LOS OTROS TIEMPOS

Miguel Oscar Menassa - 1970

RELATO

Dedico este libro a los sobrevivientes de las 
inundaciones quiero decir, a los grandes nadadores.

 

Este libro lo hicimos entre todos; pido perdón, porque a todos no los recuerdo, sólo recuerdo a quienes junto a mí fueron capaces de salir alguna vez del odio y la locura. JUAN JOSÉ GOLDENBERG, por perderse en la cortada Carabelas un poco antes del final. JAIME CUKIER, que llegó un poco tarde. DON TEOFILO LARRIERA, al que a veces se le ocurren ideas tremendas, como publicar un libro, por ejemplo. CARLOS MARIO ASLAN, porque pudo maravillarse de la juventud de mi rostro después de siete años. PONI MICHARVEGAS, porque quién como yo para tender las redes en la soledad. GUSTAVO DIMA, por su delicada manera de acercarse a mis contravenciones, a mis nervios del bien y a mis nervios del mal, a los del pecho y a los de la cabeza. ARMANDO BAULEO, por haber estado siempre. NORMA, mi hermana NORMA, porque para mi cumpleaños me regaló una cajita de fósforos. ELSA, mi hermana ELSA, porque me daba la sopa cuando madre tuvo que trabajar. JUAN CARLOS DE BRASI, por el conocimiento de todas las palabras de la cabeza y algunas del corazón. CESAR MAN, porque sí.

JUAN, querido JUAN, porque lo quiero interminablemente, porque fue el único 
que consiguió desobedecerme en todo.

PADRE y MADRE
CECILIA ANDREA MENASSA
ANTONIO NICOLÁS MENASSA
OLGA de LUCIA
SERGIO LARRIERA
HORACIO VALLA
GUSTAVO MORALES
ROBERTO MOLERO, de ellos, qué quieren
que les diga, de ellos.

Pienso que realmente poco puede interesarles esto que voy a escribir ahora, pero ya estoy lanzado, se trata de mi vida, mi vida mía, quiero decir, la que me hago yo todos los días, como un vicio o como un gesto cariñoso inespecífico,  inespecífico por lo cotidiano o desaforadamente simple o tonto, porque siempre es el mismo gesto, la misma palabra. Y vendrán otros tiempos, otras palabras o por lo menos otros tonos invadirán mi piel. Cuántas cosas podría yo decirte de mi piel, he tenido los colores del tiempo, la ferocidad del tiempo. Ayer casi toco el amor con mi piel. La soledad, la costumbre de la soledad, el tiempo de los países lejanos es el tiempo de los países dentro de uno. En este país, esta mujer dice de mi mirada cosas terribles, habla sin cesar de las llanuras y de los ombúes.

Mi vida continúa, lo peligroso para vosotros es que vuestra vida también continúa. India querida, hagámosle la vida imposible, vivamos el amor delante de ellos, en sus propias narices.

Que perciban el equilibrio de tus tetas, tu mirada de virgen violentada por la muchedumbre. Que perciban, porqué no, el desequilibrio de mis órganos a causa del equilibrio de tus tetas al aire, como banderas de batalla.

Lo importante es que de golpe sentí deseos tremendos de ver al Sergio, y cuando el Roberto me dijo que lo había visto salir con la Marta, casi me da un sprigio que no sé lo que quiere decir pero que debe ser una cosa terrible. Lo busqué por todos los bares de la zona sin encontrarlo, mi última posibilidad era la casa del anticuario. Me detuve en la puerta, deletreé el nombre el mer-ca-do-cle-pul-gas nunca vi tanta porquería junta, entre los platos y cacharros enteramente viejos, la madre del anticuario. Haciéndome el gil, pregunté por el doctor, las piernas de la madre eran como dos cañones antiaéreos, todo parecía posible en esa pocilga, pronto, muy pronto podría aparecer allí una bruja. Me detuve largamente en un cuchillo envainado en plata y cuero de potrillo. Un cuchillo largo puntiagudo, acanalado; era un cuchillo de esos que matan irremediablemente, dicen, que por el aire que te entra en el cuerpo junto con el cuchillo. De pronto el cuchillo y las piernas de la madre del anticuario eran mi única preocupación. Me dio un poco de culpa ver a la madre del anticuario sin piernas en un sillón de ruedas y el cuchillo manchado de sangre para siempre. Un ruido sordo me sacó del ensueño, detrás de una especie de escupidera apareció una bruja. Tenía entre las piernas un viejo fusil americano de la guerra contra los indios que vivían en el cañón del colorado. Vieja puta, vieja puta, yo gritaba como si hubiese enloquecido, el anticuario cariñosamente con sus ojillos vivaces en otro tiempo, pero llenos ahora del terror de dormir todas las noches con la bruja, me dijo, repito, cariñosamente le presento a mi mujer y 
dirigiéndose a la bruja te presento al doctor Miguel, amigo de mi socio.

