SALVE
II O MARIA LA HECHICERA
Cuántas veces perdido en tus amables brazos
María la hechicera
recorrimos los canteros donde crecía la alegría
donde el amor y los
malvones
se regaban con la misma firmeza
con que las aguas
bajan de las montañas en primavera
para regar los
campos araucanos.
Tú reinabas tu reino, allá en Pompeya
tu mar y tus espumas
eran las
manos del abuelo Antonio
tocando la guitarra o encendiendo su pipa
con el
rojo carbón entre sus dedos
y un corto silbido, para llamar a Juana
la
oveja, su inseparable compañera.
Cuántas veces tu sol era los ojos ciegos
del abuelo.
En Mon y Tabaré
te sentabas
con un pañuelo negro en la cabeza
y en tu falda
doce panes calientes
cocidos en el barro con tus manos
como cuando eras
niña
y a orillas del Limay
Caupolicán pasaba su belleza.
|