Cartas a mi mujer

Miguel Oscar Menassa, 2000

 

 

SÁBADO 18 DE OCTUBRE

Muy jóvenes, como Paul Eluard, abrimos nuestros brazos a la pureza, pero nosotros escapamos enseguida cuando nos dimos cuenta que lo puro era ciego.
Después vino el exilio y era todo muy divertido. Vos seguías siendo una reina como en Buenos Aires, bueno vos no podías dejar de ser una reina. La diferencia con Buenos Aires, que casi se hace una cuestión entre nosotros, era que en Madrid yo, todavía, no tenía trabajo.

Pero tampoco fue como creímos en su momento, que tú me pedías algo que yo no tuviera, por envidiosa o cruel. Era que yo, no tenía lo que todo hombre tiene que tener: Un trabajo, billetes de 10.000 pesetas en el bolsillo, y sobre todo confianza en sí mismo, en sus cuentas bancarias.

Al principio yo me decía, un hombre así no escribe un verso ni que se cague en Dios.

Así, que cuando te ponías así, yo no te pegaba, porque en esa época era un libertario, pero no te daba pelota.

Después, cuando me di cuenta que la gente que me rodeaba no tenía ni para darle de comer a sus hijos, comencé a mirar la idea con simpatía.

Había una vertiente de la idea que me enloquecía, si yo conseguía trabajar, hacer efectivo mi trabajo, como ella decía que era efectivo mi sexo, ella me amaría dos veces.

Me amaría porque ya me amaba, tal vez, por mi grandiosa pija marinera, tal vez, porque yo siempre escuchaba sus gritos de libertad y si, ahora, tengo dinero, me amará por segunda vez por mi dinero o por mi manera de gastarlo aunque ella no esté o el modo de ganarlo o la planta llamada de la moneda que, con tanto amor, regábamos en nuestra juventud.

De golpe pensé que aunque yo no lo quiera o no lo ambicione, algún joven, algún hijo nuestro, alguna criatura incansable, puede querer aprender algo de mi escritura y esa posibilidad, guía todo el sentido de mis versos.


 

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