Era evidente que esto se terminaría, en cuanto lo encontrara al Sergio le reprocharía el no haberme esperado, pero fundamentalmente prohibiría la relación con el anticuario, a menos que el anticuario matara a su madre y crucificara a su mujer para siempre al lado de santo Tomás, porque no podía ser de otra manera, en cuanto a Marta le diría que fuera esta la última vez.

El silencio como un mar, como una llanura, peor, como un médano pero todo sin sol. El silencio como dos ojos que se pierden para siempre detrás de un médano. Un médano nocturno lleno de flores tremendas como las camelias o las margaritas me quiere mucho poquito, me quiere de una manera tremenda y silenciosa. Todo es posible dentro de ese silencio y detrás de esa mirada llena de misterio.

Como un dios diabólico toco su mirada, recorro su cuerpo, me introduzco despiadadamente en su cuerpo con dolor, es cierto, pero con la mayor libertad.

Sólo su silencio me detiene.

Sólo su silencio y esa manera apacible de pasearse por el silencio como si fuera la calle principal de buenos aires.

Doy vueltas y vueltas alrededor de mi cabeza, siento que irremediablemente perdida. Tengo veintinueve años, el primer año de vida no lo cuento, fue el mejor de todos. Yo nací como Jesucristo, mi madre era una deliciosa vaca que me tiraba su aliento y me daba su leche.

Alrededor de mi cabeza, digo, porque todos los círculos se cierran. Estoy sumergido en un círculo de placer, soy el rey de la pajota.

Miro mi vida, toco mi cuerpo y la vida entera se me mete por los ojos abiertos desmesuradamente a causa de este tajo en pleno corazón, como si todo fuera de piedra y de corales y de la fuente en que se ha transformado mi cuerpo no dejará nunca de manar esta sangre joven con la cual no sólo me lavaré la cara y las manos sino que mataré y envenenaré a cuanto zopenco se me cruce en el camino. ESCRIBIRÉ, escribiré hasta hartarme, porque yo siempre quise ser escritor y ahora lo seré, porque mis manos son las manos de un asesino y no me vengan a decir que los asesinos van a parar a la cárcel, porque yo estuve veintiocho años encerrado en la cárcel y no me van a venir a asustar con esas cosas de maricas.

Mi vida continúa.

Todos los círculos se cierran, todos los cuentos terminan con la vida o con la muerte, lo que no se puede evitar nunca es que el final y el principio sean siempre iguales, me cago en la rutina, en los empleados de oficina, en todos ellos, en todos menos en mi tío Manuel.

Él era delicioso y bello, bello como sólo podemos serlo los árabes. Se parecía a mí. Cuando me besaba yo cerraba los ojos esperando que él me alzara en sus brazos y me columpiara y me dijera esas cosas que él sólo sabía decir con esa voz tan misteriosa y hueca, tan ágil, tan increíblemente femenina.

Tenía hambre, salí a la calle a cenar, recorrí todos los boliches de la zona, desde juncal por pueyrredón hasta santa fe, por santa fe hasta callao sin poder comprender por qué no me quedaba en ninguno de ellos hasta que recordé que esta noche estoy invitado a cenar con el Sergio, el doctor Horacio (Uno de los mejores cirujanos de la zona) y Juan José. Mi vida continúa me dije, y retomé santa fe hasta pueyrredón y compré en el kiosco de la vereda de enfrente dos titas y una caja de maní con chocolate. ¿Ustedes comieron alguna vez maní con chocolate?

Pongamos por ejemplo que alguien me pregunte de golpe si me gustan los chocoIatines que se venden en los kioscos de la unión soviética, yo contestaría que la unión soviética era en el pasado un país que se extendía a lo largo de mi corazón, que en la actualidad es un país euroasiático, creo, y que nada absolutamente nada puedo decir de los chocolatines, que por otro lado los chocolatines no me gustan y que me agrada sobremanera caminar por las calles de buenos aires al sol, para poder, sentir que esta tierra que toco me pertenece y que en última instancia soy un hombre joven y fuerte y algunos días especialmente bello y que la unión soviética nada tiene que ver conmigo. Pero esa mujer que me mira insistentemente desde hace tres paradas o aquella otra que se levanta las polleras para mostrarme un lunar y la fotografía de su padre muerto en las inmediaciones de su mitología con la cual nada tienen que ver los griegos, les aseguro, o ese muchacho rubio desaforadamente bello que pasa ostensiblemente su dedo índice por sus labios entreabiertos como una severa y concreta invitación a que huyamos juntos a una pequeña localidad de provincia donde seguramente el acto a cometer debe ser terrible y no puedo seguir mirando sus labios entreabiertos, ni siquiera su dedo índice, que empecinadamente, tercamente recorre de un lado a otro sus labios entreabiertos. La unión soviética no y eso está bien, porque como ya les dije los chocolatines no me gustan, ¿pero y estas sugerencias llenas de pánico y dolor?

