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VII
Tengo
destinos y tengo soledades,
el tiempo, las caricias de la noche,
el habla, la sonrisa de los tiempos,
el silencio de la noche, los sueños,
melancólica serenata a los muertos.
A mi
padre, enloquecido de amor solitario,
sin nada grande que dejar, a nadie grande,
porque todo lo grande estaba en su niñez.
A las
orquestas serenas de la tarde,
ese bandoneón tocado solo por mí,
al mediodía, bajo el sol de Pompeya,
arrabalero compás, tango inolvidable.
Por
eso siempre pienso en volver y,
la lejanía, es cada vez, más lejanía.
Nadie vuelve de su propia vuelta,
nadie retorna de su propio retorno,
nadie muere, exactamente, en vano.
Mañana
volveré y eso no ocurrió nunca.
Dejamos
de llegar y eso fue para siempre.
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