El sexo del amor

Miguel Oscar Menassa, 1999

 
 

CAPÍTULO VI
 

-¿Hay alguien de esta casa que no quiere volver a Madrid?

La pregunta machacaba la cabeza y, también el corazón de Clotilde. Desde la mañana en la conversación con el Profesor, el hombre que vivía con ella desde hacía 30 años, ya comenzó a sentir que la vida se le podía volver a estropear, como cuando se exiliaron jóvenes, hace 22 años.

El Profesor le había dicho:

-La loca, propiedad del Master, no quiere volver a Madrid y se corre la bola que vos tampoco, la loca del Profesor como te llaman en la facultad.

-¿Qué quieren, hacernos vivir otro exilio, ahora que ya tenemos canas hasta en los huevos?

Clotilde desde el momento que decide junto con su amiga quedarse en Buenos aires, estaba excitada sexualmente todo el día. Cuando el Profesor la fue a besar para despedirse hasta la noche, ella lo atrajo, le silbó al oído, la paz es para todos, y después de besar el cuello del Profesor varias veces, le pudo decir:

-¿Si yo me quedo en Buenos Aires, vos me seguirás amando?

Al Profesor, que se le había comenzado a parar la pija, prefirió decir que sí, que la amaría siempre, hiciera lo que hiciera. Después se desabrochó la bragueta y le ofreció a Clotilde, su sexo endurecido por la emoción.

Clotilde lo chupó hasta secarlo y antes de que él saliera de la casa, le preguntó:

-¿Me seguirás amando si yo me quedo a vivir en buenos Aires?

-Me la chupaste muy bien, le dijo él, muy bien, me la chupaste muy bien, y le dio un beso en la frente.

Clotilde se lavó los dientes y escribió en la pared del baño con el lápiz de labios.

“Otro exilio a los 70 años, pobres hombres”.

Y a partir de ahí Clotilde le dio vueltas a la cosa, toda la mañana, toda la tarde, escribiendo, escribiendo y él ya estaba por llegar a la noche y ella todavía pensaba que a lo mejor esta vez, ella tenía un deseo:

Quedarse en Buenos Aires, y eso no podía, de ninguna manera, compararse con el exilio.

Antes de que llegara el Profesor, la llamó Zara para recordarle que esa noche era el taller de literatura erótica y quedaron en encontrarse en Montevideo y Corrientes, después caminarían juntas, bajando por Corrientes hasta la casa de Evaristo.

Cuando llegó el Profesor, Clotilde estaba por salir muy bien vestida, con un sombrero rojo.

El Profesor la besó y hubiera preferido no preguntarle nada, pero le preguntó:

-¿Adónde vas, tan hermosa?

Y ella balanceando su cuerpo en lo que decía:

-Al taller de literatura erótica.

Y al Profesor se le escapó, pero le dijo:

-¿Así vestida?

-¿Qué te pasa? le preguntó Clotilde, ¿estás celoso?

-Celoso no, caliente, le dijo el Profesor, te puedo esperar.

-Sí por favor, le dijo Clotilde. Lo besó, le pasó la lengua por toda la cara y le dijo hasta luego.

Al quedarse solo en la casa, el Profesor se alojó el nudo de la corbata y se quitó los zapatos, se tiró en la cama y mientras esperaba a Clotilde, llamó por teléfono a Carlina y después de una conversación de tres minutos intrascendente, Carlina le preguntó:

-¿Desde dónde me habla, Profesor?

Y él le dijo:

-Estoy acostado.

-¿Desnudo? preguntó ella, y el Profesor, que ya comenzaba a ponerse cachondo, le contestó:

-Casi.

Ella dejó caer un silencio largo y, entonces el Profesor se animó y le preguntó:

-Y vos, ¿estás desnuda?

-Estoy desnuda, con las piernas abiertas y acariciándome mientras hablo con usted, dijo Carlina con voz estremecida.

-Profesor, por favor, tóquese la pija.

-Carlina, exclamó el Profesor mientras comenzaba a tocarse la pija por encima del pantalón, ¿qué me vas a hacer, nena?

El Profesor se echaba hasta tres polvos diarios por teléfono y hoy ya Clotilde a las 9 de la mañana le había chupado la pija. Se comportaba como un hombre muy fuerte, aunque su contextura cuadraba más con la de un intelectual delicado.

Ella tratando de contestar a su pregunta, le dijo:

-No le voy a hacer nada, Profesor. Me voy a tocar la concha hasta que se ponga colorada y jugosa como un tomate que usted se comerá

El Profesor corta la situación preguntando:

-¿Carlina, cuándo vamos a estar juntos en la misma habitación?