Soy todo exterioridad. Tengo la vida y la muerte en mis manos. Soy un asesino. Lo agarro a Sergio (pienso que antes debería explicar por qué a él, bueno por que es cálido como las anémonas que nunca vi una en mi vida, ágil violento como los tulipanes; no puedo dejar de decir que una mujer me regalo un tulipán y era el otoño y no tuve más remedio que viajar a los países bajos para ver cómo era que crecían en esos países de mierda flores tan violentas, recuerdo que lo que más me atraía de ella era tomar mi pene con las dos manos y acercárselo a la boca; elijo al Sergio quiero confesar, porque la vez que le mostré la caja de fósforos que me regaló mi hermana Norma para mi último cumpleaños, él, no solamente se emocionó al verme tan contento sino que tomándome de la mano bailó conmigo Zorba, y bailamos hasta estallar de risa y de dolor porque en verdad no estábamos acostumbrados y luego para demostrar que no nos avergonzaban nuestros cuerpos, nos desnudamos y tomamos juntos un café y comimos a 
medias una manzana verde), lo agarro digo, y sin pensar dejo que mis manos lo vayan transformando en un industrial inglés que encantado por la lectura de mis poemas, desaloja su fábrica, despide a todo el personal y pone en su lugar un jardín botánico) lleno de tulipanes y frutillas o bien puedo hacer de él un psicoanalista de lo mejor sin necesidad de hacerle leer ninguno de los atroces libros que andan por allí y le mando todos los pacientes y una liebre 
bien adobada para que todos sean felices y desde la escalerilla del avión le hago un corte de manga en reconocimiento por su buena voluntad y a quién carajo le importa si lo mato o lo resucito o lo beso en la boca.

Los días pasaban vertiginosamente, nunca terminaba de darme cuenta qué día era, siempre estaba atrasado, el único día discriminado era el jueves, no sé porqué a media tarde ya comenzaba a pensar que a la noche como todos los jueves me encontraría para cenar con el doctor Horacio, el Juan José y el Sergio.

Había pasado todo demasiado rápido, pero no solamente para mí, padre me miraba y sonriéndose me decía, papá usted me ha engañado, me dijo en diciembre a mitad de mes y ahora es noviembre. Era extraño en verdad para mí que padre hablara de mi rapidez, él se había pasado durante veintiocho años hablando de mi lentitud (que tanto había tardado para nacer, él que me esperaba el primero y llegué tercero y eso que hubo varios viajes ida y vuelta a luján, varias misas en pompeya y llegué tercero, cuando ya nadie te esperaba hijo, cuando habíamos perdido las esperanzas y ya estoy harto Ángela que este chico duerma con nosotros y cuándo sentará cabeza y cuánto tarda para levantarse así este chico nunca se va a recibir de médico; porque no todos tienen la posibilidad de estudiar, ¿no es cierto Oscar? Padre siempre me llamaba Oscar y un padre nunca se equivoca y menos que menos mi padre, por eso cuando él me llamaba Oscar yo contestaba sí papá, ¿qué querés?

Claro que esto no podía durar por mucho tiempo, a padre se le había ocurrido que él no había podido ser médico por esas cosas del desierto (porque mi padre es árabe, él nació a tres cuadras del desierto y a setenta metros del mar, el desierto de la poronga creo, y el mar de las antillas) pero él la medicina la lleaba en el cuerpo y si hablamos de un hombre total mi esperma debe ser un esperma científico o como mínimo pre-científico y mi hijo tiene que ser 
médico quiera o no, pueda o pueda y él va a poder. Porque padre de padre era muy inteligente y trabajaba tres meses por año explotando a todo el campesinado del desierto y madre de padre era una estrella y fumaba en boquilla y cuando se levantaba decía buenos días hijo, buenos días hija, y fumaba en boquilla y era elegante y nunca tuvo necesidad de ir al mercado y ¿no es cierto que vas a poder Oscar? -Sí papá, voy a poder.

Me quedé dormido y soñé hasta el hartazgo, íbamos caminando, ella me llevaba de la mano, su rostro era mil rostros Angelanormaelsamorenamartacelinasilviamónicaolgaraquelmitiasaraadelahildagracielamarialamujerdeantoniomiabuelamaríadelcarmenvirginiaporquenoelenaaliciabettimihijacecilia, yo tenía que apresurar el paso para no sentir un tironeamiento por momentos violento, mi brazo aparecía extendido. En poco tiempo recorrimos todas las cátedras de medicina, en todas hacíamos más o menos lo mismo, al llegar la mujer que me acompañaba le daba un beso en la boca al profesor titular y yo haciendo una inclinación de cabeza decía sí papá. El profesor titular se abalanzaba sobre mí y gritándome como un loco en inglés (me imagino que para que yo no entendiera) me abofeteaba hasta cansarse, me mordía los labios me tocaba el culo me pedía perdón y me decía que fuera ésta la última vez.

