren, que no me preocupe, que el macho soy yo, que esta vez se trata de otra cosa.

Primero dormiremos a todos los niños de la ciudad de Buenos Aires y después, a la una de la madrugada, nos encontraremos los tres, tal vez…

No era momento para ponerse a jugar, pero Evaristo era un especialista con las mujeres, en hacer pasar con ellas las cosas siempre un poco después de lo que ellas mismas esperaban.

Ninguna mujer de las que hacían el amor con Evaristo se puso a pensar nunca, cuál era el negocio de Evaristo en esa manera de ser, pero los beneficios que eso traía para hacer el amor con Evaristo, hacía que todo lo otro, fuera bienvenido, aunque no se entendiera del todo.

La manera de hacer el amor de Evaristo, y esto no sólo lo decía Josefina, sino que la mismísima Ella lo decía, te asegura tres o cuatro polvos como aperitivo y, después, Evaristo comienza la función.

-Cuando dejo de mirar a otras mujeres, le dijo el Master a Evaristo al creerlo muy enamorado de Josefina y, sólo la miro a ella, ella deja de sonreír. Para que sonría eternamente, concluyó el Master, cada vez que la vea la engañaré.

A lo cual Evaristo contestaba casi siempre sin saber por qué:

-Para hacer relaciones sociales la mejor droga es la yerba.

Después, en la realidad, Evaristo podía casi siempre sin ninguna ayuda. En varias oportunidades, hizo el amor a los quince minutos de levantarse.

Una vez, cuentan, que se encontró en un baile con tres mujeres y bailó toda la noche y se emborrachó y bailó y bailó y las minas acababan en sus brazos antes de que pasara nada y movían esos culitos de manera terrorífica, y dicen que se fue con una de ellas, esa misma mañana, y que se la garchó hasta dejarla exhausta, tirada en la cama.

Evaristo, luego se vistió y se fue a buscar a las otras dos, que vivían juntas, y después de hacerse chupar la pija, casi una hora, les acabó en los ojos para darles luz.

Todo esto es para decir que Evaristo, no necesitaba ninguna droga para hacer relaciones sociales, con la pija que tenía, pero a él le gustaban la yerba y los alcoholes diversos.

Evaristo sabía que al natural, todas las minas se morían por él, pero él no se terminaba de gusrar, así que un poco de yerba, un poco de alcohol, y cuando Evaristo, por fin decía:

-Antes le gustaba sólo a las mujeres, ahora, también, me gusto yo, comenzaba la fiesta.

Y en esos momentos cada uno ofrecía lo mejor que tenía.

El Master, intervino, tal vez de una manera confusa, diciendo con seguridad, como si lo que dijera tuviera que ver con algo que le pasara a Evaristo:

-Mire, Evaristo, las cosas más grandes no son las que producen más energía.

Y como Evaristo seguía callado, el Master prosiguió:

-Mire, para que lo entienda, usted que es un escritor. A mí me parece una tontería pensar que no escribo cuando no escribo, porque eso implica que escribo cuando escribo, y eso es imposible.

A lo cual Evaristo contestó para despedirse:

-A la larga, algo entenderé del psicoanálisis.

Mientras Evaristo salía a la calle, el Master se quedó pensando que Evaristo le había dicho, algún día entenderé algo de Josefina. Pero Evaristo ya se había ido, y él tenía que encontrarse con sus propias cosas.

Y las cosas del Master se reducían a una sola cosa, poder escribir una novela de un sujeto con varias personalidades y consumidor de algunas de las drogas en el mercado, alcohol, yerba, cocaína, cafiaspinias, antibióticos, amor…

Un sujeto, pensaba el Master, que tenga que cambiar de droga cada vez que realiza un trabajo diferente, o cuando se encuentra con personas distintas.

El Master no sabía bien, si eso que quería escribir era una novela o en definitiva un libro de clínica psicoanalítica de las drogodependencias, pero era en lo único que pensaba.

El Master, a poco de cumplir sus 60 años, se preguntaba por su vida, cómo había vivido, cómo había llegado hasta aquí y se contestaba, con esa idea en construcción de escribir una novela donde el sexo y la droga fueran el hilo central.

Y no había manera de hacerlo pensar en otra cosa.

-El personaje, decía el Master, ahora sentado a la mesa de un café de la calle Corrientes, con Evaristo, Josefina y Ella, el personaje se entretiene en comparar el efecto de las doras en el mismo y en otros consumidores diversos.

A los pocos días se da cuenta que a él, todas las drogas, en general, le hacen un efecto diferente al resto de las demás personas investigadas por él y eso lo sobrecoge.

Se queda varios días sin darse con nada y ahí es cuando consulta al psicoanalista con una pregunta:

-¿Es posible que la merca me haya cambiado el cerebro?

-Es posible, contestó el Master, antes nunca había consultado a un psicoanalista.

-Es cierto, responde el fulano, antes de la merca jamás se me hubiera ocurrido recurrir a un psicoanalista.

Más bien pensaba que eran un poco boludos porque no se drogaban.

-Está bien por hoy, dijo el Master, podemos continuar la próxima.

-Está bien, dijo Evaristo, la trama es el desarrollo mismo, no está mal.

Josefina con entusiasmo, le dijo al Master, que ella quería colaborar en esos relatos.

Y ella lo miró con ternura y le dijo:

-Vos, siempre quisiste escribir una novela.

 
 

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