Y ella enseguida:

-No por favor, Profesor, no estoy preparada para eso.

No más colgar el teléfono vuelve a sonar, esta vez Clotilde, dese la calle, preguntándole al Profesor si tendría ganas de que el grupo de escritura erótica se hiciera en casa, y sin darle tiempo a contestar nada agregó:

-En 15 minutos estamos allá.

-¿Quiénes? atinó a preguntar el Profesor.

Y Clotilde le dijo:

Evaristo, Zara, Josefina, Carlina y yo.

El Profesor no dijo nada y Clotilde colgó satisfecha.

El Profesor estaba contento, por fin conocería personalmente a Carlina y si se lo pedían, él también leería un escrito erótico.

Comenzó leyendo Clotilde. Antes de comenzar a leer los escritos había que explicar qué era lo que se quería contar.

-Yo quiero relatar, la relación con una mujer más joven y mi marido.

Los errores quedan olvidados cuando se arriba a alguna verdad.

Mientras ella se limpiaba, prolijamente, el culo, deslizando suavemente la mano enjabonada de delante para atrás, desde el clítoris hasta la última vértebra, él hablaba en el sal´´on continuo, de vastos territorios que en una fecunda relación deamor había conquistado, y yo me imaginaba como una pija grande invadiendo suavmente sus calidad cavernas.

Afuera, otros seres conversando, otras historias, harían de este relato un devenir interminable.

Vaya noche de tango que tuvimos, aunque la música que bailábamos fuera salsa.

Ella baila sola montada en su mriada.

Sexo, pasión, muerte.

La diosa cae desde su pedestal divino. La sibilancia del cuchillo corta el aire.

Él vivía y olvidaba. Borracho, decía no importarle nada.

Otros aún trastabillando lo sostienen con amor, se necesitan muchos para producir la escena. Lentamente va cayendo el telón, las luces del puerto van quedando atrás.

Los celos y la envidia entre mujeres se desplegaron en toda su luminosidad.

Él iba a encontrarse con ella. Antes de irse preguntó:

-¿Cómo estás?

¿Qué digo (poniendo una mirada provocadora) si me preguntan cómo estás?

-Muy bien, muy bien, contesté con énfasis a las dos preguntas.

El día anterior había sido un día particular.

Aparecían en mi conciencia, flashes de frases, de pieles, de miradas, de temblores, de frases, de pensamientos, de temblores.

Los tres habíamos tenido un encuentro agradable, tierno, casi infantil, quiero decir, algo del miedo infantil a ser descubiertos, le confería a la escena un tinte mágico, algo del orden de lo no consumado, algo que tal vez tenga que ver con un placer estético.

Tal vez, lo que estamos haciendo sea un tratamiento contra los celos.

Mi marido llegó a decirme que no podía entender que yo hubiera dicho: “Bueno, tanto escándalo por un polvo”, como si fuera algo natural, cotidiano.

-Parece que me pasé, dijo el pobre, interpretándose como artífice del cambio. ¿No habré creado un monstruo?

Y yo le contesté:

-Una mujer tensando hasta el orgasmo,
sus cuerdas infinitas.
Abierto como un cántaro fresco
su amor provoca remolinos de pasiones,
arde sobre la tierra su sed de siglos.

Luego por la noche conversamos largamente del nosotros, de él, de mí.

Anudo los recuerdos, las anécdotas, las palabras que machan los recuerdos. Olvido, sólo temporalmente.

Me debato, claudico, me rindo.

Soy esta nueva mujer que vamos descubriendo. Un borde infinito abierto al universo.

Era no querer ver. No ver para evitar el dolor. Dolor de no tener al otro. Como no lo tenía, tuve la ceguera para el gozar.

Ahora vivo comprometida por el desarreglo energético que produce el desarrollo de una trama deseante.

-Nos encontramos esta tarde, me dijo mi marido.

El segundo encuentro se me ocurría más embarazoso que el primero.

Me pareció verla conversando en una cafetería de la esquina de Canning y creo Santa Fe, o tomando por Santa Fe hacia Córdoba.

Es decir, en un día que estaba transcurriendo en una aparente tranquilidad aparece un sobresalto.

No me detuve a averiguar si era ella realmente o la había puesto mi deseo.

Luego pasé por un período de anestesia total de los afectos. Nada me haría perder la compostura.

Pasé los apuntes que tenía dispersos al cuaderno y tomé distancia de la situación.

Pensé: El primer encuentro podría ser atribuido a la casualidad.

Pero el segundo ratificaba el primero y significaba que había un primer acuerdo: Encontrarnos por segunda vez.

No tengo expectativas. Esta noche me dejaré llevar.
  

 

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