Pero de cualquier manera, pienso, que la parte más interesante del sueño era en el trayecto de una cátedra a otra, yo cada vez apresuraba más mi paso, ella en tanto y esto era lo único aparentemente automático del sueño, me recordaba en voz pausada y siempre en el mismo tono Eras joven, te vestías mal, estaban de moda los trajes derechos y vos seguías usando los trajes cruzados, demasiado largos demasiado anchos, te peinabas con gomina, eras torpe, te avergonzabas de cualquier cosa, te masturbabas como un condenado, hablabas de costado y te creías que la facultad era el bar de la esquina de tu barrio, parque patricios. Te enamoraste perdidamente de una estanciera de Esquel de la que ni siquiera recuerdas el nombre; ella era alta y le traía pastelitos de dulce cuando vos enfermaste de esa enfermedad de la garganta, ¿y vos qué hacías? no se te ocurrió nada más inteligente que acostarte con Graciela, amiga de la estanciera, que no querías y que tenía unas piernas horribles. ¿Recuerdas? Escribías poesías y lo peor de todo es que eras romántico, el animal era romántico, iba al rosedal a escribir poesía y te gustaba todo eso, te reías todo el día y te burlabas de dios y eras torpe y celoso. Le pegabas a Graciela y te la cogías por el culo y a ella le gustaba y rendiste las materias del curso de ingreso como libre, y te hacías el original, te la dabas de poeta y le hacías pagar la amueblada a Graciela y te reías y fumabas como un escuerzo y seguías escribiendo poesía, y seguías repitiendo sí papá, sí papá, como un tarado. Y no escuchabas a nadie, sí papá, sí Oscar, usted va a poder y aprobaste las materias del curso de ingreso y te dieron la libreta universitaria y tenías el mundo en tus manos y tus manos eran especialmente bellas, porque en verdad te las cuidabas como un maricón y mamá Ángela te besaba todas las mañanas y te daba de comer el churrasquito con pan, huevo duro y tomate todas las mañanas y un vaso de vino como cuando trabajabas en el mercado, inclán, pero ya eras universitario y no estaba del todo bien que te siguieras riendo como un tarado, sin darte cuenta que vender fantasías en el mercado, no era lo mismo, no señor, que estudiar medicina.

A media tarde me di cuenta que era jueves, estaba en el consultorio, tenía ganas de mear y fui al baño y no digo que mear fuera para mí un verdadero ritual, pero tengo mis cosas, lo primero que hago es desabrocharme la bragueta con la mano izquierda, tres botones, siempre tres botones, meto la mano derecha por la abertura del pantalón y tironeo para abajo los calzoncillos, agarro mi pene como si me fuera a masturbar, con toda la mano, pero tipo paragüita, tratando siempre, antes del primer chorro, que el dedo meñique 'haga un anillo a dos centímetros del glande, después del primer chorro tomo el prepucio con todos mis dedos y no dejo que salga el pis, luego cuando suelto sale un chorro grande en todas direcciones, que generalmente me moja la mano, que 'generalmente nunca me lavo a menos que esté el Sergio mirando cómo orino, me lavo y me seco con la toalla para la cara, pero generalmente no me lavo, paso mi mano por el costado del pantalón, guardo, me abrocho y la mayoría de las veces, después de mirarme en el espejo, me peino.

La cena fue un verdadero fracaso.

Juan José se va a Europa, se imaginan ustedes, no cualquiera se va a Europa, sé dan cuenta 15.500 kilómetros, además Europa, me pueden decir quién los salva de que les cuente cuando yo estuve en Europa y solo tenía 22 años y recién salía de la colimba y no tenía un mango y lo hice todo a fuerza de talento o pueden llamarlo como ustedes quieran. Europa, se dan cuenta, los discos de Gardel, todos hablamos de los discos de Gardel cuando hablamos de Europa, yo era joven, tenía 22 años y mi mujer estaba con los ojos demasiado abiertos como para ver y con las piernas demasiado abiertas como para trabajar y tuve que trabajar para comer, para comer pero en Europa, se dan cuenta.

Tener bichos en el cuerpo, no pienso que sea una novedad, pero los bichitos que yo tengo en el cuerpo son de lo más simpáticos, viven conmigo, duermen conmigo, hacen el amor conmigo, son parecidos a la ladilla, pican como las ladillas, pero saltan, eso sí saltan como caballos o atletas, más como atletas que como caballos. Del pubis a la axila, de la axila a las cejas, de las cejas a la toalla (a la toalla del consultorio), de la toalla a los pelos del culo del Dr. Roberto y esto ya es grave, no será una novedad pero es grave.

