Querida:
He sabido por tu madre, que te gustaría que antes de fin de año rocemos
las aristas del espanto.
Quiero decirte que la familia es un hecho concreto tal, que sin familia,
es como una ciudad sin agua. Es imposible vivir sin ella, o se la lleva
afuera o se la lleva adentro; quiero decir: ahora, para evitar términos
tan sugerentes entre nosotros como adentro y afuera, que la familia está
presente en nosotros como forma de modelo ideológico social o bien está
consolidada como modelo ideológico inconsciente.
Seré, «Te lo prometo» antes del acontecimiento, entre nosotros, del
verbo enamorado, el arrebato perfecto de una mirada. Tu madre enamorada,
encandilada por tu belleza, enajenada de poder transformarte según su
algarabía, en su falta, su hombre, su deseo o, peor todavía, su envidia,
su desprecio, su lejanía.
Antes de fin de año, mi pequeña, quiero hacerle saber, que
ya no volveremos a estar los dos a solas. El tiempo, para entonces,
habrá
partido nuestra razón de ser. Un pozo de silencio, el tiempo, entre
nosotros, mi deseo, arrancándola brutalmente de mis brazos,
empobrecidos ahora, por su ausencia. Aleja su mirada de mi mirada,
empobrecida ahora por su lejanía y estrella tu mirada, querida, contra
lo que no habrá en tu aurora, ni aún después de los grandes
acontecimientos. Contra lo que no podrá ser tu forma, ni, aún después,
de las más bellas poesías.
Mutilado porque mi cuerpo es otro que tu cuerpo, desprestigiado,
incluso, para tu mirada detenida por el horror de mi ser, impotente de
ser mi cuerpo y mi palabra, mi forma y mi sentido. Tu mirada helada, en
un rincón del alma, para siempre.
Por el horror de mi ser, impotente de ser, exactamente, tu imagen
deshilachada en el espejo negro de la muerte. En el espejo muerto del
negro silencio. En el silencio muerto y negro en el espejo. En el
silencioso espejismo negro de la muerte, donde tus caderas comienzan a
bailar al ritmo de macumba.
Negra de magia, abierta. silenciosa, al sonido espectral de los
tambores, delicada y altiva, como una rosa entreabierta puesta en su
lugar. Insolente, enamorada de ti misma y, todavía, antes de desear, te
abrazas a la muerte para no morir nunca ¡CONDENADA! Tu silencio es
negro. Tu silencio es la señal que te quedó en el cuerpo de aquel abrazo
con la muerte, para no morir nunca, para nunca desear, para nunca ser
otra que tu voz.
Y no queriendo llegar muy lejos o, por el contrario, quiero decirte, que
ponerte a llorar, enfermarte gravemente o enamorarte de algún
desconocido, no te servirá de mucho, a menos que puedas entender, que
tus resistencias, cuando lo nuestro se trata, simplemente, de una
conversación, siempre son exageradas.
Recuerdo que la primera vez que me animé a decirte, rodeado de
precauciones, que era bonito conversar contigo, te pusiste a llorar al
estilo de las lloronas sicilianas, interrumpiste el encuentro antes de
tiempo e intentando pegarme con la cartera en la cabeza (golpe que
esquivé con un paso atrás y un directo a la mandíbula) me dijiste con
rabia: Usted es un desgraciado.
Al otro día volviste encandilada por la posibilidad de poder sentir y
expresar esos sentimientos.
Mientras te desnudabas, pedías perdón por lo del día anterior y tus
manos al borde del silencio me dijiste: Usted es un hijo de puta. No sé
por qué se lo digo, pero me hace bien que sufra, sépalo. Soy la peor de
todas, tengo sarna. Voy por la vida enarbolando mi fracaso, su fracaso,
doctor, ¿se da cuenta? Conmigo no puede nadie. Yo soy la flema ardiente
del deseo y no sigo adelante porque tengo miedo que usted me aumente los
honorarios.
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