PEPE Y LOS PODEROSOS
Ayer pude
comprobar
que mi mujer me quería,
que mis hijos respetan
mi trabajo y mi cordura
y la vecina de enfrente
me tiene loco de amor.
Cuando la
veo, lejana, pasar
me sueño una granada
explotando amorosa
y así, con una esquirla,
poderla tocar.
Así que me la
paso
pensando todo el día
en una mujer que existe
sólo cuando la veo.
Alucinación o
farsa
de los fantasmas y el viento.
Sombras que,
al combinarse
y no poseer destino,
dejan marca en mi memoria
de un imperceptible viento
que nunca sabré ¡por Dios!
si existió o era mi aliento.
Y esas luces
que se encienden
cuando nadie las requiere
y esa luz que lo enceguece
al pobre niño al nacer.
No es la luz
de las palabras
sino la del kerosén
o el reflejo de algún arma
clavándose en la niñez.
El encargado
de seguridad
y la ministra de nuestro exterior
se han encontrado para acallar
la voz de los niños pidiendo piedad.
Nuestra madre
padece de sida
y nuestro padre murió en el ascensor,
queriendo llegar al cielo más alto
una bomba terrible lo descuartizó.
Y, mientras
los pedazos caían y caían,
el encargado y la ministra
hacían cuentas y cuentas
que nunca salían.
Mañana debes
enviar
las 30.000 naranjas
que nuestros soldados
esperan en Irak.
Y alguna
braguita
para alguna señorita,
y el lápiz labial
para el general.
Los cinco
kilos de arroz
para repartir
entre la población
y los siete mil misiles
para aplacar la rebelión.
¡Hay que ver
cómo resisten
estas bestias tenebrosas.
Sin llegar a darse cuenta
que gracias al invasor
dentro de unos veinte siglos
vivirán algo mejor!
No queremos
vuestro petróleo
ni vuestro opio, ni vuestro pan,
sólo queremos enseñar al pueblo
a vivir sin trabajo en plena libertad.
Sin agua y
sin comida
la libertad es nada,
responde el pueblo hambriento,
sólo hay una salida.
Si el pan es
necesario
para seguir con vida
y el dinero se lo lleva
casi todo el invasor.
Entonces
robaremos
el pan, las aceitunas,
los carros de combate,
nuestros líderes muertos,
la educación, el bien.
Y, si es
necesario
tenerlo entre nosotros,
robaremos a Dios
y con Dios a nuestro lado
y sin agua y sin comida
ya comprobarán, señores,
que no nos podrán vencer.
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