Estoy en la pieza del Sergio, Rivero canta, siempre Rivero canta cuando estoy en la pieza del Sergio, toco todo, reviso todo, descubro una foto, la miro, no puedo dejar de tocarla, uno de los bichitos salta, más como un atleta que como un caballo, cuando se detiene se parece más a una ladilla que cuando salta. Aquí en la pieza ahora canta Julio Sosa, pobre murió de terror, el tango macho, dice, quise mucho no me han querido, lo de a todos, hasta que se dé vuelta la tortilla y los pobres coman pan y los ricos mierda mierda.

Ahora puede llover, pero nada cambia, Juan José de cualquier manera se va a Europa. Puede llover, ¿por qué no? pero los bichitos de cualquier manera necesitan 48 horas para morir bañados en el brebaje infernal que compré esta tarde en la farmacia y el Dr. Roberto no quiso acompañarme y la empleada me miró con una sonrisa cómplice, y tuve que decirle para que no se riera de mí que eran bichitos muy parecidos a las ladillas, pero que saltaban y que no abriera tanto la boca para reírse porque se le podía meter uno en la boca y de la boca seguramente a los pensamientos y después, quién iba a creer que ella no había hecho el amor conmigo, a ver, quién iba a creer. Un bichito le saltó y le pegó a dos centímetros de la boca, otro en un ojo, otro le quedó pegado en la ceja izquierda, no puedo más señor, váyase. Y yo repetía (siempre tengo que repetir para que las mujeres entiendan) y ahora a ver dígame ¿quién le va a creer que usted no se acostó conmigo eh?, llena de bichitos. Por favor señor no lo diga más, hago lo que usted quiera pero sáqueme estos bichitos de encima.

Si ustedes quieren puedo contarles cómo es eso de hacer el amor sobre el mostrador de una farmacia, pero me parece que lo que a mí me pasa es otra cosa. Fumo y espero, fumo y escribo, fumo y voy al baño, fumo y me rasco y me rasco y fumo y me rasco con las dos manos y les digo a los bichitos que se queden tranquilos un rato, que esta no es manera de vivir.

Recuerdo los recuerdos. Yo también tuve 23 años y caminé por el Piamonte con las manos y las palabras extendidas y recosté mi cuerpo a orillas del Po y le saqué fotografías a orillas del Po a mi mujer que seguía con los ojos demasiado abiertos como para darse cuenta que yo era tan bello como un elefante blanco y entonces tuve que trabajar. En Italia viven los italianos, que ya para esa época habían perdido todas las guerras disponibles, la juventud estaba perdida y yo era un alma buena que quería ayudarlos, entonces tuve que trabajar para comer y fui psicoanalista. Me puse un traje, y una corbata, porque eso era lo que debía hacerse. Me puse un vocabulario en la boca, una sonrisa, junto con el vocabulario me puse en la boca y todos los remordimientos en el culo, porque eso era lo que debía hacerse.

Hoy fui a la playa con mamá. Claro que lo que a mí me pasa es otra cosa. Los bichitos ya no saltan, están apáticos, desganados o muertos.

Recuerdo los recuerdos. Ya no me rasco. Yo también tuve 23 años y el valor de sentarme a orillas del Po para decirle a una mujer si quería que tuviéramos un hijo juntos, porque la vida me entraba por los ojos.

Hoy fui a la playa con César. Claro que lo que a mí me pasa es otra cosa. Los bichitos están todos muertos. Yo también tuve cuatro años y me sentaba en el patio de mi casa a escuchar las conversaciones de los mayores, porque igual el nene no entiende y podemos hablar tranquilamente de las menstruaciones, de los abortos, de los engaños, igual el nene no entiende nada de todo esto y pobrecito mejor que no entienda, porque la vida tan agria a veces. De vez en cuando un mayor se acercaba y me besaba, querido Miguelito lindo y me tocaban la pijita cuando no me la besaban. Yapura de papá, y seguían hablando de todo lo que yo no entendía, entendía y se me hacía un lío en la cabeza y ya no sabía quién era mi papamamá.

Mamá seguía dando vueltas carneras para que yo me entretuviera y yo haciendo que me entretenía seguía pensando en mis cosas, sin entender entendiendo. Pijita de papá, pero la que más me la tocaba era mamá y después de tres o cuatro vueltas carneras para que yo me entretuviera y yo que no me entretenía un carajo porque lo que a mí me pasaba era otra cosa.

