LA PROSTITUCIÓN A LOS 70 AÑOS
Yo tuve un
marido
que no me pegaba
pero no me daba
ni para viajar.
Cuando cumplí
65 años,
el caradura me lo dijo así:
He vendido nuestra casa
y debemos entregarla
antes que termine el mes.
Y todo nuestro dinero
que había en el banco
lo regalé a un amigo
que nunca te quiso.
Así, mi
querida,
que estás desahuciada,
yo muero mañana
y voy a la tumba
y tú sin dinero,
sin amor, sin casa,
rodarás solitaria,
pidiendo por pan.
Y el pobre
hombre,
diciendo estas palabras,
salió a tomar el fresco
y de golpe se murió.
Y yo quedé en
la calle,
solita a la intemperie,
sin comida y sin agua
y entonces desperté.
Y ahora me
dedico
a los setenta años
a ser la prostituta
de los viejos de cien.
Les hago una
caricia,
les leo algún poema
y si alguno me llora
de rabia o de tristeza,
de nostalgia o de odio,
yo les hago más caricias
y les beso las mejillas.
Y como ven,
señoras y señores,
mi trabajo es muy sencillo
pero más que una gran puta
parezco una institutriz.
Pero el
problema proviene
que los viejitos perversos
se vuelven locos de goce
cuando me llaman ramera.
Puta ven,
puta un vaso de agua.
Puta ven,
recita este poema de Verlaine.
Diosa del
sueño,
puta de la noche,
dame la pastilla
que quiero dormir.
Y yo me
siento
casi una gran santa,
trabajando todo el día
con los ancianos de cien.
Pero todo el
mundo
tiene que saber,
letrado, periodistas
y mi madre también,
que los
viejitos
se duermen pensando
que con una gran puta
hicieron el amor.
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