IX
Espía de mí mismo,
me entrego, definitivamente,
anclo.
Busco en tu piel y sonrisas de tu vientre
se deslizan entre suaves movimientos del mar,
olas detenidas como para siempre en tus ojos.
Pequeños surcos en la frente y una juventud,
tocada por la repetición de los errores,
me deciden a todo:
Vuelco sobre mi copa los últimos soles del verano
y bebo en los contornos de un ritmo, desesperado,
mi vida.
Cabalgo, lumínica presencia,
hacia donde el hombre no puede más
y, ahí, precisamente, en ese límite,
comienzo a galope tendido,
a galope feroz,
mi última carrera.
Vuelo entre las tumbas de los que no pudieron,
ellos son mi recuerdo y mi esperanza.
Lo que podría pasarme y, también, la ilusión,
de una nueva estrella entre los astros.
Sencillamente arrastro todo lo que fui.
No fui feliz,
porque ser feliz es,
argucia del sistema.
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