Yo quería ser mecánico de aviación y mí madre me compró un mecano y padre insistía que lo mejor era ser médico que él no había podido, pero que él, yo hijo, Oscar ayudarte y darte todo de mí y usted estudie y nada más que eso. Pero yo también tuve 22 años y todos creyeron que para siempre y padre entristeció como sólo pueden entristecer los árabes y comenzó la época del terror y partí para Europa. 

Sergio:

Hoy también es jueves y sin embargo todo está perdido.

Cómo es posible que todavía no haya recibido carta de mi amada, cómo es posible que esta noche no cenemos todos juntos. El Juan José estará en parís lleno de putas su cuerpo y su corazón, seguramente no tendrá ganas de cenar. Y el Sergio, Sergio, Sergio, cuántas veces hube de decirte que te quería.

Hoy es jueves y sin embargo todo está perdido. A las 21 y 10 hora de buenos aires, donde yo me vivo y me muero la vida que mis manos alegremente o desesperadamente construyen para mí; un avión traidor, un viento increíble, te llevará lejos de nosotros. A un país donde los pájaros hablan y donde el oro se puede recoger tranquilamente en las orillas de los ríos cercanos a las colinas. Quisiera regalarte un cestillo de alambre y una brújula, quisiera pedirte que no derrames una sola lágrima porque todos sabemos que el hombre vuelve siempre.

No han de venir pieles juveniles o luminosas a trastornar el espacio a perturbar el tiempo. Pase lo que pase, a las 21 v 10 volarás en avión y el ruido no dejará escuchar tus gritos pidiendo clemencia porque ya es demasiado tarde y quisiera pedirte que no derrames una sola lágrima porque total ya está todo perdido y cuando todo está perdido no conviene, no señor, hacerse el marica.

Te imaginás, vos, Indonesia y vos, con los ojos desorbitados por el dolor de descubrir los descubrimientos y tu cabeza abriéndose y cerrándose con el discurso de los pájaros. En verdad no habrá lágrimas que puedan ocultar tanta belleza.

Y cubrirás seguramente tu cuerpo con oro y sedas y matarás y te matarán porque no es bueno tener tanto amor cuando se está lejos de los que se ama; además morocho y argentino rey de Jakarta y tu sol estallará en pedazos y abrirás tus piernas y extenderás tus brazos.

En definitiva pienso que el último gesto a realizar tendrá que ver con el placer.

Miguel:

Desde aquí donde el sol es el sol, donde la muerte es la muerte, donde cada cosa es lo que es, donde yo ya no necesito de vosotros para ser el que soy. Desde aquí, desde este maravilloso país les escribo. Les cuento como puedo por las mañanas en las orillas de los ríos cercanos a las colinas, recoger en un cestillo de alambre (confeccionado con mis propias manos) de diez a quince pepitas de oro, que en realidad, me permiten una vida holgada y tranquila.

A padre y madre casi no los recuerdo.

Hablo a veces con algunos pájaros, uno de ellos se acerca todas las tardes a mí y me pregunta por ustedes. ¿Cómo está tu mamá, cómo Miguel y los otros? Yo le contesto hum humm como cuando estaba sentado en el sillón. El sillón Miguel, ¿te acordás? el sillón donde uno se sentaba para no saber nunca nada. Pero qué tiene que hacer el sillón comparado con todo esto.

Levantarse a la mañana contento porque uno lo sabe todo, uno sabe dónde está el oro, dónde el río, dónde la orilla de ese río, donde las colinas, el sol dónde cómo y cuánto va a aparecer pájaro pajarito y yo lo llamo y pájaro pajarito aparece y me pregunta por ustedes y yo le contesto hum humm y me siento conocedor del mundo y todas esas cosas.

Estiraré mi mano y aparecerá en ella algún fruto delicioso y podré clavar en él mis dientes o bien hacer que desaparezca de mi mano y la miseria ya no me pertenecerá y la muerte estará fuera de mí y mi cuerpo sin límites tocará todos los mediodías el sol.

Y les escribiré desde este país maravilloso y alguna vez pensaré en vosotros y una tristeza infinita recorrerá mi ilimitado cuerpo y LLORARÉ y mis lágrimas se transformarán en pepitas de oro, que podré, por qué no, recoger tranquilamente a la mañana siguiente en las orillas de los ríos cercanos a las colinas y SENTIR y no está mal que yo sienta estas cosas, que ustedes que todos ustedes, a pesar que ya no los necesito, deberían estar aquí conmigo bajo este sol que me pertenece, por los siglos de los siglos, amén.

Que me querías salvar lo sabían todos, pero quemar las naves con la historia de que el inca de cualquier manera nos esperaba, fue, creo, demasiado ingenuo y apresurado de tu parte, de tu parte que en definitiva era de mi parte, ya que de los dos el único que sabía nadar era yo. Y para colmo este cansancio que me embrutecía complicaba enormemente la fuga que ahora no sería posible sin las naves, que ahora vaya a saber hasta cuando esa luz, ese fuego, que se hacía insoportable por momentos, sobre todo a la hora de la siesta, cuando el mar reflejaba de una manera siniestra las naves ardiendo (vaya a saber por cuánto tiempo) y el sol cayendo sobre nosotros sin piedad, además qué podría importarle al sol que nosotros ya no tuviéramos las naves y que estuviéramos condenados para siempre a la tierra.

