II
Una
mezcla de servidumbre y libertad,
ambas inconcebibles, me acompañan.
Como un hueco vacío en plena soledad.
Como un silencioso toque de queda a muerte.
Como un viejo silbido proveniente del mar.
Extrañé,
dulcemente, tus carnes todo el tiempo.
Soñé, me até a los brazos de la muerte y tu cuerpo,
no dejaba de llamarme la atención con su frialdad,
espesa venganza de las tierras heladas por el odio.
Pensé
en la muerte nuestra compañera inalterable,
separé todo lo que se puede separar del cuerpo y,
a pura alma a corazón batiente, aferrado a la vida,
palabra a palabra, fui construyendo este espejismo.
Por
fin he comprendido: soy un poeta afortunado.
|