Poemas y Cartas a mi Amante 
Loca Joven Poeta Psicoanalista
Miguel Oscar Menassa- 1987

 

Querida:
                                                                                              

    El jueves fue el día del homenaje artístico a las MADRES
DE PLAZA DE MAYO.

Fueron cuatro horas de canciones y poemas, casi una orgía sangrienta, donde muerte y canción, también, eran el viento.

Fuimos torturados y muertos varias veces en esas cuatro horas. También nosotros, matamos sin cesar. Yo, como siempre me pasa en esos casos terminé alucinado.

Cuando volví a casa le dije a Ella que el mundo es una mierda y que nosotros no habíamos entendido casi nada de la vida y que estábamos todos, en verdad, un poco tocos. Ella trató de despertarse sin conseguirlo del todo y entre sueños dijo dos o tres veces ¡viva Perón! y ¡Evita Montonera! Yo la sacudí, suavemente, y le dije, no te hagas la dormida, nena, que te quiero decir que el mundo se hunde, se desploma, que ya quedan muy pocos en el mundo, que ya estamos ¡tan sotos!

Vení me dijo Ella, poné tu loca cabecita entre mis piernas,
no ves que tu mirada me hace temblar.
                                                                       '

Dejame, nena. Quiero decirte, que tengo la cabeza llena de
personas muertas y descuartizadas. Manos cortadas en el momento de pulsar una guitarra, gargantas arrancadas en en momento de cantar, pechos destrozados en el momento de dar de mamar. Te digo, nena, tengo la cabeza reventada de sangre y de pus. Niños asesinados a patadas antes de nacer. Hombres y mujeres muertos, o mutilados, o inmensamente tristes a punto de morir.

Ella, mientras yo moría mil veces sin morir y lloraba como
un maricón en los renglones anteriores, había apoyado con cierta firmeza sus nalgas contra mi pubis, yo amaba esas nalgas, ese culito de papá, como tantas veces se lo había hecho. Nalgas abiertas sin escrúpulos y recordé que por ese culo yo había dado más de la mitad de mi vida, pero justo en ese momento. A mí la muerte me había helado el alma y se lo dije: Mi amor, hoy 30.000 desaparecidos tironean de mi pija para abajo, para, los túneles secretos, para abajo, querida, para las tumbas secretas, para abajo, querida, una caída, te digo, donde la muerte te hiela la sangre.

Hoy los vi morir, una vez más a todos. Tocame, le dije para que no desconfiara, en semejante cementerio, querida, el sexo no existe, y ella, me tocó; suavemente, primero con el dorso de la mano jugueteó con mi pelo pubiano casi hasta la risa o hasta la excitación, después, con la palma de la mano me acariciaba por debajo de los huevos, haciendo llegar, muy delicadamente, sus dedos más finos y largos hasta mi pequeño culo, cerrado por el terror y, sin tocarme la pija, directamente, me la chupó.
Y mientras su lengua se movía desesperadamente contra la muerte, llegué a pensar que esta vez, ella era la que tenía razón. Me dejé llevar por el ritmo que marcaba su lengua contra las heladas sombras de mi noche y comencé a moverme lentamente. Ella, agradecida, se abalanzó con su boca contra mi boca me besó largamente, después entre gemidos y llantos se apretaba fuertemente a mí y me decía, también fue mi patria, yo, también, estoy muerta; ¡ámame! La abracé fuertemente, y así nos quedamos dormidos.

A la mañana siguiente me levanté pensando en una gran clínica psiquiátrica, con lugar para todo el mundo, también, para los muertos.

Metido en un infierno trato de hacer llegar algún poeta estas palabras de mi fuego.

La cabeza está a punto de estallarme en sí misma, los llantos de toda la humanidad se concentran hoy en mis manos. El dolor perfecto de un billón de madres llorando a sus hijos muertos para siempre, la tierra entera ensangrentada, llorando desesperanzada por la violencia sin límites de sus hijos.

Mi desesperación no tiene límites. Me dejo caer en los brazos de un tango y la caída llega hasta la tumba de mi padre.

Aquí estoy, padre, he venido a develar los últimos secretos del ser de la poesía. Me recuesto a tu lado y soy esa ceniza gris que vuela entre mis versos camino de la verdad. Este cielo mío, que padezco. Un cielo sin Dios, sin paraíso, sin retorno.

Acontezco en tu ser como un antigua momia egipcia, y me desvanezco entre olores de jazmines y anises palaciegos. Busco en tu nombre el recuerdo de alguna grandeza y me encuentro conmigo mismo en el centro de tu corazón.

Toda historia que salía de tus labios era para sostener mi nombre en el espacio. Un hombre alto fuerte, hermoso, por esas cosas de la poesía, todo el desierto estará en su mirada. Toda ciudad, toda guerra se aferrará a su escritura para no morir. Este fin de siglo se escribirá un poema que tendrá que ser vivido durante dos mil años para comprender su esencia de futuro.

Ha pasado la tarde y los gusanos piden su lugar en la tumba de mi padre, beso por última vez los labios de mi padre cayéndose y, con elegancia, parto sin destino hacia tus brazos.


                                                                                

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