Desde el mar las toninas me miraban inquietas y despojadas de todo pudor.

De estar seguro de sorprenderte buscaría mi muerte en el mar como corresponde a un gran marino, a un capitán de mis agallas, pero todo sería imposible. Me harías perseguir por los nativos de la tribu y se escucharía tu voz desde el megáfono (único recuerdo de nuestra vida marinera) SE ACABO EL SOL MIGUEL, a los cuarteles, al sillón me dirías, basta de maquinita, un retorno a las palabras, a las palabras sin historia, al traca traca cotidiano, sin brújula, sin tremendas opciones, sin cartas de navegación, que por otro lado nada de eso hace falta para darse cuenta todos los días que la montaña se mueve, que no hay montañas en esta tierra capaces de resistir mis buenas palabras, tus palabras, Miguel, como tambores locos.

Para vos tampoco era fácil retenerme, la tierra te sometía a continuos placeres que aumentaban tus padecimientos reumáticos. El mar se haría sin dudas tarde o temprano estrictamente necesario.

Descubrí todo cuando vi que escondiéndote de mí y de los nativos de la tribu buscabas acercarte al mar. Me regocijaba y me sorprendía verte zambullir como un niño afiebrado, mojar tus labios en el agua salada del mar y la arena metiéndose en tus ojos para ayudarte a ponerte triste, me hicieron pensar que el mar estaba próximo y que todos sabían que me querías salvar. Me asusté mucho por una nueva zambullida tuya en el mar y pensé que esta vez lo harías y salí corriendo y te arrastré con todas mis fuerzas marineras hacia la arena, te besé la boca con fuerza, nos caímos en la arena y la luna amenazaba con destruirnos y los nativos de la isla enterraban sus alforjas de oro a nuestro alrededor, anunciándonos la muerte del inca que no había podido soportar tanto odio.

Queridos:

Mis más queridos en la hora de mi metamorfosis. Pues si bien como ustedes sabrán, descubrir el inconsciente ha de seguir siendo mi tarea, ya nada será distinto en mí, ya soy igual a todos. Y lo que fundamentalmente quiero decirles, es que a causa de este gran talento que poseo, hoy, en lugar de dejarme morir como un simple ciudadano descontrolado y loco, en lugar de matarme de un tiro en la cabeza, para que después la gente ande diciendo "se pegó el tiro en el único lugar donde le vivía la vida" en lugar de vociferar esta tristeza que me llena las manos la mirada en fin aquellos lugares de mi cuerpo donde reside la poesía; hago una fiesta y os invito con el beneplácito de mis padres, para que todos festejemos este bienaventurado y mediocre futuro que me espera, gracias a vuestra terca insistencia y a mi bien lograda manera de complaceros.

La fiesta ha concluido, el saldo lamentable.

Ustedes demasiado aburridos, demasiado torpes, demasiado sin esa cosa divina de los grandes hombres. Padre destruido a causa de las cosas que ya no podrá ser, y yo que nada o muy poco puedo hacer por ustedes. Demasiado sagaz, vivida mi vida en el límite de lo peligroso y lo imposible fui adquiriendo con el tiempo la suficiente cuota de sentido común como para no comprometerme con vuestro aburrimiento o vuestra torpeza.

Con padre es distinto a padre puedo perdonarlo. Te perdono papá por lo que nunca pudiste ser, por todo lo que hiciste para que yo fuera. Te perdono, podés morir en paz.

Empecemos de nuevo, nada de dejar el pasado, para que se entienda, nada de terminar con el pasado y vivir un presente distinto y luminoso. Empecemos de nuevo, juguemos juntos a la misma cosa

cada cual cada cual 
        atienda su juego
        y el qué no y él qué no 
        una prenda tendrá

Pienso comprarme una guitarra, eso sí, la tocaré desaforadamente.

al don
                   al don
                            al don pirulero

No pude comprarme una guitarra, la velocidad es lo que más me interesa, la cosa se reduce en darle velocidad al aburrimiento, pensar es un buen entretenimiento, claro que la cosa puede mezclarse, se comienza por un engrandecimiento de la distancia entre lo verdadero y lo falso. Mis recuerdos son más parecidos a sueños que a recuerdos, qué más irreal que mi viaje a Europa, que el viaje de Juan José a Londres, sólo para poder hablar tres palabras con una mujer desconocida y a la cual a pesar del gran viaje, del crédito de la caja de ahorro y de la psicoterapia breve en parís, con Lacan, no pudo llegar a conocer, o bien el viaje a Indonesia de nuestro amigo Sergio llevado a cabo por motivaciones intrascendentes, tales como sacar fotografías de un templo o mojar sus manos en el río donde vivió y murió tanta gente.

De golpe palabras extrañas, incomprensibles, palabras como piedras. Empecemos de nuevo hablemos un rato del odio, digamos duras piedras arrojadas con cierto placer sobre los centros vitales del enemigo, hablemos del odio contenido, del odio por las mujeres torpes, por los hombres enteramente hombres, por el rascado cotidiano, por el maldito rascado cotidiano que al fin y al cabo no es para nada satisfactorio. Cuando tomo mi vino soy el dueño de mi odio. Mil ciudades se incendian simultáneamente, mil mujeres huyen despavoridas sin saber porqué (ellas nunca saben muy bien porqué).

Y bien terminemos con esta farsa.

HACEME UNA VIOLENCIA, dibújame en la cara el gesto del horror.

Decime por ejemplo que seis años son la suma de muchos días con sol y muchos días sin sol.

Haceme un gesto sexual que me enorgullezca de tu presencia.

Habían pasado doce años, todo estaba olvidado o a punto de olvidarse, sólo algunas fotografías pornográficas trataban modestamente sin lograrlo de recordar aquellos maravillosos momentos vividos juntos. Ya no se hablaba de Balí, ni de Jakarta, ni de los ríos donde se vive y se muere tanta gente, porque da lo mismo vivirse que morirse. Ya no más Londres, ni mujeres tristes en Londres, ni parís, ni el sena, ni los amores en parís, porque aquí buenos aires hay que morfar todos los días.

Sergio leía empecinadamente en francés, libros que jamás comprendería y Juan José había muerto, arrastrado por el último tornado del febrero pasado y lanzado sin piedad en el medio del Paraná, donde a causa de su falta de entrenamiento físico, murió ahogado irremediablemente a la cuarta brazada.

Algunos pescadores cuentan, que sus últimas palabras fueron dichas en árabe y suponen que tendrían que ver con un tal Miguel.

Sólo quedaba mi Europa, mi vieja y tonta Europa, para recordar.

Recuerdo mi vida, es como recorrer un precipicio, un sueño. Me asaltan los terrores, abro mis brazos, vuelo a causa de una serenidad desacostumbrada, el tiempo es el horror de las situaciones repetidas cada día con más ferocidad, siempre las mismas palabras pero más cálidas o bruscas según el partenaire. Me muero y me resucito, canto a destajo una canción insoportable, mis amigos afinan el oído, alguno de ellos no llega a comprender el idioma de mi canto, se ensombrece, lo beso dulcemente en los labios, recupera el tono muscular. Amigos, no todo está perdido, miren mi rostro bronceado caribe, chica pum chica pum, vitaminizado y erótico, con este tinte casi perverso que os apasiona y entristece a la vez, no todo está perdido si todavía podemos entristecernos todos a causa de mi rostro. Mi rostro marino, la vida interior de mi rostro marino, conceptualmente hablando, mi nariz egipcia, mis manos de tallador, engrosadas ahora a causa de las pieles que se le han quedado pegadas de tanto acariciarlas, bueno, aquí en los nudillos es de pegarle a las mujeres amadas en el rostro. Eso es cierto, y a vosotros no quisiera engañaros, deberían saber pues, que mi ferocidad no tiene límites.

Un domingo de sol recuerdo en primavera, he atropellado con mi coche, cuanto fantasma se me ha cruzado en el camino, y todo eso sin mosquear, quiero decir sin ninguna mosca en el corazón.

No, no quiero decir que soy un lobo, otros lo han dicho y después tuvieron que escribir toda su vida para olvidarlo, ni tampoco decirles que soy un tigre, porque eso lo dicen los autores de teatro, ni una perla negra del río de la plata, ni que el río de la plata tiene color de león porque los únicos leones que conozco son amarillos. Pero mirad mi cuerpo, atreved vuestro cuerpo, lamed aquí sobre mi pecho la última arena del desierto.

LO RECONOZCO SOY UN TIPO EXIGENTE.

La vida continúa, para ustedes la vida continúa, si serán zopencos, cálidos 
zopencos de patas largas y estúpida mirada londinense, lo de londinense debe venir 
por lo nublado de vuestras miradas.
Acariciad mi cuerpo, este terraplén sin medida. Mirad cómo la vida se detiene en mi cuerpo, mi cuerpo es el mar, el mar de los peces de colores, el mar donde solía hacer baños de asiento la bellísima princesa carolina. Los corales de mi mar se le pegaban en los pechos haciéndola enloquecer de placer. ¡Oh carolina tu entrañable trasero!

 

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